Casciari divide sus días entre presentaciones en la FIL Lima y lectura de cuentos en público. (Foto: Juan Ponce)
Casciari divide sus días entre presentaciones en la FIL Lima y lectura de cuentos en público. (Foto: Juan Ponce)
Dante Trujillo

A estas alturas, parecería poco lo que habría que contar de Hernán Casciari que no se haya dicho ya. En crónicas, en entrevistas, en sus charlas y presentaciones públicas y, sobre todo, en sus propios escritos: Casciari (Mercedes, provincia de Buenos Aires, 1971) escribió un blog llamado “Más respeto que soy tu madre” que, al adaptarse al teatro, le dejó tanto dinero que le permitió por un tiempo una vida sin apuros, y la posibilidad de encarar proyectos salvajes.

Lo que escribía en Internet ganó miles de seguidores, entregó media docena de libros, y se atrevió a desafiar el mercado editorial “matando al intermediario”, decidiendo él mismo cómo llegar a su público. El pico más alto de esta aventura en Barcelona fue “Orsai”, una revista de lujo sin una sola página de publicidad ni distribución convencional, y las colaboraciones de algunos de los más notables escritores y artistas conocidos.

Pero esa etapa se acabó. La revista llegó a su fin (por un tiempo), y a fines del 2015, en un momento crítico, sufrió un infarto. La vida entonces se le volteó como un guante.

En la FIL Lima presentó el primer número de la nueva era de “Orsai”, esta vez 100% argentina, incluso mejor, si cabe. Si se lo perdió, tiene una nueva oportunidad de ver y escuchar a Casciari el sábado 5 de agosto, desde las siete, en la librería Sur (Pardo y Aliaga 683, San Isidro).

Como adelanto, le dejamos esta charla, donde habla de su casi muerte, de las locuras que hace sobre el escenario, de la revista y de sus nuevos proyectos. Y es que si Messi es un perro —como escribió una vez en un celebérrimo texto—, él mismo es una fiera. Una imposible de domar.

Hernán Casciari. (Foto: Juan Ponce)
Hernán Casciari. (Foto: Juan Ponce)

Empecemos por el nuevo principio: casi te mueres. ¿Cómo fue?
Me dio miedo. No es como si te agarrara un camión y te vas sin entender lo que ocurrió. Yo sabía que en algún momento de los cuarenta y pico me iba a dar eso, porque veía que todos los gordos fumadores se morían a esa edad, y había puesto tantas veces el 061 del hospital como primera opción en el teléfono, pero nunca hice nada para evitarlo porque mi fuerza de voluntad es cero. Y cuando pasó… es horrible saber que eso que está llegando a ti es la muerte. Me subieron a un auto, y yo me iba desmayando, entendiendo que durante un infarto la respiración no va en automático, tenés que hacerlo en manual, todo un trabajo, ¡y duele una bocha! Tratás de no emocionarte, porque si lo hacés el diafragma se va por el lado de la emoción, y no por el de la respiración. Pensaba en mi hija, en lo que estaba dejando en Barcelona, en que esa misma mañana… Y al mismo tiempo se te duerme el cuerpo, primero el brazo, te va trepando, y se te baja la presión, y te das cuenta de que si te desmayás nadie va a poder respirar por vos, no vas a tener esa conciencia de la respiración. Y entonces, sí, te morís.

Tomar conciencia para no tomar conciencia.
Hacerlo para decirte “no hagás de esto literatura, no dejés que sea importante”. Un quilombo, es difícil. Pero llegamos a tiempo, la persona que me llevaba en el auto —el dueño de la casa que habíamos alquilado esa misma mañana en Airbnb— encontró un patrullero, que se puso delante, con las luces. Si no, no llegaba. Sin patrullero no pasaba, no estaría aquí, hablándote.

