Don Quijote y Sancho Panza en miniatura en la palma de Ortuño. Los cuentos de "La vaga ambición" abordan el absurdo, la resistencia de un escritor y otras peripecias. (Foto: Alonso Chero)
Don Quijote y Sancho Panza en miniatura en la palma de Ortuño. Los cuentos de "La vaga ambición" abordan el absurdo, la resistencia de un escritor y otras peripecias. (Foto: Alonso Chero)

La gorra de Antonio Ortuño, prenda habitualmente inseparable del escritor mexicano y acaso escudo personal para protegerse del caos, circulaba por la Feria del Libro de Lima. Un logo cadavérico resaltaba en ella. Un señor lo divisó, se entusiasmó y le dijo:

–Qué linda gorra. ¿Cuál es su relación con la catrina y la cultura de la muerte mexicana?

Levemente desconcertado y tal vez divertido, el escritor le tuvo que explicar que su vínculo con esa fiesta de la muerte no es tan profundo y que ese logo representa a Misfits, los embajadores del punk rock estadounidense. Todo indicaba que el señor no tenía la menor idea sobre quién diablos son los Misfits. Confusión 1.

Un alter ego de Ortuño, también escritor, estaba sentado en una librería para dar entrevistas sobre su nueva novela. Él decidió llevarles un regalo a sus hijas y tomó un manual sobre la crianza de perros. Un reportero de la televisión divisó el manual, lo agarró sin permiso, lo revisó y lo devolvió. Luego le preguntó por qué había lanzado un manual de este tipo después de varias colecciones de relatos y novelas. Este enredo figura en el cuento “El príncipe con mil enemigos”. Confusión 2.

De vuelta a la realidad. Para dar la entrevista a este diario, Ortuño se sentó cerca del auditorio en el que Richard Ford, el señero escritor estadounidense, acababa de ofrecer una charla. Bullía gente. De repente, voz, guitarra, bajo y batería comenzaron a resonar. Quizás gratamente sorprendido, Ortuño ironizó:

–Salvo que Richard Ford se haya vuelto loco, pero creo que no es Richard Ford lo que pasa ahí.

Se le explicó que esa sonoridad pospunk era de Voz Propia y de su clásico “Ya no existes”, un tema que navega por el desgarro o el lirismo feroz, y que sintonizaría con una novela de Ortuño como “La fila india”.

El motivo de la última visita de Ortuño a Lima se debió en gran parte a "La vaga ambición". Precisamente, en este libro de cuentos que fue distinguido con el Premio Ribera del Duero, abundan las confusiones, absurdos y sorpresas en la vida de un escritor, así como la tragedia, la furia, la sobrevivencia, la originalidad y un sentido del humor que destruye cualquier asomo de solemnidad.

Ortuño, autor de Guadalajara, es también un melómano autorizado y muy decente baterista. En el momento de la entrevista, además de la gorra, calzaba un polo de Ramones y una casaca de Buzzcocks.

— ¿El humor va más allá de la risa? ¿Es una herramienta de sobrevivencia?
Pienso que es una herramienta de fricción con la realidad. Pero creo que el humor no resuelve nada, ¿no?

— ¿Entonces para qué sirve?
Para hacer habitable la realidad, la cual puede ser profundamente desagradable y asquerosa. La autoironía es una de mis maneras de estar en el mundo: convertir algo incómodo en un momento entrañable porque te ríes de tu desdicha con otra gente que se ríe de su desdicha. Eso me parece hermoso. Por ejemplo, en el servicio militar, del cual me salí –esto se lo acabo de confesar accidentalmente a mi familia hace poco y a lo mejor no lo deberías consignar, porque quizás me multan–, me rompieron la nariz de un culatazo porque había roto la fila junto con otro tipo. Nos estábamos riendo porque nos habían dado unos lonches con queso de puerco, algo verdaderamente repulsivo. Luego nos enfermamos. A este amigo y a mí nos pasaron muchas cosas, y lo que hacíamos era reírnos como imbéciles. Yo disfrutaba mucho de esa risa imbécil y desesperada.

— ¿La sátira puede tener dignidad?
Creo que puede tener una dignidad muy clara. Cuando el poderoso satiriza, esa es una sátira olímpica de quien se siente superior a los demás y los señala con su índice de fuego. Pero cuando la sátira sirve para bajar a tierra al poderoso, esa parte me gusta porque hace una especie de tabla rasa y demuestra a los príncipes que ni ellos están a salvo de la risa. Se pueden proteger de las balas, los ataques y las consignas, pero de la risa no.

