"Atacada: la teoría del dolor": nuestra crítica del filme
"Atacada: la teoría del dolor": nuestra crítica del filme
Redacción EC

"Atacada: la teoría del dolor" de Aldo Miyashiro, no ha escondido nunca su intención: querer ser un vehículo para crear una legislación en torno a la violencia contra la mujer. Una violencia que, en el filme, está plasmada desde el principio: Andrea (Érika Villalobos), una mujer que trabaja en una de las empresas de la corporación manejada por la familia Altamirano, es atacada sexualmente por Rodrigo (Jason Day), el heredero del imperio. Ella toma la firme decisión de entablar un juicio para condenar al culpable, a pesar de que tiene todas las de perder debido al poder al cual se enfrenta. En el camino, no solo se dará cuenta de la inmensidad de las fuerzas con las que está peleando, sino que verá como sus propios lazos familiares y amicales son puestos a prueba.

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[ALERTA DE SPOILERS: ATENCIÓN, A CONTINUACIÓN SE REVELAN DETALLES IMPORTANTES DEL ARGUMENTO Y DE LA RESOLUCIÓN DEL FILME]

El concepto del filme daba para desarrollar posibilidades interesantes: ¿cómo hace una mujer que ha sido violada para enfrentar no solo a una corporación dispuesta a todo para torcer la verdad, sino a una sociedad que, ante tanta exposición, la juzga, manipula y hasta condena? ¿Cómo encarar ese tormentoso camino que se tiene que caminar para conseguir justicia? Muchas posibilidades pueden salir de tales ideas, pero el filme prefiere tomar el camino más ilustrativo, aquel que privilegia la idea por encima del tratamiento. Toda la secuencia de la intimidación y posterior violación de Rodrigo a Andrea, por ejemplo, no explota la tensión y la desesperación que surgen en una situación así: lo que queda es simplemente una maqueta o arquetipo de una situación de violencia, pero que no consigue transmitir el costado abominable y visceral de un momento como ese.

El gran problema de "Atacada: la teoría del dolor" es justamente el hecho que todo lo que vemos son arquetipos o estereotipos, lo que termina haciendo que nada se sienta orgánico, que la fuerza de la historia se diluya en esquemas que ilustran una idea, pero que no transmiten la contundencia requerida. Un claro ejemplo son los personajes antagonistas del filme. Desde el personaje que interpreta Day hasta la abogada a la que da vida Sofía Rocha, pasando por el patriarca de la familia (Eduardo Cesti): todos ellos encarnan estereotipos de maldad, de prepotencia, de arrogancia. Cesti cholea por todos lados, siempre elevando la voz y haciendo un gesto de más, tratando de recalcar el costado racista de su poder. Rocha declama su éxito y su posición de poder dentro del derecho a partir de diálogos que explican, pero que no nos hacen sentir ese lado intimidatorio. Y Day debe jugar el rol del hijito de papá (como se lo recuerda, con ese tono elevado, Cesti), que no tiene un atisbo de inteligencia o de malicia. La película hace énfasis en los costados más defectuosos de estos personajes, sin otorgarles los matices (algo de humor, de malicia, de inteligencia) que hacen de los antagonistas personajes verdaderamente interesantes. Los malos son trazados con brocha gorda en el filme, y eso hace que caigan en la caricatura.

Esos mismos esquemas están reproducidos en todo el juicio: la película simplemente acumula situaciones pero no las desarrolla. Las tomas de decisiones y las estrategias jurídicas, que son aquellos momentos que podrían haber sido usados para generar algo de tensión y de intriga, desaparecen para dar paso, de nuevo, a situaciones que son simplemente discursivas (el largo parlamento de Sofía Rocha en el juzgado es un claro ejemplo de ello) y que están ahí para reforzar las posiciones de la película, pero que no ayudan en el desarrollo dramático de los personajes. De esta manera, lo que queda del drama de Andrea es el rostro compungido de Érika Villalobos, que no resulta suficiente para transmitir la complejidad de la situación: todo el juicio termina sintiéndose acartonado, poco fluido, basado en discursos y alegatos en los que los conceptos no se aterrizan en emociones.

La tercera parte de la película tiene que ver con Los Primos, un grupo de hombres de Ventanilla, liderados por Aldo Miyashiro, que ante el repudio que les provoca ver como no se ha hecho justicia en el caso de Andrea, deciden tomarla por sus propias manos. En ese momento, la película da un giro que la emparenta con las películas protagonizadas con Charles Bronson (o, si quieren, las últimas de Liam Neeson), en los que la venganza se transforma en el motor narrativo de las mismas.

El tema está en que esas películas asumen la violencia con autoconciencia, sin tratar de hacer un alegato a favor o en contra de una causa, y muchas veces poniendo énfasis en lo absurdo de las propias situaciones narradas, lo que aumenta la diversión. No es el caso de "Atacada…": la película toca un tema social serio como es la agresión sexual contra la mujer y asume que una solución es responder con más agresividad, como si fuera una forma de justicia. Solo así se podría explicar ese regodeo en la violencia  que se ve en la escena de la tortura a Day, y el carácter glorificador que se le da a los personajes que cometen la venganza.

¿Una cinta que busca crear conciencia sobre una forma de violencia puede creer que una de las soluciones es más violencia? Una posición cuestionable y hasta contradictoria, sin duda. Pero, al final, la ideología es lo de menos: lo que incomoda es ese regodeo alejado de cualquier tipo de delirio o absurdo (algo que caracteriza a las grandes películas ‘gore’, por poner un ejemplo), y que termina resultando solemne y moralizador, como si los espectadores estuviéramos recibiendo una lección que hay que aceptar sin chistar. De nuevo, el mensaje le gana la partida a "Atacada…", una película que expone una problemática a partir del sermón y el trazo grueso, lo que termina diluyendo totalmente su impacto. 

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