Es curioso que estando a punto de recomenzar una etapa hayas estado tan cerca del fin.
Yo sabía que estaba dejando en España una de las cosas que más me importan en la vida, que es mi hija, y eso te parte el corazón. Pero dejó de ser metafórico y se convirtió en literal, y me ayudó. Fue una bisagra, lo que generó que sucediera todo lo demás. El infarto propició que me terminara de convencer de volver a Buenos Aires.

¿No estaba previsto hasta ese momento?
Ya estaba separado, solo que no quería estar a 12 mil kilómetros de mi hija. Pero cuando me dio el infarto en Montevideo, el médico me dijo “por la presión, ni se te ocurra subirte a un vuelo interoceánico, al menos durante tres o cuatro meses”. Entonces me quedé a vivir en Argentina, hablé con mi hija, y le dije que estaba pensando en quedarme. “Ven, que te lo quiero contar”. Eso desencadenó algo, un animal salió de la jaula.

Yo tenía pensado hacer viajes cada vez más largos a Buenos Aires, había empezado a conocer a otra persona acá, pero todo pasó de repente más rápido, y comencé a vivir donde quería y con quien quería.

Como una nueva oportunidad.
Es ridículo lo que te voy a contar, pero tiene sentido: a mí me parece que los 15 años que viví en España estuvieron mal, de alguna forma, que llevaron mi vida por un camino por el que no me habría ido nunca si no me hubiera marchado. Y creo que el infarto corrigió el surco del disco. Aparecí de vuelta en el mismo barrio, un poco más flaco [N. del R.: Casciari bajó 17 kilos tras el infarto. Ya recuperó nueve]; un tipo que no fuma, que está bien, que hace otras cosas. En Buenos Aires salgo a la calle y siento que todo lo que me rodea es mío, que lo conozco, lo quiero. El infarto como que me hizo volver al camino natural.

¿No hubieras podido solo?
¿De dónde salen esos cambios? ¿Del consejo? ¿De cuando te dicen “che, cuídate”? ¿No sabés la cantidad de veces que me dijeron eso? ¿De 31s de diciembre en los que me impuse esa promesa, para el dos de enero olvidarlas? Un infarto es un 31 de diciembre pero en serio, y los consejos te los da ahora uno vestido de blanco.

Y fue, precisamente, en diciembre.
6 de diciembre del 2015. Y fíjate que el 15 de ese mes, nueve días después, se cumplían 15 años de mi vida en España.

¿Algo de eso te ha despertado un lado místico?
No, yo siempre he sido numerológico. Por ejemplo, hace dos años exactos, cuatro de agosto, conocí a Julieta (por chat, era una lectora), y yo estaba aquí, en Lima. Son pelotudeces que no suelo contar en voz alta, pero que me sorprenden cuando ocurren. Como aquello que dice Paul Auster, que le gustan las rimas de la vida. A mí también me interesa eso.

Vaya. ¿Qué más buenas noticias te trajo el infarto?
Dejar de fumar, comer mejor, hacer una vida más saludable, ser más diurno… ser diurno es rarísimo para mí. Las cuatro cosas que me dijo el médico las tomé muy en serio. Y deje de fumar todo. Fue como si le cerrase una puerta a toda esa parte de mí. Ahora, ni siendo talibán ni tratando de convencer a nadie de nada, y muchas veces sorprendiéndome de cómo carajo hice, porque tampoco me lo creo mucho.

¿Y malas, ninguna?
Cuando hay un infarto siempre dicen que hay necrosis, que los costados del corazón se mueren para siempre; y depende del porcentaje de necrosis que haya, son las posibilidades de que te agarre otro. Mi necrosis fue esta: estaba todo bárbaro, hasta que el diario “El Mundo” de España me pidió que le mandara el texto del siguiente domingo, y yo me senté, y no podía. Les dije que no iba más, dejé de escribir… creo que mi cabeza, sin que fuera consciente, empezó a buscar otras cosas con las cuales canalizar ese placer que a mí siempre me dio escribir, y que había perdido. Luego vinieron la radio, y el teatro, pero no escribía.

