“Lugares oscuros”: esto pensamos de la película [Crítica]
“Lugares oscuros”: esto pensamos de la película [Crítica]
Sebastián Pimentel

Lugares oscuros” es una nueva adaptación de un libro de crimen y misterio de Gillian Flynn, novela homónima que esta vez cayó en manos del francés Gilles Paquet–Brenner —realizador conocido por su anterior largo, "Elle s'appelait Sarah”, de relativo éxito internacional (aunque no estrenado en Lima)—.

Como buen thriller con reminiscencias del viejo “film noir”, “Lugares oscuros” se estructura como el racconto angustiante de la historia de Libby Day (), quien perdió a su familia en un suceso sangriento de su infancia, y que tuvo lugar en un suburbio de Kansas. Mezcla de sobreviviente desconfiada y testigo confuso de los hechos, ella se ve confrontada con su pasado a pedido del líder (Nicholas Hoult) de un club de investigadores de casos criminales.

Paquet-Brenner parece querer actualizar la tradición del “cine negro” dejando de lado el expresionismo gótico que caracterizó al género en sus inicios. El cineasta francés opta, en cambio, por una luminosidad leve y opaca, quizá inspirada en “Lazos de sangre” —otro filme sobre la sordidez que esconden los paisajes profundos de EEUU—, lo que confiere a Kansas unas atmósferas deprimidas que se condicen con la precariedad en la que vive la familia Day.

El filme también acierta con la mirada social que aportan algunos personajes secundarios como la madre de Libby —excelente Christina Hendricks—, agobiada por las deudas, el mantenimiento de los hijos y la amenaza del desahucio, o el retrato de las subculturas —el club de obsesionados por resolver crímenes, por ejemplo; o la adicción al satanismo relacionado a los adolescentes aficionados al “heavy-metal”, sindicados en su momento como posibles asesinos—.

Y si la película funciona en el nivel del juego de tiempos, también muy caros al “film noir”, con esas envolventes idas y venidas del presente al pasado, no sucede lo mismo al nivel de la complejidad psicológica. Si bien hablamos de un peculiar caleidoscopio de personajes femeninos —la misma Flynn ha declarado que su objetivo siempre tiene que ver con el desmontaje de ciertas idealizaciones o clichés de la figura femenina—, Paquet-Brenner no llega a explorar a fondo esas posibilidades.

Charlize Theron, por ejemplo, ofrece un trabajo solvente como una mujer arisca y siempre perturbada por una realidad que no deja de cambiar de piel y señalar otros culpables. Sin embargo, pareciera que su presencia se diluyera o congelara en medio de la indagación. Peor le va a personajes demasiado planos como el muchacho del club de investigadores que interpreta Nicholas Hoult. El desenlace, por último, no deja de acusar un exceso de diálogos “reflexivos” totalmente prescindibles y convencionales.

Pese a todo ello, la cinta de Paquet-Brenner no deja de concitar nuestro interés: además de mover con destreza los hilos de un destino que se presenta a pedazos, muestra la descomposición social que, como una pátina gris, cubre una historia de personajes tristes y algo enloquecidos. Sin juzgarla a la sombra de “Perdida” --la obra maestra de David Fincher que también se basó en una novela de Flynn--, sin ser muy original o profunda, estas imágenes de Libby Day tienen el suficiente apego emocional como para indagar con seriedad en los restos de la sociedad norteamericana, y no ser un entretenimiento frívolo más. 

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