— Me reí mucho con "Quinta temporada", el cuento que satiriza el mundo de las series. Como escritor, ¿se puede sobrevivir a Netflix y a las series?
No sabemos si vamos a sobrevivir o si terminaremos siendo empleados por esta industria. Ahí hay muchos escritores y gente de grandísimo talento. El cuento trata de discutir el cambio brutal que va de una autoría individual hacia las implicaciones de una autoría colectiva e industrial que cambia por completo las reglas del juego. Creo que esto acaba con la figura del escritor y lo hace dependiente de los productores, del público... Es una discusión abierta. Por supuesto, hay cosas de las series que me interesan mucho. Sigo reflexionando. Tengo más preguntas que respuestas.

— ¿Este cuento es una suerte de revancha de la literatura hacia la televisión?
No necesariamente, pero sí una sonrisa un poco cadavérica, si se quiere. La literatura es un vicio que tiene como 5.000 años, ¿no?, y que no se ha rendido a los invasores. La gente cree que Twitter puede matar a la literatura, pero si no la mató el teléfono, el cine, los aviones y los trenes, nada podrá hacerlo. Por el contrario, la literatura devora todo. Tengo la esperanza de que la literatura devore incluso la creación industrial y salga de ahí magullada pero triunfal.

— Eres un hombre con fe.
Yo le voy al Atlético de Madrid y a las Chivas de Guadalajara, que son dos subgéneros del sufrimiento en sí mismos. Mi principal teórico literario es el 'Cholo' Simeone.

— Es el gusto de jugar con el cuchillo entre los dientes.
Por supuesto. Y morder y patear. Esa estética del obrero me gusta, que no es la del inmaculado trabajador protestante.

— Tengo entendido que eres fan de bandas como Sonic Youth, Pavement o Pixies. ¿Qué te han aportado ellas a nivel literario?
De muchas formas. Desde la agudeza y el humor, pero con una plena conciencia artística. Black Francis, de Pixies, tiene esta coquetería de hacerse el tonto, cuando en realidad es un tipo brillante, un comentarista agudo que tiene sus referentes muy bien puestos. Yo llegué a decir que, para mí y no para el mundo, Black Francis ha sido más importante que García Márquez en la formación estética de lo que hago, con lo cual escandalicé un poco a la gente. En la nueva edición de "Agua corriente" [su libro de cuentos ahora editado por Tusquets], escribí un pequeño prólogo sobre la relación de esos relatos con la música y el punk rock, y sobre el asunto de ser fuerte, contundente, crítico, divertido, ir al grano y con pocos recursos para construir mucho. Pero la primera banda de la que estuve enamorado fue The Clash.

— Creo que su disco “Combat Rock” está por encima del “London Calling”
Yo los pongo en el mismo nivel. “Combat Rock” fue el primer disco que tuve. Lo había comprado mi hermano, pero como era más metalero, “Combat Rock” lo decepcionó y lo dejó ahí botado. Cuando mi hermano salía de la casa, yo lo ponía y ponía, hasta que lo rayé. Mi hermano nunca se dio cuenta.

— Era un vinilo.
Sí. Estamos hablando de 1986.

— El CD estaba apareciendo.
Mi primer CD fue el “Wowee Zowee”, de Pavement.

— También te gusta Buzzcocks [señalo su casaca].
Cuando ocurrió lo del premio y tenía que irme a España, vi que las temperaturas iban a estar alrededor de los 40 grados. Entonces fui a un mercado llamado San Juan de Dios y me compré todas las playeras de punk que encontré.

— Vuelvo a "La vaga ambición". El libro está dedicado a la memoria de tu madre. ¿De qué manera ella te influyó literariamente?
Mi madre escribía y tenía un profundo amor por la literatura. Tenía una biblioteca en casa, leía cosas muy variadas. Le gustaban mucho Lorca y los poetas de la Generación del 27.

— Los que te aburrían, me imagino.
Sí, pero les tengo afecto, porque eran las lecturas de mi madre y porque ella era muy ‘lorquiana’ en muchos sentidos. Yo jamás le dije: “Quiero ser escritor”. Comencé a escribir y eso fue algo bastante natural. No fue un tema de conversación en la que uno se sienta y la madre te dice: “¿Y de qué vas a vivir?”. Mi madre vivió lo suficiente como para ver que me traducían y me leían. Ahora cada libro que escribo me da una especie de dolor, porque ya no lo puede leer mi madre. Literariamente, ella fue una influencia absoluta. Nunca me puso obstáculos. Creo que sentía una satisfacción profunda de que yo escribiera.

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