"Siempre he sido numerológico", dice Casciari. (Foto: Juan Ponce)
"Siempre he sido numerológico", dice Casciari. (Foto: Juan Ponce)

Espera, antes de lo nuevo: ¿cómo recuperaste el placer de escribir?
Cuando tuve que redactar el editorial de “Orsai”, me pasó lo de siempre, que me dieron ganas de fumar. Y entonces le hice una especie de finta a mi cabeza, y me dije: “No, no voy a escribir el editorial. Voy a escribir lo que voy a decir en el escenario del teatro el día que presentemos la revista”. Y me senté, y fluyó. A las 600 palabras le puse punto, y volví a hablarle al cerebro, pero para decirle “Te cagué, boludo, era el editorial de la revista”. El motor para hacer esto, y que no me den ganas de armar un cigarro, fue creerme que era para leerlo arriba de un escenario. Ahora, ¿por qué funciona así? No tengo la menor idea.

¿Cómo fue el plan de reinserción al regreso?
No hubo decisiones, además de buscar cardiólogo, seguridad social, un lugar para vivir y estar con la familia y los amigos. Pero pronto me invitan al programa de radio [“Perros de la calle”, desde hace 15 años, uno de los más escuchados en las mañanas argentinas]. Les cuento a los conductores que me separé, que me quedaría un tiempo, y no acabé la frase cuando me dijeron “te fichamos”. Y ya, de inmediato comencé a ir una vez por semana, hago un poco de radioteatro, contando cuentos míos y otros que me envían los lectores. Es divertidísimo. En ese momento no lo pensé como una cosa económica. De hecho, les dije que sí sin preguntarles siquiera si pagaban, cuánto… de hecho, descubrí pronto que el mejor pago es la tremenda repercusión que te da para que puedas hacer más cómodamente tu trabajo y vender muchos libros. Y de inmediato vino lo del teatro. Fue todo muy encadenado, pero muy poco estratégico.

Como una conspiración de las buenas.
Claro, y rapidísima. De hecho, solo teníamos ochos días de vernos en persona con Julieta, mi novia, cuando sucedió lo del infarto, y a las semanas la radio, y el teatro...

Espera, espera: ¿ocho días?
Sí. Habíamos hablado un montón, escrito, por teléfono, pero vernos-vernos, ocho días. Ella trabaja en un hospital. Entonces, cuando estuvimos en la emergencia, gestionaba adónde me tenían que llevar, de qué manera me tenían que atender. Fijate que la conspiración fue completa.

¿Y cómo empezó lo del teatro?
¿Recordás eso que hacía aquí, en Lima, o en cualquier sitio, un recital de cuentos? Pues al principio hice lo mismo, pero invité a mi vieja a que se subiera. En realidad, es mi vieja arriba del escenario, y mi hermana, mi cuñado, etcétera, y yo contando cuentos. Y la otra diferencia es que lo hacés una o dos veces por semana, te lo aprendés de memoria, ya no necesitás mirar tanto hacia abajo para ver qué párrafo sigue, y empezás a conocer mejor tu cuerpo, que semana a semana va ganando gestualidad.

¿No hubo una preparación previa?
Ni tuve ni tengo. De hecho, jamás ensayamos. Hicimos la función uno como ensayo número uno: le pedimos a la gente que pagara para verlo, y vamos por el ciento y pico, y siguen siendo ensayos. Cambio muchísimo, imagínate, haciendo esto todas las semanas crecemos, somos doce personas en escena, mis familiares y músicos, gente que entra y sale. Es, como como su nombre “Una obra en construcción”.

¿Pero cómo convenciste a tu familia? Por ejemplo, ¿cómo convenciste a tu madre?
No, mi vieja no me costó nada, aceptó de inmediato. Pero hubo otros, como mi hermana, a la que nunca invité porque estaba convencidísimo de que no iba a querer, por tímida, y sin embargo venía a todas las funciones porque mi cuñado, su marido, sí subía (él sí es muy histriónico). Y pasa que mi sobrina hacía de mi hermana cuando era chica en uno de los cuentos, y un día se resfrió, y mi hermana dijo “Yo lo hago”. Y subió, y me di cuenta de que estaba desesperada porque le digamos que subiera y se convirtió en una más. Ahora, además, cobran bien por hacerlo, hay un contador, facturas, todo eso, porque tiene mucho éxito.

