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Inició en el cine a los 51 años y ahora será Ribeyro en el cine. Alfredo Castro, homenajeado del Festival de Cine de Lima
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Alfredo Castro se aventuró formalmente al mundo del cine a los 51 años, después de una carrera sólida en el teatro y la televisión chilena. Debutó en los escenarios con "Equus" en 1977, y su rostro pronto se volvió familiar en exitosas teleseries de su país. Sin embargo, fue el cine —con su tiempo detenido y su capacidad para habitar zonas incómodas— lo que terminó por redefinirlo como actor.
Desde entonces, presta su cuerpo y su voz a personajes oscuros, heridos o invisibles. En “Tony Manero” encarna a un imitador de Travolta durante la dictadura; en “Tengo miedo torero”, da vida a una travesti enamorada en un país hostil. En “Polvo serán”, comparte escena con Ángela Molina en una historia sobre la vejez, el deseo y la memoria. Esas tres películas que también forman parte de la retrospectiva que el Festival de Cine de Lima ha organizado este año en su honor, junto con una clase maestra programada para el 9 de agosto.
“Vivimos muchas vidas, y esa es la libertad de ser actor. Incluso podemos transitar de un género a otro sin problema. Yo viví durante un mes y medio como mujer travesti, alguien arraigado a lo femenino, sintiéndome malhumorado, enamorado y amable. La actuación te da mucho y también te quita otro tanto”, confiesa Alfredo Castro con la calma que solo otorga el oficio, desde donde se entrega a la incomodidad y la introspección.

—Después de tantos años encarnando a figuras rotas o moralmente ambiguas, ¿Cómo logras sobrevivir a sus personajes?
Cuando era joven me comprometía a la actuación a un nivel biológico y emocional. Hasta el punto en el que confundía la ficción y la realidad. El tiempo me enseñó que no debía tener miedo a comprometerme con mis personajes, a involucrarme muy profundamente con ellos y abandonarlos rápidamente también.
—¿Utilizabas el Método para actuar?
Conocí el famoso Método cuando estudiaba en Chile, pero con los años uno deja atrás ese tipo de herramientas. Abandoné varias técnicas porque la vida, con todo lo que conlleva, te enseña más sobre actuación que cualquier teoría. Hoy actúo desde la experiencia, desde la vida que tuve y la que quise tener. Esa es una de las ventajas que me da la edad.
—Muchas de sus películas retratan contextos sociales descompuestos: dictaduras, represión, pobreza simbólica. ¿Por qué le interesan estos temas?
No participo en nada que no tenga un trasfondo político importante, en el sentido más amplio del término. Me interesa que una película o una obra de teatro pueda cambiar a alguien. Los griegos hacían teatro para provocar terror y compasión, para que el público no repitiera los errores que veía en escena. Yo quiero lo mismo. Quien ve mis películas ve aquello que no debe repetirse.
—¿Cómo se construye un personaje desde el dolor o desde la incomodidad?
El arte, y en especial la actuación, se sustenta fundamentalmente en el dolor. Actúo desde mis propios dolores, y aquello me permite habitar otros cuerpos. Siempre se debe confrontar al público, ya sea en el amor, en la tragedia o en el melodrama.
—¿Cuál fue el personaje más doloroso para usted?
Mi personaje de “Algunas bestias”. Filmamos en solo diez días y yo interpretaba al abuelo de una joven a quien abusaba. Fue devastador. Me dejó conmocionado, en el peor sentido de la palabra.
—Ha trabajado en películas que retratan dictaduras, como “Tony Manero” o “Tengo miedo torero”. ¿Cómo fue encarnar a esos personajes?
Le tengo mucho afecto a “Tony Manero”, porque trata del horror de la dictadura chilena en su máxima expresión. Ese personaje lo encarna todo. “Tengo miedo torero” también me marcó profundamente, porque retrata una época cruda y real. Ahí también se expone una izquierda chilena profundamente homofóbica, incluso más que la derecha. Es una película sobre buscar el amor en un país que no te da espacio para existir. La amo.
—El contexto de dictadura es recurrente en su cine. ¿Cuán importante es para usted?
En una película que hice, se decía: “Un militar no roba”. Hoy, la familia de Pinochet está obligada a devolver seis millones de dólares robados al Estado. Como actor mi intención no es buscar ridiculizar a dictadores, o a Pinochet, sino mostrarlo como lo que fue: un vampiro histórico que chupó la sangre de una nación. Participo en esas películas como un recordatorio para no olvidar aquellos horrores.
—También hay cierto grado de comedia en algunos de sus personajes
El humor es una herramienta poderosa que funciona muchas veces más que la tragedia. Cuando uno va a otro país, la única forma de acceder al imaginario de ese país es cuando uno entiende sus chistes, sus bromas, su forma de enfrentar el dolor.
—Frente a un escenario cinematográfico internacional ¿Qué diferencia al cine chileno?
El cine chileno tiene una mirada ético-política. No se limita a contar anécdotas vacías, de eso tenemos mucho. Yo entro a cualquier plataforma de streaming y me demoro hasta media hora en elegir entre tanta mierda. La cantidad de dinero que se gasta en hacer tanta porquería que se sabe que es basura, es insano.
—Haneke decía algo similar...
“Solo Latinoamérica sabe de cine”, decía. Y hay verdad en eso. Los europeos muchas veces se regocijan en su propia podredumbre, mientras nosotros tenemos esa visión de futuro donde revisitábamos nuestro propio pasado, nuestros dolores, para hacer cine.
—Aunque parece que el público se ha desensibilizado ante esos dolores.
Me conmueve y me enfurece la falta de pensamiento crítico en algunos jóvenes artistas. Publican sobre Gaza o niños vulnerables y luego preguntan: “¿Les gusta mi nuevo auto?”. No hay una autorrevisión ética de lo que se hace. Se condena un genocidio y luego se promociona un perfume. Uno puede hacer las maromas éticas para justificarlo, pero al final vemos esa frialdad en las acciones.
—¿Qué valor le encuentra al gesto de mantener vivos los festivales de cine en Latinoamérica?
No siento más que afecto, amor y gratitud por mis colegas. Me alegra que existan festivales de cine porque rompen esquemas y nos permiten compartir escenarios, pensamientos, y esa esperanza que comparto de salvar este continente del olvido. No con historias de la Segunda Guerra Mundial, sino mostrando nuestras propias historias, aquella forma particular de ver el mundo.
—¿Y quien lo salva a usted?
Me salva el trabajar, el hacer cine, tocar esos temas que tanto me duelen. El colaborar en proyectos como una próxima película sobre Julio Ramón Ribeyro en la que estamos trabajando y de la que estoy profundamente feliz de hacer. Estoy leyendo todo de él y el contexto para no perder de foco aquello que me atrae del cine.

