“Aterrizaje forzoso”, por Renato Cisneros
“Aterrizaje forzoso”, por Renato Cisneros
Renato Cisneros

La proyección de “La chica danesa” en la pantalla del asiento se vio repentinamente interrumpida por la voz del piloto. Cual locutor de radio, el hombre anunció el flash electoral, propiciando un sinfín de murmullos a lo largo de la cabina. Queríamos más información: los resultados a boca de urna nos habían dejado, literalmente, en el aire. Segundos después, el piloto abrió el micrófono nuevamente. “Ajusten sus cinturones, estamos por entrar a una zona de turbulencias”, dijo y, dada la coyuntura, aquello parecía más una recomendación política para la segunda vuelta que una advertencia técnica de rutina.

Urgido como estaba por saber la evolución de las cifras oficiales, oír las tradicionales especulaciones de analistas de todo pelaje, y conocer la composición del nuevo Congreso, se me hizo imposible reconcentrarme en la película de Tom Hooper –donde Eddie Redmayne llevaba ya varios minutos de travesti conflictuado– y me limité a esperar con ansiedad la llegada a nuestro destino, México.

De pronto, una señora, dos asientos más allá, comentó que su esposo iba a votar esa mañana por Barnechea pero a último minuto “se cambió a PPK”, haciendo caso a esa publicidad que –bajo el apocalíptico título ‘48 horas para salvar al Perú’– se viralizó por las redes hace una semana atrás; en ella, un grupo de comensales instaba a la ciudadanía a votar a favor de Kuczynski en primera vuelta porque de lo contrario el Perú quedaría “destrozado”. Una figura pasaba inadvertida en la pieza: el mozo que tomaba en silencio la orden de los angustiados parroquianos.

A raíz de la confesión de la mujer, me pregunté cuántos otros electores se habrían dejado persuadir por ese video tremendista que, conscientemente o no, reforzaba la impresión de que en el país hay ciudadanos de distintas categorías: los que mandan, cuya voz debe ser escuchada, y los que obedecen, callan y solo pueden rumiar sus pensamientos en la trastienda o la cocina.

Una vez en el Benito Juárez, la congestión migratoria en los pasillos del aeropuerto no hizo sino inquietarme más, casi tanto como el posterior atoro en que se vio atrapado el taxi que, camino del hotel, a la salida de la avenida Río Consulado, se topó con una manifestación zapatista contra el gobierno de Peña Nieto. Los temas de Ricardo Montaner y Luis Miguel que botaban los parlantes poco ayudaban para sofocar mi neurosis.

Privado de plan de datos en el celular, solo la red Wi-Fi del hotel me serviría para revisar las noticias de Perú. Sin embargo, al llegar al lobby, mis gentiles anfitriones insistieron en que fuéramos a comer antes de que pudiera siquiera registrarme, y no tuve corazón para negarme.

Así, recién a la medianoche, después de haberme excedido en la ingesta de chapulines con guacamole, hoja santa con quesillo y un crocante muslo de guajolote, todo regado por unos poderosos mezcales en un restaurante de Coyoacán, pude llegar a rastras a mi habitación, conectarme a Internet y revisar con paciencia los datos pormenorizados de la votación.

Al estado de incipiente borrachera en que me hallaba, se sumaron la amargura por los resultados generales, el cansancio del jet lag y la vertiginosa sensación de que estas elecciones han sido algo así como un aterrizaje forzoso.

Para la segunda vuelta, necesitamos un clima propicio  para el despegue y, sobre todo, una tripulación que ofrezca garantías. No vaya a ser que convenga más quedarse varado antes que abordar con miedo a que el nuevo piloto nos haga el avión.

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