"War Dogs": nuestra crítica de la comedia con Jonah Hill
Sebastián Pimentel

Lo interesante de "" ("Amigos de armas" es el título en salas peruanas) es que, sin dejar el tópico de la amistad masculina, tan caro al director Todd Phillips (“¿Qué pasó ayer?”, 2009), deja ver una evolución en su trayectoria. Ya no más las borracheras en Las Vegas para amanecer al día siguiente sin memoria y sin un solo dólar. Con muchas lecciones aprendidas de Scorsese –el de “Buenos muchachos” (1990), “Casino” (1995) y “El lobo de Wall Street” (2013)–, Phillips esboza una variante de esos cuentos morales a ritmo de rock and roll, con ribetes fáusticos y escenografías barrocas.

Luego de un reencuentro de promoción, tanto David Packouz (Miles Teller) como Efraim Diverolli () se cuentan sus vidas. Finalmente, el segundo convence al primero de trabajar para su flamante empresa. Se trata nada menos que del negocio de venta de armas, en el contexto de los contratos militares con el Gobierno Estadounidense durante la primera guerra con Iraq. Diveroli pone la mira, al principio, en los contratos más pequeños. Más tarde, todo comenzará a complicarse.

El primer acierto es la pareja protagónica. Miles Teller, quien sigue tratando de consolidar su carrera luego de “Whiplash” (2014), luce ese aire honesto y desprevenido de joven sin suerte, acostumbrado a una rutina de masajista de algunos millonarios de Miami y con una novia embarazada que espera su primer hijo. La contraparte es Jonah Hill, quien hace una nueva versión del estafador inescrupuloso, pérfido y subido de peso que le vimos en “Lobo de Wall Street”.

A diferencia del tono entre cínico y altisonante adoptado por Andrew Niccol en “El señor de la guerra” (2005), otra cinta contemporánea sobre traficantes de armas, la de Phillips apuesta por el tono menor para conseguir cuotas más altas de suspicacia y empatía. Si bien aún epigonal respecto a su modelo –el cine de Scorsese–, “War Dogs” no se queda en la sombra y aprovecha con energía el humor chispeante que brota de la pareja protagónica. Un juego de contrastes bien definido desde el cásting, donde la bonhomía de Teller complementa la malicia vulgar y encantadora de Hill.

Por otro lado, el filme explora bien esa zona difusa que va llevando a los personajes a un mundo cada vez más incierto, donde la codicia hace quebrar, uno a uno, los escrúpulos de David y Efraim. Es la llamada del ‘éxito’ americano con todo lo que conlleva: dinero, dinero y más dinero. Esta cadena casi surrealista de doblamientos totales ante el dólar tiene uno de sus clímax en las inhóspitas fronteras de Jordania e Iraq. Phillips otorga ese tono exaltado, delirante y a la vez irrisorio a una odisea que poco a poco va a poner en cuestión no solo la moral o la ley, sino la misma amistad.

Sin bien no muy innovadora en estas exploraciones de la ética secuestrada por el mundo de la ambición sin límites, “War Dogs” consigue una narración vital y precisa, llena de soltura y sin pasos en falso. Con una formidable banda sonora, desliza, por otro lado, entre risas y complicidades, una mirada amarga a la guerra como el mejor de los negocios –y al país que no ha dejado de mantenerlo en alza: Estados Unidos–.

Entre lo mejor, aparte de la pareja protagónica, el guion, basado en un caso de la vida real dado a conocer por un artículo de la revista “Rolling Stone”. Los puntos débiles se cifran en las excesivas deudas a Scorsese y en una resolución algo mecánica. Con todo, “War Dogs” es el mejor filme de Phillips hasta la fecha y nos deja con curiosidad respecto a lo que pueda hacer en el futuro.

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