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Anamaría McCarthy: "El reto es trabajar toda mi vida con mi cuerpo" [FOTOS]
Enrique Planas

Más que exponer lo hecho, se trata de contar lo que le ha pasado a lo largo de 25 años. Eso es lo que piensa Anamaría McCarthy, quien en la exposición “Anatomía interior” comparte siete etapas distintas de su obra fotográfica o, lo que es lo mismo, siete momentos capitales en su vida. La muerte de sus padres, la pérdida de su hijo, la destrucción de su hogar y taller en el atentado de Tarata, la ausencia de su hermano. Vendajes y liberaciones. Procesos curativos. El dolor, la pérdida, la identidad. En la galería John Harriman, ella ordena su vida y su obra para que el espectador pueda leerla como un libro abierto. Y comprenderla. “Tenía que ser así. No podía hacer concesiones conmigo misma”, explica la artista. Y en “Anatomía interior. Introspectiva” (McCarthy rehúye al término ‘retrospectiva’), cual papel fotográfico en el obsoleto cuarto oscuro, la artista se expone y se revela.

Este miércoles, la fotógrafa presentará el libro que complementa su ambiciosa muestra. Un libro que anuncia un lanzamiento más ambicioso aún: el de la publicación de sus memorias el año próximo. A McCarthy le ha tomado cerca de 15 años traducir en palabras los fantasmas que alimentan su memoria.

— ¿Cuándo decidiste ser fotógrafa?
Sucedió en el momento necesario, luego de hacer 20 años escultura, cerámica, pintura, serigrafía. La fotografía llegó cuando sentí que no podía decir más a través de esos lenguajes. Estaba muy pegada al maestro ceramista Félix Oliva. ¡Era mi ídolo! Y yo solo quería ser como él. Cuando me dediqué a la fotografía en el año 87, él se sintió traicionado. Cuando empecé a trabajar desnudos, me decía: “¡Anamaría, qué haces! ¡Tú eres ceramista!”.

— A veces los maestros no se dan cuenta de que la influencia puede convertirse en sujeción...
Exacto. Yo estaba rompiendo el molde para empezar a hablar de mí. Luego de trabajar el desnudo y los estudios de luz y sombra, me preguntaba qué hacer después.

— ¿Cómo fue el siguiente paso?
Un día puse sobre la espalda de mi modelo una mariposa, una polilla enorme, pegada con masking tape. Entendí que no podía hablar solo desde el cuerpo. Luego sucedió lo de Tarata, el Alzhéimer de mi padre... cada vez tenía una historia más difícil. Y la fotografía se convirtió en mi forma de superarlo, fue mi muleta.

— Los años noventa, cuando empieza tu trabajo fotográfico, fueron una época en que el tema del cuerpo cruza toda la reflexión de las artes visuales. En tu caso, sintonizó con lo que sucedía en el país...
Eres una esponja que absorbe todo lo que está pasando y lo sumas a lo que quieres decir. Yo me daba cuenta de que fotografiaba desnudos en bolsas transparentes... ¡Era todo tan tétrico! Era la muerte, lo que vivíamos entonces. Para proteger mis desnudos, tan bonitos y de composiciones agradables, los ponía en bolsas plásticas para protegerlos de lo que pasaba fuera. En una sesión, llegué a encapuchar y amarrar a una modelo. Sin ser muy política, ha habido siempre activismo contra la violencia de género en mi trabajo. Una semana después, sucedió el atentado en Tarata. Perdí mi estudio y muchos de mis archivos, todo estaba destruido. No sabía como darle un sentido a eso. Cuatro años después, en 1996, recuperé algunos archivos, volví a trabajarlos y de allí salió mi serie “Procesos alterados”. No quería enseñar esas de destrucción, pero decidí despegarme de ellas, y allí están. Fue una catarsis. Debía compartirlo.

— En tu serie “Memoria compartida” reflexionas sobre la identidad femenina a partir de las fotografías tomadas por tu padre. ¿Cómo fue ese proceso?
No hubiera tocado sus archivos de fotos si él hubiera estado allí para conversar sobre ellos. No hubiera tenido esa necesidad. Pero me dejó esa caja con fotografías, y fue como si me invitara a hacer un trabajo de detective. “Memoria compartida” sale a partir de esas imágenes. Allí es cuando empiezo a trabajar en la fotografía de otra manera. Tenía que hablar a través de su archivo. Copié sus negativos, fotocopié las imágenes en grande y empecé a redibujarlas a lápiz. Pasé meses sobre un caballete. Y empecé a meterme en esas imágenes. Es difícil decir hasta dónde puede ser cierta la memoria recuperada, pero al dibujarlas, revivía los bajos de mi casa, su desorden, los juegos con mis hermanos y el perro, el poco cuidado jardín. ¡Éramos pobres! De pronto esas imágenes empiezan a enriquecer mi capacidad de recordarlo. Él había dejado su mirada de mi niñez en esas fotos. Esta obra ha sido expuesta en siete países diferentes, y donde va ha tocado al público. Todos tenemos una infancia.

— En tus últimas obras vuelves al desnudo, como lo hacías décadas atrás. ¿Por qué?
La última sesión para la serie “La caja” me costó muchísimo. Es fácil ser joven y poder trabajar con tu cuerpo. Pero como me dijo el chileno Roberto Edwards, con quien trabajé cuerpos pintados, el reto era trabajar toda mi vida con mi cuerpo. Si no, mi trabajo no iba a tener validez. Por eso me metí en la caja de nuevo, después de 20 años. Para mí es importante terminar esta muestra y decir aquí estoy, vigente, y sigo. Esta no es una retrospectiva, la muestra de alguien que ya terminó su carrera y no piensa hacer más.

MÁS INFORMACIÓN
​Presentación del libro: miércoles 6 de setiembre, 7:30 p.m.
Lugar: galería John Harriman (Jr. Bellavista 531, Miraflores).

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