Trelles Paz vive desde hace casi 20 años fuera del Perú, pero está siempre pendiente de la coyuntura local. Reside actualmente en París. (Foto: Eduardo Cavero)
Trelles Paz vive desde hace casi 20 años fuera del Perú, pero está siempre pendiente de la coyuntura local. Reside actualmente en París. (Foto: Eduardo Cavero)
Juan Carlos Fangacio

El Diego que protagoniza “La procesión infinita” no es el mismo Diego que escribió la novela. Pero el juego de espejos es obvio. Sobre esos pliegues entre ficción y realidad, y sobre varios otros temas, conversamos con el autor.

—No es una autobiografía, pero sí hay elementos autobiográficos. ¿Cuánto de cada cosa hay?
Lo que pasa es que el personaje del Chato aparece casi en todos mis libros, salvo en “Bioy”. En esta novela en específico no sé si sea tan importante saber qué es factual y qué es ficticio. Sí es bastante autobiográfica, aunque nunca fue pensada como una novela de autoficción. Además, uno siempre está jugando sobre la base de lo real y el Chato es parte muy importante de mi proyecto narrativo. Pero también me identifico con muchos otros personajes y, eso sí, estoy convencido de que uno debe estar dispuesto, como creador, a que el personaje se independice de su moral. Y para ello hace falta comprender que la naturaleza humana es siempre contradictoria.

—También hay personajes inspirados en personas reales que conoces, ¿no?
Hay varios. O, en todo caso, hay deformaciones. Pero es cierto que “La procesión infinita” dialoga con el Perú de hoy sin inventar mucho. Yo trato de que la novela sea verosímil, que la ficción se acerque mucho a lo real. Y normalmente el proceso de crear personajes viene de experiencias que no necesariamente tienen un orden fijo.

—La novela tiene un contenido sociopolítico, de memoria, de la resaca de los peores años del país. ¿Buscas que genere un efecto en el lector?
Sí me gustaría generar un efecto, claro. Pero no escribo pensando en las consecuencias de ese efecto. Me basta con que la novela te genere algo, así sea un efecto negativo, una molestia. El espacio en el cual la ficción triunfa es aquel en que lo falso se constituye en verdad. Aquí hay enigmas que pueden generar sorpresas y otros que quedan irresueltos. Me interesa el proceso por el cual el lector se apropia del libro, interpreta los enigmas y desafía al autor.

—¿Sientes que es un libro escrito desde la desesperanza o la indignación? ¿Los sentimientos negativos son insumos más interesantes que los otros?
Definitivamente uno tiene que escribir desde aquello que le afecta. No importa si escribes ciencia ficción o novelas de aventuras, creo que un buen libro nace de una insatisfacción, de una necesidad de llevar a cabo un trabajo que puede ser hasta terapéutico. Lo que sí tiene que tomarse con pinzas es el peligro de que el creador caiga en un panfleto sobre lo que piensa. En esta novela hay dos tipos de duelo: uno personal, sobre cómo los personajes vivieron la dictadura; y otro del país, que me parece sigue en la etapa de la melancolía. Mi libro invita a reflexionar sobre eso, pero no a tomar una posición. Lo que sí creo es que después de años de ruina económica y violencia, pasamos a una especie de narcisismo exacerbado y chauvinista sobre la prosperidad. Pero eso ha implicado un individualismo que aún no nos alcanza para llamarnos nación.

— ¿Y lo que está ocurriendo en Venezuela no es parecido a ese desastre? ¿No crees que también es condenable?
Es absolutamente condenable y lo he condenado varias veces. Lo que pasa es que cualquier voz que sea disonante con lo que pasa en Venezuela, automáticamente se toma como una voz de apoyo, como si todo fuera blanco y negro y no hubiese grises. Lo que yo defiendo es que no haya una injerencia política extranjera en un gobierno que, es cierto, está en una situación insostenible.

—Volvamos a la literatura: has publicado también hace poco un ensayo sobre la literatura detectivesca que ganó el premio Copé. ¿Lo escribiste a la par de la novela?
No, la matriz de ese ensayo es mi tesis doctoral del 2008. Yo no escribo policiales, pero sí me interesan como teórico. Porque el lector siempre tiene que descubrir algo en mis ficciones, aunque no haya detectives. Muchos escritores que me formaron, como Piglia y Bolaño, han escrito policiales atípicos para romper el arquetipo. Un medio como el latinoamericano, por su historia misma, impide llevar a cabo un modelo de policial como el anglosajón o el francés. Por eso la tesis de mi ensayo es que en el Perú y la región hay que quebrar el policial clásico, reformularlo. Y creo que “La procesión infinita” cumple esos ritos.

—¿Qué habrías sido si no hubieses sido escritor?
Una respuesta bonita sería la de Bolaño: policía. Pero como detesto la violencia, diría que político.

—Pero eso te pone más cerca del criminal que del policía...
[Risas] Bueno, es cierto que en este país hacer política normalmente es sinónimo de robar, pero creo que siempre he tenido capacidad de liderazgo y principios básicos que trato de mantener firmes. Aparte de eso, siempre me afecta lo que pasa en el país, pese a que vivo fuera casi 20 años. Igual agradezco poder ser escritor y no político. Y lo que sí me interesa es la figura del escritor –y del intelectual en general– que puede opinar. Eso es algo que se ha ido perdiendo.

MÁS INFORMACIÓN
Título: “La procesión infinita”
Autor: Diego Trelles Paz
Editorial: Anagrama
Páginas: 220

Presentación en Librería Sur
Av. Pardo y Aliaga 683, San Isidro. Hoy, 7 p.m. Presentación a cargo de Antonio Gálvez Ronceros y Santiago Pedraglio. Ingreso libre.

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