Sebastián Pimentel

Magallanes, un ex soldado del ejército (Damián Alcázar) trabaja como taxista y como chofer eventual de un coronel (Federico Luppi) ya retirado, y quien estuvo al mando de su tropa en tiempos de la lucha contra la subversión. Sin embargo, algo más los involucra a ambos. Un secreto que comenzará a revelarse cuando, en medio de su peregrinaje como taxista en la ciudad de Lima, Magallanes cree ver en Celina, una humilde mujer (Magaly Solier) –que ahora regenta, a duras penas, una peluquería en las afueras de la capital–, a una de las protagonistas de un oscuro episodio del pasado.

Este es, en pocas líneas, el punto de partida de la primera película que dirige Salvador del Solar –y que se inspira vagamente en el relato “La pasajera”, de Alonso Cueto–. Desde una lectura superficial, la cinta le propone al espectador la resolución de una intriga que tiene que ver con la verdadera identidad de Celina, así como con el suspenso que se articula a partir de un plan urdido por el protagonista para “saldar cuentas” a su manera, en lo que a todas luces es también una historia de redención.

En ese nivel de lectura, el filme es efectivo por partes y cojea por otras. Se resiente la exposición redundante de mucho metraje que no aporta ni en un sentido dramático, ni en sentido narrativo. Típico error de un director debutante acaramelado con su material. Otro defecto, y esta vez más grave, es el personaje de Christian Meier, el hijo del coronel. Y no por falta de recursos del actor, sino por la concepción misma del personaje. No era necesario ser tan ilustrativo respecto a lo que le sucede hacia el desenlace, ni tampoco exagerar el tono de una “transformación” inverosímil.

Pero pasemos al taxista, su melancólica pesquisa y la extraña forma de sus hallazgos. Allí se levanta una de las virtudes principales de la cinta: los personajes que digieren y expresan el drama, Magallanes y Celina. Damián Alcázar luce reconcentrado, tímido. Y lo más importante, expresa una especie de compungido desconcierto respecto a lo que le sucede, frente a acontecimientos que lo rebasan, frente a lo que podría o no podría hacer. Una ansiedad que se hermana con su silencio y con una mirada que debe esconder el dolor.

En efecto, uno de los puntos más interesantes de “Magallanes” recae en las atmósferas enrarecidas que rodean el itinerario del antihéroe y en la forma en que lo vamos conociendo mientras él descubre a Celina. En gran medida, podría decirse que Del Solar ha sabido escamotear los peligros de la verbosidad y ha sabido dosificar la información que brinda al espectador. En el recorrido de Magallanes hay algo tragicómico que se entrelaza con sus frustradas intenciones justicieras. El personaje de Damián Alcázar resulta conmovedor por su buena voluntad, por lo que le pasa por la cabeza, pese a que su condición siempre esté más cerca de lo irrisorio, lo ribeyriano.

En el caso de Celina, se trata de un acierto mayor. Y en este sentido, es imposible no ser directo en cuanto a lo esencial del trabajo de Magaly Solier. Todas las cualidades que el filme exhibe en cuanto a composición fotográfica –de un sutil lirismo, de contraste alto y colores cálidos–; en cuanto a la estudiada construcción argumental; en cuanto a la música de Federico Jusid –el mismo que colaboró en “El secreto de sus ojos”, película sobreestimada y bastante menos lograda–; son opacadas por la actuación de Solier. Su balbuceo corporal recrudecido por el miedo, la dignidad de su mirada, su mezcla de fragilidad y fuerza, la tienen muy pocos actores. La tenía Brando, la tenía Magnani, la tenía Bergman, y también la tiene Solier.

Celina es una mujer que resiste. El filme ha sabido abrir las rendijas suficientes para saber de sus problemas, que incluyen la posible pérdida de su negocio en manos de una vieja usurera –excelente Graciela Paola–, pero también ha sabido alejarse de ella para no melodramatizar el relato ni volverlo paternalista. Al contrario, la resistencia de Celina, que es la de la vida contra la muerte, reclama su independencia, su autonomía, una propia distancia –que se redobla con el recurso final de la lengua (el quechua)–. Otro ejemplo: la secuencia en la que Celina, arrebatada por un desgarro incontenible, sube por los cerros en medio de la noche, con el trasfondo inabarcable de la ciudad y sus luces que como luciérnagas iluminan una oscuridad densa e igual de amenazante. Con estos y otros argumentos propios de una cámara suficientemente empática y abarcante, “Magallanes” remonta sus tropiezos y hace esperar más de su director.


(El tráiler de "Magallanes", cinta que sigue en cines. Fuente: Tondero/YouTube)

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