Las primeras historias que escuchó fue las de sus abuelos irlandeses afincados en la costa peruana en la época del boom del guano. Luego, están sus recuerdos en La Punta, “ese pequeño velero en tierra firme”, como ella dice, cuyas calles evocan a un puñado de héroes de la Guerra del Pacífico. Y, después, su descubrimiento de las biografías de personajes famosos en la enciclopedia Quillet que le regaló su padre cuando era niña. Todas estas evocaciones forman parte de “La república agrietada”, un libro que la historia Carmen Mc Evoy ha construido como un diario de bitácora de la pandemia del COVID-19, en el que se mezclan sus recuerdos personales, sus columnas dominicales publicadas en este Diario y algunos ensayos inéditos en torno al Perú pasado y contemporáneo.
El título del libro proviene de una estrofa de ‘Anthem’, de Leonard Cohen: “hay una grieta en todo y es por ahí que entra la luz”. “El libro es un collage de mis viejas obsesiones (la cultura de la guerra que todavía nos marca, por ejemplo) con otros temas cercanos a mi corazón: el tiempo, la amistad, la música (el libro tiene su banda sonora que el lector irá descubriendo en sus páginas), la naturaleza o la relación con los animales”, dice la historiadora, como un preludio de esta entrevista.
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–Desde el título el libro nos habla de una “república agrietada”, ¿cómo definir al país que llega al bicentenario desde esa “reflexión esperanzadora” que planteas en el libro?
Es una república que llega al Bicentenario sin oxigeno, sin camas UCI y con un sistema sanitario colapsado, a pesar del esfuerzo titánico de sus valientes médicos y enfermeras. Ahora, con recursos económicos, de los cuales se careció en pasadas crisis sanitarias, el Estado peruano es incapaz de velar por sus ciudadanos que combaten la pandemia en solitario haciendo rifas o empeñando todo lo que tienen para salvar la vida.
Debido a la desorganización y por momentos la parálisis del Estado, miles de compatriotas han muerto en sus hogares o en las puertas de los hospitales. Obviamente, la cultura del canibalismo permanente no nos ayuda a tomar las urgentes decisiones que esta gravísima situación requiere. Esto nos lleva a plantear una reforma estructural tendiente a una mayor eficiencia en la distribución de los recursos por los que todos claman, por ejemplo, las vacunas que llegan a cuentagotas. La “mirada esperanzadora” parte de la constatación de que los peruanos seguimos apostando por la vida y la solidaridad: no hay si no que ver a miles de compatriotas amaneciéndose en las colas para conseguir oxigeno y salvarle la vida al hijo o a la madre y a miles de valientes mujeres cocinando para sus vecinos y familiares. Duele y conmueve la grieta y la luz que penetra a través de ella.
La política de la traición
–En un pasaje de la introducción te preguntas ¿qué determinó que la república que nació rodeada de ilusión y esperanza no haya logrado darles a sus ciudadanos la felicidad que les ofreció y que, doscientos años después, indudablemente se merecen? ¿Cuál sería tu respuesta?
En la actualidad estoy escribiendo un libro, con un colega, sobre la independencia tanto en la costa como en la sierra, para identificar las luces y sombras de las patrias andinas y citadinas. ¿Cuales fueron algunas de las grietas profundas, las fallas de origen de la república que aún nos acompañan para recordarnos que está incompleta? Más aún si tenemos en consideración que entre sus objetivos fundamentales estuvo la felicidad y el bien común.
Cabe recordar que la república surge en el “nudo del imperio”, como denominó Simón Bolívar al Perú, en medio de uno de los procesos emancipatorios más complicados de la región. Recuerda que vinieron ejércitos de todas las repúblicas emergentes, entonces la guerra no dio tregua durante la primera década de vida independiente y tuvo mucho que ver con la implantación de la cultura de la violencia y de la traición que aún pervive y no nos deja avanzar como colectivo. Esta cultura de la traición y de la violencia no se ha analizado en profundidad y es lo opuesto a la institucionalidad, a la confianza, que es la base estructural de cualquier proyecto político. O sea, siempre se ha analizado el tema de la república excluyente, con esclavos y servidumbre indígena, pero no se ha analizado suficientemente la impronta desleal. La primera generación de civiles dejó la posta a los caudillos y lo que vino fue una lucha por el poder que aún persiste en el Perú.
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–Siempre has sido una defensora del republicanismo, desde esa óptica ¿qué decir sobre el presente electoral peruano?
