"El Oscar: tan lejos como un Mundial", por Pedro Canelo
"El Oscar: tan lejos como un Mundial", por Pedro Canelo
Pedro Canelo

Si una tarjeta debió confundirse en alguna , esa fue la que encerraba el nombre de la cinta ganadora a "Mejor película de habla no inglesa" en el año 2010. Ojalá no hubiera sido Warren Beatty el presentador desorientado, sino Pedro Almodóvar o Quentin Tarantino, quienes extraviaran el papel con el nombre de “El secreto de sus ojos” de Argentina y, de esa manera, entregarle la estatuilla a “La teta asustada” de Perú. Hubiera sido de ensueño ver subir al escenario a Claudia Llosa y escuchar otra vez cantar en vivo, y en quechua, a Magaly Solier como lo hizo en Berlín. Ni Jorge Drexler y su versión a capela de “Al otro lado del río” habrían emocionado tanto. Imaginar ese descuido en los dos mejores directores de estos tiempos quizá sea lo más cercano que tengamos en el Perú de un premio Oscar.   A pesar de las transmisiones en vivo desde la alfombra roja, a pesar de la inmediatez del “streaming”, esta ceremonia cada año se hace más distante e imposible.

El Oscar y Miss Universo tienen más coincidencias aparte de sus márgenes de error. Ambos son eventos que en países como el Perú logran que todos hablen de ellos, pero por muy poco tiempo. Son una moda fugaz entregada a detectar bloopers y luego reírse de los ‘memes’ que se pueden crear con ellos. Ya mañana nos olvidaremos de las desventuras del confundido Warren Beatty y del heroico productor de “La La Land” Jordan Horowitz, quien en medio de su arrebato nos enseñó la dignidad y entereza del buen perdedor. En dos días pocos recordarán el gesto de Horowitz, que podría ser modelo de conducta para esos candidatos presidenciales que esperan hasta los votos desde otros sistemas solares para aceptar una derrota. Y otras veces ni eso.

Como iremos borrando de las discusiones de sobremesa o de los grupos de Whatsapp a cada premio de la Academia, otra vez perderemos la oportunidad para medir nuestra cinematografía en medio del contexto internacional y de la competitividad en los principales festivales. Cuando “La teta asustada” fue nominada en el 2009 al Oscar después de haberse llevado el Oso de Oro en el Festival de Berlín, el comentario más repetido fue que el cine peruano se abría paso en las grandes ligas. Que era el inicio de una nueva era donde podíamos apuntar a más producción, más inversión y mejores propuestas. Han pasado 8 años desde ese momento top y ese “crecimiento” hoy solo es una burbuja débil protegida por mejores taquillas y no necesariamente una elevación de los estándares de calidad y talento creativo.

Cuatro años después de “La teta asustada” se estrenó “  Asu Mare”, que sería el otro extremo en una escala de valores cinematográfica.  Y allí el debate fue si lo comercial en el Perú, finalmente, iba a anular las propuestas de autor en el corto o mediano plazo. Quienes defendían estas cintas taquilleras argumentaban que debíamos caminar con paciencia y que el ‘chorreo’ de las salas llenas iba a alcanzar a esas películas que a veces no pueden ni siquiera culminarse por falta de presupuesto. Estamos en el 2017 y la realidad se está derrumbando ese discurso. Lo comercial está atrayendo más la realización de esas películas que los críticos, en un afán de buena onda, solo las ubican en la categoría de “cintas para pasar un buen rato”.

Una película peruana notable de los últimos dos años es “Rosa Chumbe”. Fue estrenada en el Festival de Lima hace 18 meses y hoy es difícil predecir si tendrá alguna oportunidad en salas comerciales. Mientras sus productores aún buscan recursos para abrirle las puertas a los espectadores de su mismo país, “Rosa Chumbe” sigue paseándose en festivales obteniendo reconocimientos como el de su actriz principal, Liliana Trujillo, en Buenos Aires. Ni el Oscar es el gran medidor para saber si estamos haciendo un buen cine, ni tampoco los enlatados con estrellas de TV son los culpables de que no repitamos lo logrado por Claudia Llosa el 2009. Pero en países como Argentina, México o Brasil han señalado la ruta del progreso en el séptimo arte con un menú variado que ofrece oportunidad para todos. Alejandro González Iñárritu musicalizó películas mexicanas totalmente prescindibles hasta que un día se convirtió en el director de “Amores Perros”, “Birdman” o “El Renacido”.

Lo que podrían decir en algunas productoras nacionales de éxito es que el público manda y que el público peruano es para la risa fácil y el pop corn en grandes cantidades. Y tan lejos de la verdad no estarían. La última película peruana con buenos resultados en un festival internacional fue “Videofilia (y otros síndromes virales)”, ganadora del premio mayor en Rotterdam. ¿Cuánta gente la fue a ver el año pasado a las salas? Menos de doscientos contra el millón de espectadores de “Locos de Amor”. Letal comparación.

De las casi cincuenta películas peruanas estrenadas el año pasado, solo la quinta parte pudo resistir a la tercera semana de exhibición. Más que una industria emergente, nos estamos enfrentando a un sistema desigual que podría, en el largo plazo, anular guiones más audaces, originales y con la posibilidad de competir. “La teta asustada” nos acercó al Oscar pero hemos dado el salto hacia atrás en los últimos años. Estamos más lejos que antes,  como la selección de fútbol y su sueño mundialista. Y desde el público tampoco nos queremos acercar, las taquillas lo dicen. Antes que entregarnos a las poéticas escena de playa de “Moonlight”, preferimos quedarnos en la orilla del buen gusto y pedir un “Cebiche de Tiburón”. 

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