Conocido internacionalmente por su gran capacidad para reinventarse en cada nuevo libro, el escritor chileno Carlos Franz presentó hace algunas semanas en Lima su novela “Si te vieras con mis ojos” (Alfaguara,2015).
Valiéndose de hechos históricos y de personajes reales, el autor incursiona en la ficción a través de un triángulo amoroso entre el pintor alemán Mauricio Rugendas, el científico Charles Darwin y la escritora chilena Carmen Arriagada.
“En Perú puede tener interés esta novela porque Rugendas vivió en Lima durante dos años, así que también es un personaje de la historia peruana. Él recorrió Puno y Cusco. Hizo largos viajes y muy difíciles. Y también tuvo aquí relaciones eróticas”, me dice Carlos Franz al inicio de esta charla.
“Si te vieras con mis ojos” es una novela muy bien lograda en la que si bien parece ser una mujer la que se lleva la atención inicialmente, los varones no se quedan atrás. Todo bajo una polémica y apasionada forma de sentir amor.
Aquí nuestra charla con Carlos Franz.
-Los personajes principales de la novela son reales. Teniendo en cuenta ese detalle, ¿cuál es el límite que puso al momento de escribir esta historia? ¿Hasta dónde llevar la imaginación en un libro como este?
Lo más lejos posible. La verdad es que la realidad para un escritor de ficción está hecha para sobrepasarla, para mentir y, sin embargo, lo bonito es fijar algunas reglas de juego. Traté de que mi invención entre en lo que no se sabe acerca de la vida del pintor Rugendas, de Charles Darwin y de la mujer que los enamora, que es una chilena de mediados del siglo XIX, Carmen Arriagada, una mujer extraordinaria, una escritora epistolar; pero también quedaban muchos huecos en donde uno podría imaginar una pasión tórrida como esta.
-¿Sería mucho decir que Chile fue el país que más impactó a Charle Darwin en América del Sur?
Es difícil decir cuál país le impactó más. Lo habitual es decir que su paso por las (Islas) Galápagos fue lo más determinante, pero en realidad yo diría que el año que pasó en las costas chilenas fue muy determinante porque subió a los Andes, llegó a las faldas del Aconcagua, cruzó al lado argentino, y allí pudo comprobar las transformaciones geológicas que habían ocurrido tan lentamente y eso, evidentemente, le hizo pensar que la evolución quizás había sido igual de lenta.
-¿Cuál era la noción del amor que tiene la protagonista, que al comienzo parece hacerse la difícil y después termina entregándose casi completamente?
Yo diría que es una mujer bastante audaz para su tiempo, pero de ninguna manera única. No olvidemos que hablamos de 1830 o 1840, que es un momento de gran anarquía, de cambios sociales enormes, con las nuevas naciones independientes. Hablamos de cambios de roles sociales, y las mujeres querían encontrar otro acomodo. Además, esta Carmen es una mujer muy especial, no necesariamente representativa de su tipo. Ella es excepcional, se siente muy sola en ese fin del mundo que fue y sigue siendo un poco Chile. Por lo tanto, ella no sigue reglas, sino que trata de inventárselas.
-Se ha dicho que esta novela es un poco distinta a sus obras anteriores. ¿Cuál es la diferencia esencial?
Todas mis novelas son bastante diferentes entre sí. Suelo buscar nuevos temas e indago los estilos que le corresponden. No soy de esos escritores que al encontrar un estilo es como si se montaran a un caballo bien domado del que no se quieren bajar más. Siento que lo entretenido para el escritor es ir buscando nuevos desafíos, y en la medida en que esos son divertidos para uno pues lo serán para el lector.
-¿Qué plus le da a la historia que la protagonista le vaya hablando a Moro a lo largo de la historia?
Eso refleja en la estructura del libro este triángulo que se convierte quizás en un cuadrángulo de relaciones eróticas. La novela se titula “Si te vieras con mis ojos” porque alude a eso que los amantes del ayer, de hoy y de mañana sufren al imaginar cómo los estará viendo la persona amada. Qué encuentra de amoroso en ella o él. Es un juego de miradas cruzadas. Y entonces sentí que el mejor modo de representar esto en el estilo era esto de que Carmen, recordando a Moro, se pregunte a lo largo de la historia ‘¿cómo me vio?’.
-Siendo Moro, uno de los protagonistas, un pintor, ¿necesitó usted nutrirse de este mundo de la pintura para poder detallar mejor la historia?
A mí siempre me ha gustado mucho la pintura, me gusta particularmente la pintura paisajista del siglo XIX en general, así que tengo una aproximación al tema. Y es fascinante porque es justamente el momento en el que las artes visuales iban a llegar a su máximo desarrollo representativo antes de la fotografía, el cine y todo lo que iba a acabar con la “necesidad” de representar de ese modo el mundo. Entonces los artistas de esa época han alcanzado una enorme destreza y una enorme capacidad de poner su sensibilidad en los objetos que están representando. Y yo traté de mostrar eso en la novela y de pasada recuperar las técnicas literarias de representación del paisaje, de los retratos literarios de personas, que eran tan importantes y hoy lo son menos, porque yo creo que los escritores somos hoy víctimas de una cultura audiovisual en la que se da por hecho que las imágenes dicen más que las palabras.
-¿Se considera un crítico de la literatura de entretenimiento?
No. Soy un crítico de la literatura del aburrimiento. Trato de que mis novelas aborden varios desafíos, que sean novelas inteligentes, emocionantes, profundas y entretenidas. Porque no se saca nada con hacer todo lo anterior si no es entretenido, porque abandonan tu libro en la página cinco.
-Usted ha dicho que el escritor es como un marido engañado, porque es el último en enterarse de qué realmente van sus libros. ¿Le pasó lo mismo con esta historia?
Sí, por supuesto. Supongo que en la medida en que este libro vaya encontrando lectores, estos me darán nuevas interpretaciones, me dirán cosas que no sé del libro. Es importante no pretender saber todo de los libros que uno escribe, porque los personajes deben tener libertad y secretos.
-Dos elementos que también encuentro en la novela son el humor y el erotismo. ¿Cómo hacer el balance correcto de estos factores para no caer en excesos?
Es muy difícil. No sé si logro el balance correcto. Lo que sí sé es que debe haber un balance o juego, porque el erotismo bordea lo ridículo. La pornografía, que puede ser muy seria, mirada desde cierta distancia es ridícula. Menos que obscena es más bien absurda. Sin embargo, sin un porcentaje de representación gráfica del sexo como hay en esta novela, seríamos hipócritas. Porque los amantes quieren meterse a la cama y hacen, desde que el mundo es mundo, más o menos las mismas cosas. Pero más bien, me parece que la palabra correcta no es balance. Lo que trato es de acercarme al borde, mirar en ese abismo, dejarme tentar por él y que lo mismo pase con el lector.
-¿Ha logrado ya encontrar la forma de no caer en clichés al escribir?
Sí, es algo que yo critico mucho. El cliché es lo más fácil, pero por eso mismo no se puede considerar una verdadera creación. Los clichés son formatos y lo que uno busca son formas.
-¿Se animaría a escribir alguna vez un libro sobre su experiencia como padre?
Sí, puede ser. Pero nunca sé lo próximo que escribiré. Puede que sí lo haga porque eso fue una experiencia muy fundamental en mi vida.