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Fernando Alayo Orbegozo

La familia Pomatay Tello tiene varias razones para no dormir esta noche. Además de que la carpa asignada por las autoridades les resulta muy pequeña, están a la espera de que llegue el cajón con el cuerpo del pequeño Fabián, de 7 años, fallecido hace unas horas.

Es el segundo menor que pierden tras el incendio ocurrido el 23 de enero en el cruce de las avenidas Pastor Sevilla y Villa del Mar, en . Tras ese día –recuerdan– también murió la traviesa Azumy, de 4 años.

Afuera de la carpa, instalada junto a otras en la Av. Pastor Sevilla, y a pocos metros de su vivienda consumida por el fuego, han puesto un colchón para que la espera sea más cómoda. Dicen que luego intentarán dormir, pese a que el dolor les “provoca insomnio”.

Y así empieza la llovizna. La abuela de la familia, ya resignada, toma esto como una señal: “Deben estar llorando mis dos angelitos”.

La familia Pomatay Tello esperaba la llegada del ataúd con el pequeño Fabián (7), quien había fallecido horas antes. (Foto: Hugo Pérez)
La familia Pomatay Tello esperaba la llegada del ataúd con el pequeño Fabián (7), quien había fallecido horas antes. (Foto: Hugo Pérez)

—En la incertidumbre—

El olor a quemado, los muros con hollín y la incertidumbre son las consecuencias palpables de esta tragedia, que a la fecha registra 15 personas muertas y más de 30 aún hospitalizadas por las graves quemaduras. Además, varias viviendas resultaron afectadas por la llamarada que recorrió casi 200 metros de la avenida Villa del Mar, tras la fuga de gas de un camión-cisterna en el cruce con Pastor Sevilla.

En esta última vía, el municipio de ha colocado 20 carpas para alojar a los damnificados. Sin embargo, varios de ellos muestran su preocupación porque todavía tienen que dormir en la vía pública, sin saber si despertarán con más promesas al día siguiente.

Al lado de la carpa que ocupan los Pomatay Tello, a quienes –aseguran– les han dicho que su vivienda será “rehabilitada”, está la de los Olivas Gomero. Allí duerme la tía de la fallecida Nataly, de 7 años, cuyo cuerpo demoró en ser retirado de la morgue porque sus padres permanecían internados. El ataúd de la niña ya fue enterrado.

“En la vivienda vivía mi hermana, con su esposo y mi sobrinita que murió. A ellos los alcanzó el fuego cuando salían. Esta es la carpa que les han asignado, pero lo que nos preocupa es que, como eran inquilinos, no quieren trasladarlos a los módulos nuevos. No sabemos qué pasará con ellos cuando salgan del hospital”, dice la mujer.

El domingo, el Ministerio de Vivienda instaló 10 módulos temporales en el parque del Sector 6, a dos cuadras del lugar del desastre. En uno ha sido reubicada la familia Huamán Escate, cuyo inmueble fue declarado inhabitable. “Nos avisaron que nos quedaremos aquí hasta que se reconstruya la casa, aunque no nos han dado fechas ni plazos”, explica Hernán Huamán, uno de los afectados.

Esta será su primera noche en el módulo de 18 metros cuadrados. Después de varios días, comenta, podrá dormir en una cama.

El olor a quemado y las paredes con hollín son las consecuencias palpables tras el incendio ocurrido en este barrio de Villa El Salvador.(Foto: Hugo Pérez)
El olor a quemado y las paredes con hollín son las consecuencias palpables tras el incendio ocurrido en este barrio de Villa El Salvador.(Foto: Hugo Pérez)

—En la intemperie—

Lo que alguna vez fue una fachada verde, hoy es una pared de color negro profundo. Alejandro Meza Rivera, de 62 años, ve con tristeza el frontis de su casa, totalmente quemada por la llamarada que recorrió la Av. Villa del Mar, pero a la vez agradece por el milagro que le permite estar vivo.

Camina con dificultad porque lleva cuatro días durmiendo sentado en una silla, en la intemperie, junto a su esposa, su hija y su nieta de 2 años. El dolor de espalda –dice– es insoportable, así como el olor a quemado que no le permite descansar dentro de su vivienda. Aunque esta no tiene daños estructurales, “es imposible pasar la noche adentro”.

No pide un módulo, solo una carpa. Al igual que Javier Paulino, quien vive a unos pocos metros. Con cierta destreza, él ha colocado dos puertas de metal en la puerta de su inmueble, sobre las cuales pone unas frazadas que le sirven como colchón. Al interior de la casa, la situación es similar a la de su vecino Alejandro: se respira un aire tóxico entre paredes negras y plásticos chamuscados.

“Ni en mis peores sueños imaginé que algún día tendría que dormir en plena calle. Concilio el sueño solo por el cansancio, pero a veces me despiertan los llantos de los vecinos”, cuenta. Siendo casi la medianoche, Javier está a punto de echarse sobre el metal. Espera que mañana alguien lo despierte de esta tragedia.


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