(Foto: GEC)
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Pedro Ortiz Bisso

La pandemia no solo ha sembrado muerte, sino también ha dejado a millones de personas sin trabajo y a otras tantas en la precariedad absoluta. En un artículo publicado en este Diario, el economista Pablo Lavado señala que solo este año más de un millón de niñas, niños y adolescentes caerán en la pobreza. Las cifras son devastadoras.

Sin embargo, como suele suceder en momentos de crisis, el peruano no se ha quedado con los brazos cruzados y ha iniciado una serie de emprendimientos para no quedarse con la olla vacía. Según una encuesta de Activa Perú, el 35,9% de la población ha puesto en marcha un negocio durante la cuarentena. Esa es la razón por la que prácticamente todos conocemos a alguien que vende mascarillas y alcohol, ofrece buzos, pijamas y tortas o dicta clases online de idiomas, escritura o gimnasia.

Gonzalo Roselló, presidente del Club de Emprendedores del Perú, afirma que esta no es necesariamente una buena noticia. Por el contrario, es una demostración del profundo deterioro del empleo formal. Además, si bien el entusiasmo sobra, no todos los negocios prosperan y el exceso de oferta torna más asfixiante la situación de las familias que dependen de estos ingresos.

Si bien las cifras han empezado a mejorar, sin una vacuna a la vista y con la posibilidad de que el drama que vive Europa por la segunda ola de contagios se repita por estos lares, el panorama aún es sombrío. Las proyecciones económicas señalan que la mejora se sentirá recién a mediados del próximo año, aunque recuperar la situación en que nos encontrábamos antes del COVID-19 tardará mucho tiempo más.

Lo único que está garantizado es que los peruanos no nos quedaremos quietos.

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