Como lo hizo en su libro "Nuevos juguetes de la Guerra Fría", Robles retoma los temas de la memoria y la identidad en relatos de futuros inciertos. (Foto: El Comercio)
Como lo hizo en su libro "Nuevos juguetes de la Guerra Fría", Robles retoma los temas de la memoria y la identidad en relatos de futuros inciertos. (Foto: El Comercio)
Enrique Planas

El futuro da miedo: la distopía, aquella perturbadora predicción sobre la sociedad que seremos, es el tema de "No somos cazafantasmas", volumen de cuentos igualmente inquietantes de (1978). Luego de su novela "Nuevos juguetes de la Guerra Fría", el escritor limeño vuelve con un libro sobre los mecanismos de la memoria y las paranoias frente a la tecnología.

— ¿Por qué crees que lo distópico no ha despertado el interés entre escritores peruanos?
Parte de la literatura distópica aparece en momentos de crisis, que te hacen pensar que el mundo puede perfilarse de manera siniestra. Cuando uno lee "1984" de Orwell, la novela tiene que ver con los países hegemónicos entonces, o "El hombre en el castillo" de Phillip K. Dick, la gran distopía nazi en Estados Unidos. O Margaret Atwood y su popular "El cuento de la criada", una sociedad distópica que toma en cuenta las paranoias de esta época, relacionadas a la aparición de un fuerte movimiento conservador. Quizá creemos que nosotros no somos tan importantes como para generar esas narrativas. En mis cuentos hay algo de distopía, pero también una suerte de paranoia tecnológica. Formo parte de la generación que vivió en la adolescencia el tránsito de lo analógico a lo digital. Hemos visto aparecer un montón de aparatos mágicos, desde la Pentium hasta el procesador del celular. En el Tercer Mundo, la tecnología llegó como Melquíades a Macondo, y uno no sabe hasta dónde puede llegar la transformación de nuestra conciencia con estos aparatos. Eso genera un pensamiento paranoico que resultó la fuente de este libro.

— Hay en "No somos cazafantasmas" relatos que podrían acercarse a una serie como "Black Mirror"...
A mí me gustan las primeras temporadas de la serie, especialmente el capítulo del primer ministro británico obligado a tener relaciones con un cerdo. Un escritor que me gusta mucho es Adam Johnson, autor de "Fortune Smiles", que se tradujo como "George Orwell fue amigo mío". En otro cuento, me interesó trabajar uno de los grandes retos de la investigación científica: el borrado de recuerdos. Ya el Ejército estadounidense está financiando proyectos para el borrado de recuerdos, para que sus soldados no tengan estrés postraumático. Lo loco es que ya hay una serie de métodos que funcionan a cierto nivel.

— A diferencia de antaño, hoy a la ciencia ficción le basta distorsionar sutilmente la realidad. ¿Es que ya estamos viviendo ese futuro imaginado?
Todo ha pasado demasiado rápido. Cualquier cosa que imagines puedes buscarla en Google y verás que ya existe, o que es un proyecto que alguien desarrolla. Ya vemos el desborde de esos avances.

— En "Valentina en las nubes", hablas de los peligros de la profusión de las imágenes actuales. ¿A qué hay que temer?
Me fascina la multiplicación de las imágenes personales autobiográficas. Hoy existe tal cantidad de fotos que uno ya no puede manejarlas. ¿Qué pasa entonces cuando una corporación nos cobra por administrarlas? Llegas a los 20 años con decenas de miles de imágenes y un algoritmo genera una edición de estas. Pero en esa edición hay una narrativa, con ello puedes hacer lo que quieras. Así, otros controlan la fuente de tu memoria autobiográfica. Antes, eran nuestros padres quienes hacían una curaduría de las fotografías familiares. Hoy ese trabajo ha sido reemplazado por una máquina. Lo interesante es que el propósito de la máquina no es organizar las imágenes, sino darte un momento feliz. ¡Yo me he vuelto muy paranoico: no dejo que Facebook me haga ninguna memoria!

(Foto: El Comercio)
(Foto: El Comercio)

— ¿Actualmente, ser paranoico es una forma de ser realista?
Lo vemos en algo tan simple como nuestra obsesión por la seguridad. Cuando vas a otras ciudades sin el nivel de delincuencia que tiene Lima, te das cuenta de que cargas con una serie de mecanismos de defensa. Esa defensa la desarrollas ahora con las imágenes y la información. Nos confrontamos con una tecnología muy poderosa, la cual no está hecha para registrar nuestra memoria como sí lo hace el cerebro humano. La memoria autobiográfica es poco fiable, siempre hay distorsiones, pues son parte de nuestra organicidad. Nuestra memoria no está programada para registrar fielmente la información, sino para darnos identidad y establecer nuestras relaciones cercanas. Esa es su función y siempre ha sido así. Ahora, gracias a la tecnología, podemos hacer una reingeniería de esa distorsión. Y si tú no te das cuenta de eso, otro lo va a hacer por ti.

— En varios de tus cuentos, la pérdida de la memoria individual resulta un símil para hablar de la amnesia social. ¿Peligra el recuerdo de la historia reciente?
La memoria es una disciplina y una moral. Todo es susceptible de ser olvidado, y las sociedades deben decidir qué cosa recordar. Hasta lo más urgente puede perderse si no hay una construcción ritual, ceremonial, en torno a esa memoria. Recordamos para entender quiénes somos por las necesidades del momento. Lo que pasa en el Perú es que no hay estructuras que digan con seriedad y profesionalismo quiénes somos y qué queremos evitar.

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