Hijo de Ramón Ribeyro: "Me preocupa que la gente joven no lea"
Hijo de Ramón Ribeyro: "Me preocupa que la gente joven no lea"
Eduardo Lavado G.

El departamento en el malecón Souza tiene una vista impresionante. Allí, en 1994, con el cáncer avanzando despiadadamente dentro de su frágil anatomía, Julio Ramón Ribeyro, nuestro más insigne cuentista, escribió la que sería su última obra. Surf hablaba del mar, de los tablistas, pero también de ilusiones rotas, de las ganas de desaparecer.  No sabía el autor –o quizás ya lo intuía– que ese era el cuento final que se sumaría más tarde a los recopilados en La palabra del mudoSilvio en el rosedal o Solo para fumadores.

En ese mismo departamento de Barranco nos recibe Julio Ramón Ribeyro Cordero. El único hijo del escritor ha dejado París para participar en la presentación de La Lima de Ribeyro, un libro que recopila 10 cuentos de su padre junto con fotos emblemáticas de esa ciudad que tanto lo inspiró a lo largo de su producción literaria. Frente al mar, los recuerdos del autor de “Los gallinazos sin plumas” suben junto con la brisa.

¿Qué tanto sientes la presencia de tu padre cuando vuelves al departamento de Barranco donde pasó sus últimos días?
Lo siento no solo aquí, sino en cada libro suyo que vuelvo a leer. La nuestra ha sido una relación casi ideal. Por temas de salud, él estuvo mucho tiempo en casa. El cáncer se lo diagnosticaron cuando yo tenía seis años y el 43. Le dieron seis meses de vida, pero se quedó 20 años con nosotros. Cada calendario que pasaba era un regalo para mi madre y para mí. Cuando falleció, en 1994, no quedaban cuentas  sueltas, pues habíamos hablado de todo.  Éramos amigos, cómplices.

Con el paso del tiempo y el valor que ha cobrado su obra, ¿sientes que le pertenece ahora más al mundo que a ti?
No soy nada posesivo con su figura. Lo único que deseo es que la gente lo siga leyendo. Cuando un escritor muere, generalmente el interés por su obra decrece. En el caso de mi padre no ha sido así. Pero sí me preocupa que la gente joven no lea. Me gustaría que lo busquen más porque es un autor sencillo, popular, sus historias son cortas. Y eso no lo hace ligero. Por el contrario, yo me sorprendo aún de su dominio del castellano.

¿Cuál era el sentimiento que tenía tu padre hacia el Perú?
Él amaba a su país. Si se fue a París, fue por una necesidad intelectual. Era la meca cultural en los años 50 y le permitía aislarse lo suficiente como para poder escribir. Él era abogado. Nunca se tituló, pero si se quedaba acá, habría ejercido esa carrera. Solo yéndose podía desarrollar su vena de escritor. Hoy no sé si queden autores lo suficientemente románticos como él, que decidan irse a vivir a un cuarto y pasar  años horrorosos sin nada de dinero solo por el afán de escribir.

Al final se estableció en Francia. De hecho, tú naciste allá.
Es curioso. Mi padre nunca tuvo amigos franceses. Vivió 25 años en Francia, adoraba su cultura, poder tener acceso a estudios sobre Shakespeare, Dante, Goethe, pero nunca se sintió francés. Sus amigos eran peruanos. Al final no podía más con la nostalgia.

El premio en tu niñez era traerte a Lima...
Esa era una fantasía hecha realidad. Mientras mis amigos se iban a esquiar a la nieve, nosotros veníamos en marzo a Lima. Yo era feliz en la playa, aunque mi padre sufría con eso. Después de las operaciones, pesaba 50 kilos. Parecía un sobreviviente de los campos de concentración. Solo cuando nadie lo veía se podía desvestir.

También lo atormentaba en ocasiones no estar seguro de dar la talla como padre.
Él era más un mentor que un padre. 

¿Era cariñoso o autoritario?
No era autoritario. Cuando fui adolescente y llegaba tarde a la casa, él estaba despierto, pues la enfermedad no lo dejaba dormir. Le  tocaba la puerta y nos quedábamos horas conversando.

¿De qué hablaban?
Nunca de cosas casuales, solo de cosas profundas. Yo le decía estupideces propias de la edad.

¿Como cuáles?
Le decía: “Me siento vacío”. Y él me recomendaba que leyera a Balzac y me explicaba por qué. Nunca mostró desprecio por mi ignorancia.

Tu padre se mantuvo al margen del boom latinoamericano, que tuvo figuras como Bryce o Vargas Llosa.
Desde niño llegaban a la casa escritores que compartían sus obras con mi padre. Él me hablaba de ellos, me leía sus obras, pero nunca le importó referirse a él mismo, porque nunca quiso ser famoso.

¿Cuándo te diste cuenta de que tenías un padre famoso?
Desde que las editoriales de todo el mundo empezaron a requerir que mi padre estuviera en sus catálogos.

¿Fue injusto que no tuviera mayores reconocimientos en vida?
No podría calificarlo de injusto, pues a él mismo eso no le importaba. Mi padre era feliz siendo diplomático, le encantaba escribir. Y sí, creo que sabía que era bueno. Al final llegó el gran reconocimiento con el premio Juan Rulfo, pero no fue algo que él estuviera esperando.

Lea la entrevista completa hoy en Somos.

 

Contenido sugerido

Contenido GEC