Y también será catártico. Es decir, no creo que lo hagan solo por el dinero, ni por exhibicionismo.
No, no, en absoluto. Es rarísimo: va un año y tanto y nunca hubo ni una sola pelea, y eso que es una familia —y una familia es algo que no siempre funciona—. Y fijate que hemos salido de gira, en esos micros inmensos de estrellas de rock que tiene PlayStation adentro, a muchos lugares, copando hoteles, entrando y saliendo, y todos se divierten como chanchos. No solo de subirse al escenario, sino con todo lo que hay alrededor, que les saquen fotos, que les hagan notas, verse en un cartel grandote con la cara de todos. Ellos tampoco lo tenían previsto.

¿Piensas hacer directamente dramaturgia?
No… aunque capaz que sí. Quizá vengo el próximo año y tengo una obra de teatro, pero no está en el hoy.

Y ahora tienes también un show con el cantante Zambayonny.
Cuando empezó “Una obra en construcción”, mucha gente que me conocía de la radio —donde leo cosas más bien dramáticas— iba al teatro y se partía de risa, y cuando se iba, me decía “Vine con los pañuelitos porque pensé que iba a llorar”. Entonces se me ocurrió un espectáculo especial para los que quieren llorar. Y un día le pregunté a Zambayonny, cenando, “¿Vos no tenés canciones trágicas?”. “Todo lo que tengo es trágico”, me dijo. Y así nació “Tragedias”, donde leo historias que te rompen el cerebro, pero para abajo. Y lo hacemos, un cuento y una canción, con estructura narrativa, transiciones, donde nos reímos de la muerte, del desamor, del azar malo. Sale lindísimo. Es un bajón, la gente llora, se estruja.

¿Y el lado B de eso es lo que ahora también haces con Fabiana Cantilo?
Claro, eso es lo contrario. Con ella hago mis cuentos más luminosos, y elegimos juntos un repertorio con canciones de Serrat, de Piazzola, de Fito Páez. De ahí la gente se va contentísima.

El nuevo “Orsai”. ¿Qué pasó, qué fue lo que hizo que acabara la primera fase?
Chiri [Basilis, su mejor amigo y cómplice] y yo viviendo en lugares distintos. Antes tardé ocho años en convencerlo de irse a vivir a España. Ni bien llegué, lo intenté, pero su esposa no quería porque su papá se había quedado viudo, y no quería dejarlo solo en sus últimos tiempos. Pero luego ocurrió que se murió mi papá, y mi mamá se casó con ese viejo.

¿Qué dices?
Sí. Fue como un enroque, se casaron por la iglesia y todo. Y entonces Chiri y su mujer se pudieron ir a España. Y entonces sí, dijimos ya, hagamos la revista. 2011, 2012, 2013. El 2013 primero se enferma, y luego se muere “mi segundo papá”. Ellos se vuelven. Intentamos hacer dos números de la revista por Skype, y era más aburrido que chupar un clavo. En lugar de esas reuniones largas, grandes, con sobremesas, charlando, se volvió todo triste. Salió la edición 14, el 15, y la 16 decidimos que iba a ser la última. Cuando llegué a Buenos Aires el 3 de enero del año pasado, después del infarto, sobremesa donde Chiri, y lo primero que salió fue “Vamos a hacer otra vez ‘Orsai’, che”.

Hacer esa revista es como un juego, y para jugar necesitamos estar en el mismo espacio físico. Muchas veces me preguntan por la perdurabilidad, la rentabilidad, y para mí todo es un juego, que a veces va a perdida, a veces también a ganancia, pero ese no es el eje. El eje es juntarnos en una mesa, ponemos —ahora— comida y bebida sana, y pensamos en temas, en autores, en cómo la vamos a difundir. Nos divertimos. Ahora la sacaremos cuando se nos antoje, pero en noviembre llega el siguiente número. Se abrió la preventa y la está rompiendo.