Yo creo que hemos llegado a (un momento) de sumatoria de todos los errores bicentenarios. Estamos en una encrucijada, esa es la palabra, en la que el Perú se está enfrentando con todos sus errores, pero también cuenta con un conjunto de fortalezas desarrolladas a lo largo de dos siglos. Pienso en la fortaleza de una sociedad civil que a pesar de la corrupción y la exclusión siempre ha seguido empujando el país hacia adelante. Ojalá que estos dos contendientes no terminen por traicionarnos, pues, básicamente “la política de la traición” es la que ha prevalecido en el Perú. La política de pensar en el interés personal y no en el interés general. La dolorosa realidad actual te obliga inevitablemente a pensar en el bien común que es una palabra que tenemos que reinstalar en el imaginario nacional. Algo que he venido diciendo es que, partir de las elecciones, el tema a resolver es la política sanitaria, ver cómo se vacunará a 30 millones de peruanos con profesionalismo y eficiencia. Todo lo demás es secundario.
–La vacunación es una oportunidad para demostrar después de 200 años que este Estado puede funcionar
Es una oportunidad para que el Estado se focalice en la vida del ciudadano, en políticas públicas en torno al bienestar general. Yo creo que ese es el gran desafío del Estado peruano en este momento y los dos contendientes tienen que pensar que existe una deuda social con millones de peruanos y esa deuda social tiene que ser cubierta y tiene que empezar con salud para todos y vida digna para todos. A partir de ahí, podemos ver el tema de vivienda digna, de educación de calidad, entre otros tantos más. Plantearnos un gran proyecto nacional, en el largo plazo, como el que probablemente avizoraron los padres fundadores de la republica y que quedó trunco por la guerra, la exclusión y la traición.
Celebrar la vida y la dignidad
–Hay una frase de Edgar Morin que citas y que define muy bien esta época, “estar siempre preparado para lo inesperado”, ¿cuánto define eso también este tiempo de pandemia, en la que la vida pende de un hilo?
No cabe la menor duda de que la nueva normalidad será la incertidumbre. No sabemos si un COVID 20 seguido de otros más están, espero que no, a la vuelta de la esquina. Cuando uno cruza las líneas que la naturaleza establece cualquier escenario es posible y hace un buen tiempo que no respetamos a la “madre tierra” y más bien la maltratamos hasta los límites del horror.
Esta vez, ella respondió como sabe hacerlo. Morin, con sus 99 años, ha sido el lúcido cronista de la peste y nos recuerda sobre la pequeñez humana frente a la complejidad de la vida que no entendemos, no reverenciamos y más bien pretendemos sintetizar en fórmulas fáciles que en situaciones límites no sirven de nada. La hora actual demanda de una humanidad solidaria, la política del cuidado mutuo. Y en ese contexto, cada minuto de nuestra existencia y la del prójimo debe ser celebrado porque es un regalo único y maravilloso. Al menos, a mí esta peste me ha enseñado a valorar cada momento de mi vida, dándole especial importancia a mis afectos familiares y amicales. Celebrando, más que nada, la belleza de lo fugaz como lo analizo en varios de los ensayos de este libro.
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–¿Crees que ha sido posible cumplir los objetivos del Proyecto Especial Bicentenario? ¿Se puede celebrar en medio de la muerte?
No fue fácil avanzar con el plan académico del Proyecto Especial Bicentenario, que es donde específicamente colaboré en mi calidad de presidenta del comité consultivo. A pesar de los tres presidentes en menos de un mes, la infinidad de ministros de cultura, y una pandemia mortal que transformó una celebración en una reflexión (acongojada) sobre el pasado, presente y futuro del Perú, el proyecto, cuyo programa está dirigido a maestros y estudiantes, ha concretado algunas de sus metas.
Primero, las 15 Cátedras Bicentenario han cubierto una variedad de temas de interés nacional (racismo, inmigración, independencias en las regiones, elecciones o el rol de las mujeres en el proceso emancipatorio, entre otros) y han llegado a miles de peruanos. En segundo lugar, se publicarán este año 15 títulos de la colección Nudos de la República (el primero ha sido el de Jorge Lossio), que tiene la misión de analizar los diferentes problemas estructurales que no hemos sido capaces de resolver a lo largo de 200 años. Esta colección, así como las cátedras y la Biblioteca Digital, que a partir de junio alojará alrededor de quinientas fuentes primarias, entre ellas una colección de periódicos de la independencia, son de libre acceso.
Finalmente, y con el apoyo generoso del BBVA, el Comité Editorial, presidido por Marcel Velásquez, se encuentra editando los trece tomos de la Historia del Perú escrito por el veterano de Ayacucho e hijo de Celendín (Cajamarca) Juan Basilio Cortegana. La voz de Cortegana es la de un soldado provinciano que luego de servir al Perú se propuso ser el narrador de su historia. De acuerdo con él, esta empieza con los incas y termina en los años que siguen a la independencia. Todo el esfuerzo anterior, que siempre es poco, nace de la necesidad de que, a pesar de la pandemia, la república del Perú conmemoré doscientos años de su historia con espíritu crítico, pero también con el cariño y la dignidad que se merece.
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