Oswaldo Cava salió de su consultorio en la calle Tarata minutos antes del atentado de 1992, esta es su historia.
Oswaldo Cava salió de su consultorio en la calle Tarata minutos antes del atentado de 1992, esta es su historia.
Pedro Ortiz Bisso

Cada vez que ocurría un atentado terrorista, el  odontólogo Pedro Cava Arangoitia acudía para dar una mano. Ayudaba a los heridos, colaboraba en lo que podía. El 16 de julio de 1992, a las 9:20 p.m., estaba en su consultorio en la calle Tarata cuando 400 kilos de anfo acabaron con su vida. A propósito de los 27 años de esta tragedia, su hermano Oswaldo, que había estado minutos antes con él, recuerda ese momento.

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—¿Se acuerda cómo fue su día ese 16 de julio?
Fue un jueves. Una hora antes del atentado había 18 personas en mi consultorio. Atendíamos a una niña con parálisis cerebral. Por esas cosas del destino, la intervención terminó como a las 8 y al resto de pacientes los atendimos rápido. A 10 para las 9 el consultorio estaba vacío. Solo quedaba mi hermano Pedro, quien esperaba a un último paciente, pero yo no lo sabía. Cuando me estaba yendo, me atajó y me mostró una radiografía. “¿Qué hay que hacer acá?”, me preguntó. “Pedro, hay que hacer una endodoncia”. No sabía que la radiografía era de mi hermano Felipe, a quien estaba esperando. Pedro me dijo: “Fito [Felipe] va a venir, me quedo”. En Tarata tenía el consultorio y mi departamento.

—¿Y por qué se fue?
Estaba buscando unos insumos para hacer unos alfajores y con una amiga fuimos en busca de una cuchara de palo… ¡La cuchara de palo bendita! Me fui como a las cinco para las 9. La bomba estalló como a las 9, más o menos. La sentí cuando estaba en mi carro, a la altura del óvalo.

—¿Pensó que la explosión había sido en su edificio ?
Nunca. Por el sonido me dije: “Uy, qué mala suerte, la Embajada de Brasil está premiada” [la sede de Comandante Espinar, que ya había sido atacada]. Al llegar a casa de mi papá, en la calle Atahualpa, lo vi en el balcón. Me dijo que había escuchado en Radioprogramas que la bomba había sido en el Banco de Crédito de Larco [cruce con Tarata]. Dejé el carro y fui corriendo. Conforme llegaba al óvalo sentía el olor a anfo. Llegué a Tarata, pero como había apagón, pensé que estaba en Schell. “Pobre gente, han perdido sus casas”, me decía. Hasta que vi de reojo una playa de estacionamiento y reconocí mi edificio. Mi departamento, en el cuarto piso, había desaparecido. “Dios mío, he vuelto a nacer, de la que me he salvado”, pensé. En ese momento llegó mi hermano Felipe. “¿Y Pedro?”, preguntó. Yo le dije: “Ahorita viene”. Pedro, siempre que había un atentado, se aparecía. Iba a recoger heridos, a llevarlos a la ambulancia...

—Un voluntario. 
Anónimo. Iba donde se necesitaba ayuda. Llegaba a casa con la camisa ensangrentada. Cuando Felipe me preguntó por él y yo le dije que ahorita aparecía, dijo: “Me estaba esperando en tu consultorio”. Ahí recordé que me había mostrado la radiografía y se me fue todo el alivio. Ya no era mi consultorio, era mi hermano. Nos metimos al edificio. Cuando llegamos al consultorio no lo encontramos. Los muebles habían desaparecido. Fui a mi cuarto y la cama estaba con fuego. Entonces, mi hermano lo encontró. “Pedro, ¡¡nooooooo!!”, gritó. Lo bajamos como pudimos y lo metimos en un carro de bomberos. En el hospital le aplicaron electroshock. Luego nos dijeron que ya no había nada que hacer. Ahí empezó otra historia: cómo avisarle a mis padres. Compré unos tranquilizantes, fui a casa de mi papá y lo dopé. Le dije que Pedro estaba herido. Cuando llegamos al hospital y bajábamos al sótano, mi padre, pese a estar ‘groggy’, me dijo: “¿Adónde me llevas? Yo sé qué hay en los sótanos de los hospitales”. Cuando llegamos a las cámaras frigoríficas, Felipe estaba limpiándole el rostro a Pedro. Mi papá miró al cielo y dijo: “Dios mío, ¿por qué me mandas estas pruebas?”. Yo había estado como un autómata. La fe de mi padre me hizo reaccionar.

—Cuando suceden estas cosas se habla de venganza. Su padre habló de perdón.
El día del sepelio, los periodistas le preguntaron qué le diría a Abimael Guzmán. Sacó un rosario, lo mostró y dijo: “Señor Abimael Guzmán, con esta arma se ha vencido a reyes y tiranos, y usted no será la excepción”. Mi papá nunca tuvo odio, sabía que por encima de él [Guzmán] había una fuerza maligna que lo hacía obrar de esa manera. Nos dio esa lección de no condenar, no juzgar y de cómo perdonar.

—Si tuviera ocasión de ver a la cúpula senderista, ¿les diría algo?
No les diría nada, sino escuchar qué dicen tras 25 años, si siguen pensando lo mismo. Si han cambiado, rezaría por ellos. El 16 de julio es una fecha de recordación, no de olvido. Tarata es la paz, el inicio del futuro, del mañana.

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