Y están Pedro Mairal, y Josefina Licitra… los sospechosos comunes.
Sí, en esta nueva etapa, decidimos no enloquecernos con algo que nos obsesionaba antes, en España, de ser muy hispanoamericanistas, que no se quede fuera el guatemalteco, el boliviano. En esta te vas a dar cuenta de que eso ya no es prioritario. Estamos en Argentina, la hacemos muy argentina, y que la lea y la disfrute el que tenga ganas de hacerlo. Para mí, es mejor, no hay ninguna concesión, no hay negociaciones: todo me gusta mucho. Está funcionando muy bien.

También tienes listo también un libro de cómics con Horacio Altuna.
Yo fui lector de él desde adolescente, siempre fue como un ídolo, hincha de Racing como yo. Lo conocí un poco antes de pensar con la numero uno de “Orsai”, luego lo convencí de hacer un libro con nosotros, lo prevendimos en seis horas, y ganó mucha más plata que lo que ganaba en las editoriales “grandes”. Lo evangelizamos para ese lado y ahora es el director de arte de la revista. Y en esa amistad que fuimos forjando en Barcelona nos juntábamos a almorzar todos los martes, e íbamos despuntando historias, y él me fue enseñando a hacer un guion de historietas. Es un producto de los dos, 12 historias que tienen como eje común que el calor fuera protagonista omnipresente. Entonces le pusimos “Doce cuentos de verano”, y ahora está en imprenta.

¿Qué más? Has vuelto con furia.
El 6 de diciembre, que se cumplen dos años de infarto en Uruguay, en el Congreso Uruguayo de Cardiología de Punta del Este, presento mi nuevo libro, que se llama “El mejor infarto de mi vida”, y es lo que escribí antes y después del ataque. Y contaré la historia con el doctor Vignolo —que es el que me salvó la vida— arriba del escenario. Después replicamos en la Facultad de Medicina de Montevideo, y luego en Buenos Aires.

Todo con Vignolo.
Con Vignolo y con la pareja que me alquiló el departamento en Montevideo. Nos subiremos todos, y haremos lo mismo que hago con mi familia, pero con ellos.

¿Algo más?
Estamos haciendo una película con un chabón que está viviendo aquí en Perú, Javier Beltramino, que un día me mandó un mail diciéndome “Tengo una película que quiero filmar, y quiero que la escribas vos. Ya tengo apalabrado a Diego Peretti [un destacado actor argentino] para que la actúe, y tal”. Y a la vez, le escribió a Peretti, diciéndole lo mismo, pero al revés. “Y quisiera que nos juntáramos los tres en tal lado”. Nos juntamos y el pibe tuvo la delicadeza de llegar tarde. Peretti y yo nos conocimos, empezamos a hablar, se rompió el hielo, y nos dimos cuenta de que fuimos engañados, y comenzamos a soltar pestes de Beltramino… que estaba sentado a dos mesas de distancia, escuchando todo. Se acercó cuando vio que ya estábamos hablando muy mal de él, se sentó, y nos convenció.

La película que se va a filmar en Bélgica, y es la historia de un comediante que pierde la pasión por lo que hace. Deja toda una filmación, la familia, en depresión absoluta, y se va a hacer algo completamente ridículo, conoce alguien y le pasan cosas que le hacen entender lo que le pasa. Una película muy íntima.

Así que tienes todo esto, más criar una nueva hijita.
Sí, con 13 años d diferencia, que no parece tanto, pero es distinta la vida a los 46 que a los 33. Pero estoy feliz, en Buenos Aires, viviendo en Villa Urquiza, a cinco cuadras del último lugar donde viví antes de irme a Barcelona. Porque Julieta es de ahí, y porque yo tomé la decisión de volver al mismo lugar. Fue todo muy azaroso, pero tampoco tanto.

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