Como si la pandemia no fuera mal suficiente, el reciente proceso electoral peruano parece habernos colocado en una situación límite. Altas dosis de ansiedad, propagación del miedo, conductas irascibles, amistades y vínculos familiares resquebrajados. Y aunque pueda decirse que se trate de una atmósfera típica de escenarios políticos, es indudable que este último nos ha golpeado con particular inquina: sea por el polarizado enfrentamiento, por la agitación de las redes sociales cargadas de noticias falsas, o por la propia emergencia sanitaria que aún nos mantiene en una UCI física y anímica.