"El tour de los limeños como cancha", por Pedro Ortiz Bisso
"El tour de los limeños como cancha", por Pedro Ortiz Bisso
Pedro Ortiz Bisso

Azángaro. Su sola mención es sinónimo de falsificación. En la cuadra diez de este jirón se encuentra asentada la mayor fábrica de abogados, médicos e ingenieros del país. Se hacen DNI, pasaportes, brevetes, tarjetas de propiedad, diplomas,  contratos  y –por supuesto– doctorados como cancha. Nada es imposible de producir en sus hacinadas oficinillas desperdigadas en laberínticos recovecos. Que se encuentre frente al Palacio de Justicia, ese edificio neoclásico que alguna vez Charly García confundió con Palacio de Gobierno, es mucho más que una bochornosa ironía.

Así como hoy no existe candidato presidencial que no ofrezca tolerancia cero contra la corrupción, el fin de Azángaro ha sido ofrecido –y pronosticado– mil veces. Se han clausurado sus locales, tapiado sus puertas, decomisado sus impresoras y en una época, hasta colocado banderolas con el fin de avergonzar a sus usuarios.

Pero nada ha podido quebrar la fidelidad de sus clientes. Los años pasan y  Azángaro sigue ahí, aguantando las zamaqueadas de la ley, sin haber disminuido su productividad, manteniendo su ‘marca’ a pesar de sus no pocos competidores.

Azángaro existe por dos razones: los falsificadores saben que si los agarran, difícilmente recibirán una sanción efectiva; por eso pasar unas horas en un calabozo es solo parte de la experiencia de campo.

La otra es mucho más grave: existe un grupo importante de personas para quienes la trampa es un estilo de vida. Es más, algunos no la califican como deleznable, al contrario, la ven como una manera de ahorrar tiempo, de saltarse esos ‘formalismos estúpidos’ que exige la burocracia  para conseguir ‘el papelito’ que se necesita.

Pero eso que antes se veía como algo marginal, hoy está generalizado, y se practica sin distingos. Vivimos tiempos en que el cómo se ha convertido en un activo en deterioro. Frente a la necesidad de alcanzar un objetivo, la manera de conseguirlo importa poco. Es solo un paso más que se necesita sortear.

El lunes, este Diario publicó la experiencia de una pareja de turistas que decidió conocer la Lima desigual que no aparece en los folletos turísticos. Ellos hicieron el llamado Shanty Town Walking Tour por Villa El Salvador y conocieron la vida del pueblo  que no se dejó vencer por la desesperanza y combatió con valentía a Sendero Luminoso.

Si la idea es conocer cómo somos los limeños, la agencia que organizó este tour debería armar otros recorridos e incluir el jirón Azángaro, el mercado de autopartes robados de San Jacinto y alguna atestada avenida, para constatar que es posible pulverizar el reglamento de tránsito una y otra vez sin recibir una sanción.

Este curso acelerado de cómo somos los limeños podría explicarle a nuestros visitantes algunas situaciones que deben parecerles extrañas, como por qué  para un hombre que pretende gobernar el país, el plagio no es ni siquiera una falta.  La ética, según parece, es solo un molesto obstáculo en su ruta por alcanzar su objetivo. Y cómo otros miles –acaso millones– piensan igual que él.

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