"Climas": esto pensamos de la película [CRÍTICA]
"Climas": esto pensamos de la película [CRÍTICA]
Sebastián Pimentel

Desde el ya mítico “Cuentos inmorales” hasta el mucho menos afortunado “Cu4tro”, los filmes de estructura episódica permiten mostrar trabajos de diversas autorías, reunidos por una idea de base. Lo que diferencia a la también nacional “Climas” es que sus tres episodios han sido escritos y dirigidos por la misma realizadora.

En el primer “relato”, ubicado en el oriente amazónico, una muchacha (Claudia Ruiz del Castillo) está descubriendo su sexualidad. El segundo tiene lugar en las playas de Lima, donde una mujer adulta y adinerada (Fiorella de Ferrari) carga con la culpa de un trágico suceso. En el tercero, situado en el área andina, una mujer ya anciana (María Unocc) se reencuentra con un hijo al que no vehace mucho.

Las tres historias abandonan las intrigas convencionales. Las fabulaciones de son más bien íntimas. Los diálogos son escasos. Y todo gravita en torno a los cuerpos de las mujeres, cuyos gestos y modulaciones parecen contener las claves que permitirán develar los misterios de cada una. Así, en este juego de develamientos de lo no dicho, el espectador se convierte, gracias a la cámara cómplice de Pérez, en el escrutador de un mundo secreto.

Lo interesante del filme es que este mundo no solo lo hacen los signos del cuerpo, sino también unas atmósferas, unos ambientes, unas elecciones cromáticas que otorgan la sensación y el sentido de cada drama. Ellos están referidos, es cierto, a un piso geográfico por cada mujer –selva, costa, sierra–, pero se hacen cada vez más complejos.

Si la región natural es algo más que un telón de fondo, se debe a la compenetración de los cuerpos de las mujeres con los espacios que los contienen –espacios que también son sociales, culturales y hasta políticos–.

En el tercer capítulo, por ejemplo, María Unocc es una anciana campesina de andar pausado y mirada contemplativa. Sus afectos contenidos dan paso a una relación tensa con su hijo –que viene de la ciudad–. Los contados intercambios verbales evidencian la desconfianza de la madre respecto a las intenciones del hijo. A la vez, se trata de una relación caracterizada por la distancia y sabiduría que la edad otorga a la anciana.

Lo estupendo de la dirección de actores tiene que ver con el estoicismo y la parquedad que transmite la actuación de Unocc, llena de autenticidad y ajena a cualquier desbordamiento histriónico. La más pequeña mirada y gesto de su rostro, o la postura apenas sugerida, hacen el espectáculo casi subterráneo de esta historia.

También habría que decir que no todos los episodios consiguen su cometido. Es claro que los problemas se concentran en el segundo. Allí, el vacío emocional, a veces transmutado en dolor, y pautado por el abismo del paisaje marino y una coloración grisácea, celeste –lo que recuerda al “Azul”, de Kieslowski–, no encuentra una contraparte eficaz con la interpretación de De Ferrari. A su vez, los diálogos acusan cierto efecto declamativo o demasiado explicativo.

Hechas las cuentas, y pese a los problemas mencionados, “Climas” no deja de ser una película compleja y personal. Lejos de querer demostrar algún virtuosismo falso, su lenguaje fílmico bordea la exactitud, la sutileza y la hondura emotiva. Como toda película “moderna”, nos propone una síntesis final que se insinuará en la mente del público, a la manera de un último secreto, una vez terminada la función.

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