Un nuevo papel
Tras recibir un homenaje a su trayectoria durante la ceremonia inaugural del Festival de Cine de Lima, Alfredo Castro reveló que será protagonista de un próximo proyecto cinematográfico inspirado en la obra de Julio Ramón Ribeyro. “Espero contar con su permiso para interpretarlo”, dijo el actor chileno, quien compartió reflexiones sobre la resistencia cultural y su vínculo con el cine.
Durante su estadía en Lima, Castro visitó el departamento del escritor, intercambió mensajes con su Julio Ribeyro Cordero y profundizó en el mundo literario del autor. “Vi su trabajo previo en cine, cuando observé un semblante un parecido a mi padre supe que debía ser él —señaló el hijo de Ribeyro Cordero— No importa si no es peruano; está muy consciente de lo importante que es este proyecto sobre Julio Ramón Ribeyro”.

El proyecto, titulado “Surf”, se basa en el último cuento publicado en vida por Ribeyro. Aunque no es autobiográfico, incorpora elementos de un alter ego del autor y escenas que se situarán en París, donde escribió “Gallinazos sin pluma". “El cuento tenía ocho páginas, pero para llevarlo al cine se ampliará con flashbacks y aspectos más cercanos a la vida de mi padre”, explicó.
Producida por Una Aventura, en coproducción con España y Chile, la cinta lleva seis meses en planificación y se encuentra en etapa de preproducción. “Está avanzando bien, pero aún falta para el primer clap en el set”, adelantó el productor. La propuesta busca expandir el universo del relato, fusionando ficción y memoria personal para dar vida a un Ribeyro íntimo y reinventado en la pantalla grande.












