De todas las antologías dedicadas a los narradores peruanos surgidos durante los años ochenta, tal vez ninguna sea más sólida y perdurable como “En el camino” (1986), a cargo de Guillermo Niño de Guzmán. Su más alta virtud es que los cuentos de Cronwell Jara, Siu Kam Wen o de Alonso Cueto, entre otros, recogen un cierto espíritu generacional sustentado en intereses y temáticas compartidos. La coincidencia más recurrente es la indagación de distintos tipos de relaciones humanas que la realidad circundante contaminaba hasta convertirlas en representaciones de la violencia y la incomunicación colectivas que caracterizaron ese dramático periodo de nuestra historia.
Dos años después de la publicación de “En el camino”, apareció “Horas contadas”, el debut de un joven narrador limeño llamado Jorge Valenzuela (Lima, 1962), cuyos relatos mantenían no pocas similitudes con aquellos de los narradores anteriormente mencionados. Estos textos fueron el inicio de una trayectoria signada por la evolución hacia una voz más reconocible y original testificada en su última entrega, “El secreto de Marion y otros cuentos”, antología personal que repasa una obra con más de tres décadas de paciente recorrido.
Es bastante clara la influencia de Julio Ramón Ribeyro en los cuentos más antiguos de esta compilación, como “El secreto de Marion”, “No juegues con fuego” o “Después de mi padre”. Se comprueba en ellos el esfuerzo por un lenguaje eficaz, limpio de quistes retóricos, además de una inclinación realista centrada en seres marginales –desde variadas dimensiones– cuyo desvalimiento ante situaciones determinadas los obligan a decisiones presuntamente sorprendentes. El mayor mérito de estas narraciones iniciáticas se halla en algunos pasajes donde el suspenso psicológico se mantiene y acrecienta por medio de giros argumentales o reflexiones que conducen a los personajes hacia los abismos de la culpa, lo sórdido o lo luctuoso. Lo dicho alcanza su expresión más lograda en “El secreto de Marion”, aunque padezca de la misma limitación que los otros relatos: finales proyectados para asombrar al lector, pero que se presienten con mucho anticipo, lo que es un defecto en historias que descansan en una anécdota que exige una resolución pergeñada con cierta prestancia.
“Valenzuela es un narrador adscrito sin dudas ni murmuraciones a las formas del cuento clásico”
Estos problemas se atenúan significativamente en los cuentos posteriores, donde afloran las primeras señales de una madurez creativa. “Viejos perros”, por ejemplo, echa mano de una conclusión onírico fantástica que puede leerse al mismo tiempo como una satírica y lacerante crítica ideológica. Hay una palmaria voluntad de trascender la peripecia bien narrada y complejizar el plano simbólico subyacente. Es lo que ocurre también con “La bella Ami Arakaki”, relato sobre una habilidosa titiritera que enreda entre sus hilos a la vida y la muerte de dos hombres desestabilizados por la precarización del entorno y sus sentimientos desnortados hacia ella.
Si hasta ese momento Valenzuela había preferido ambientar los infiernos mínimos (título de otro de sus últimos libros) en la irrespirable coyuntura del Perú de los años ochenta y noventa, escarbando en la decadencia moral y material que nos hostilizaba, presenciamos luego un cambio radical de objetivos y escenarios, sin dejar nunca de lado su pesimismo contenido, pero siempre agazapado en cada resquicio, en cada sombra inadvertida. Valenzuela edifica retratos del exilio en distintas ciudades de América y Europa, teñidos del horror y la locura provocados por un pasado que no cesa de atormentar con su ubicuidad (“Calle cerrada”), o que grafican con lucidez el funcionamiento de los sutiles mecanismos de la segregación en el destierro en una de las más civilizadas urbes del Primer Mundo (“Washington”).
La última etapa registrada en este volumen supone un revitalizado regreso del autor –dueño ya de un oficio depurado, pleno de diversos recursos– interesado en descifrar las fibras del desvencijado tejido social peruano que luego del espanto ochentero no ha conseguido reconstituirse con discernible armonía. Destaca, en ese sentido, “El fin”, cruel fábula acerca del sordo diálogo entre un taxista y su pasajero, puntuado por un odio y un resentimiento tan rotundos que puede mantenerse solo con miradas y silencios. Valenzuela es un narrador de la vieja escuela, adscrito sin dudas ni murmuraciones a las formas del cuento clásico, cuyos secretos ha logrado dominar convincentemente. Esta antología es una buena muestra de esa conquista literaria y personal.
LA FICHA
Autor: Jorge Valenzuela.
Editorial: Campo Letrado.
Año: 2020.
Páginas: 170.
Relación con el autor: ninguna.
Calificación: ★★★1/2.
Dos libros de Jorge Valenzuela
“Horas contadas”
( 1988 )
Como bien apuntaba el propio Valenzuela, los cuentos de sus libros tempranos (como este) estaban marcados por la sombra de autores gravitantes, “desde el austriaco Robert Musil, hasta el argentino Ernesto Sábato”. Influencias que conjugaban una violencia clara, pero también una fuerte oscuridad interior.
“Infiernos mínimos”
( 2014 )
Los guiños literarios y metaliterarios de este conjunto de cuentos no pierden la perspectiva de sus obsesiones principales: la soledad o la angustia de seres humanos que transitan escenarios muchas veces inauditos, pero casi siempre de forma introspectiva. Una constante pugna entre el individuo y su terreno social.