"Jack Reacher: sin regreso": nuestra crítica de la película
Sebastián Pimentel

Lo que diferencia a de James Bond o del Ethan Hunt de “Misión: imposible” es que estas últimas franquicias son grandes odiseas internacionales, con mucho de glamour europeo. Allí están involucradas, también, esotéricas logias casi fantásticas, que no dudan en desprenderse de cualquier hipoteca realista.

En cambio, este Jack Reacher, criatura fílmica extraída de las novelas de Lee Child (pseudónimo de Jim Grant), es un héroe urbano pegado al asfalto. Con su chaqueta de cuero, sus jeans y su predilección por las hamburguesas al paso y los grifos solitarios, es una encarnación más del eterno fugitivo de carretera, solo que con la capacidad de poner en jaque al Pentágono.

En algunos aspectos, recordamos algunas franquicias seminales, algo olvidadas, como la de “Harry el sucio” (1971), del maestro Don Siegel. En ellas, un curtido aunque todavía joven Clint Eastwood era un policía de pocas palabras que transgredía la ley para consumar la justicia en las calles de San Francisco.

Pues bien. Muchas cosas han cambiado. Los detectives al margen de la ley ya no buscan asesinos en serie. Ahora el mal anida en los departamentos de inteligencia, en una red de jugosos negocios militares y juegos de máscaras potenciados con la tecnología. Por otro lado, los héroes y sus contrincantes son una mezcla de supermentes a lo Kasparov y superatletas expertos en artes marciales. 

Sin embargo, no es realismo lo que le pedimos a Reacher, a pesar de que esté más cerca del viejo estilo o de los años setenta. Sabemos que este es un thriller de acción, una fantasía de Hollywood. De hecho, la enredada trama no pierde el ritmo con secuencias muy costosas y bien ensambladas. El problema es que –a diferencia de la primera aventura, del 2012, dirigida por Christopher McQuarrie– se empieza a desdibujar esa figura  misteriosa, lacónica, espectral, sin pasado ni futuro.

En efecto, este segundo capítulo propone una apuesta riesgosa: humanizar a Reacher. Darle un pasado. Aparecen, entonces, dos mujeres, a las que tiene que proteger: una bella adolescente de carácter –Danika Yarosh, que recuerda las primeras apariciones de Jennifer Lawrence–, relacionada a la biografía desconocida del agente; y una colega del Ejército, Susan Turner, la recia contraparte femenina interpretada por Cobie Smulders.

A diferencia del sugestivo y temible Werner Herzog de la primera entrega, los villanos de “Jack Rechaer: sin regreso” se vuelven una mera excusa para el triángulo de afectos sugeridos y los desencuentros entre los tres personajes. Para esto, el divo que probó algunos papeles dramáticos –los mejores de su carrera– en “Ojos bien cerrados” y en “Magnolia” (ambas de 1999), esboza, apenas, algunos gestos de desconcierto. Porque su Jack Reacher solo puede repetir, cada vez con menos brío, el mismo rol, mecánico, disciplinado y ya gastado, que vemos en “Misión: imposible” y otros filmes parecidos, desde hace más de 15 años.

Con el marco del carnaval de Nueva Orleans, la aventura de esta virtual familia, que persigue y es perseguida, se alarga innecesariamente. Y si la humanización de Rechaer no se consigue, menos aún funciona la de Turner –quien le reclama al héroe, aunque sin la convicción necesaria, una subestimación excesiva–. Lo mejor del filme está, en cambio, en la frescura y desparpajo de Yarosh. El resto fluctúa entre el lucimiento desmedido de Tom Cruise, la falta de definición del tono del filme y el apuro por consumar las –eso sí, muy efectivas, aunque impersonales– secuencias de acción.

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