Margarita García Robayo. (Foto: Alejandra López)
Margarita García Robayo. (Foto: Alejandra López)
Juan Carlos Fangacio

Nacida en Cartagena, pero radicada desde hace 13 años en Buenos Aires, habla con un acento que mezcla lo colombiano y lo argentino. Charlamos con ella a propósito de su llegada a Lima como invitada de la feria La Independiente, que organiza el Ministerio de Cultura, y del libro "Primera persona", editado por el sello local Pesopluma. Una conversación sobre los alcances y la fuerza de la escritura autorreferencial.

— En el prólogo de "Primera persona", Carolina Sanín alude a una necesidad de cuidado, de protección de la protagonista, que en este caso serías tú. ¿Compartes esa idea?

Para empezar hay que decir que los puntos de partida de los siete relatos son muy distintos, pues fueron escritos a lo largo de varios años y ahora se agrupan en una antología. Fueron textos por encargo en los que yo debía elaborar algo que me involucrara. Por eso no existía la posibilidad de que me excluyera de ellos. Todos versan sobre experiencias y reflexiones personales. Y creo que la protección de la que habla Carolina se hace extensiva a toda la literatura. Toda la construcción literaria de los autores tiene que ver con eso: el modo en que uno elige contar cosas muy personales, pero disfrazadas. Eso es la ficción. Y en este caso mi mirada prevalece. La experiencia está por encima de la ficción, aunque sean textos en buena parte ficcionados.

— La literatura autobiográfica, o autoficción, tiene sus detractores. ¿Por qué habría de interesarnos la vida común y corriente de un escritor? ¿Vale por cómo está escrita? ¿Vale en tanto represente algo más universal?

Sí, estoy totalmente de acuerdo. A mí la vida de los otros me interesa muy poco, como a la mayoría de la gente. Yo no creo que, en principio, la vida de alguien sea lo suficientemente interesante como para convertirse en literatura. Lo que hace la literatura, más allá de las historias en sí mismas, es interesarnos por la forma en que están contadas, por su tratamiento y sus posibles tramas. Y también creo que hay muy mala autoficción. Hay autores que creen que cualquier anécdota, por nimia que sea, es suficiente, cuando justamente el ancla no está en la anécdota, sino en el tratamiento, en la mirada. Eso es lo que hace a un autor diferente. Y si yo no encuentro una mirada y una voz distintiva, me puedes contar la historia de la bomba de Hiroshima o la de tu tío que toma pastillas, y me va a dar igual.

— Tu obra gira, en buena parte, en torno a la memoria. Hoy casi nadie guarda álbumes de fotos, pero acumulamos cientos de imágenes en redes sociales. Tampoco escribimos cartas, pero tenemos enormes registros de chats. ¿Crees que está cambiando mucho nuestra forma de recordar?

La memoria siempre es un tema sinuoso en sí mismo. Es difícil hablar sobre cómo nos apoderamos de los recuerdos, porque la memoria tiene incontables formas, autores y mecanismos posibles. Y aunque lo que voy a decir son solo sospechas, no certezas, sí creo que lo que ha cambiado en estos tiempos es que ahora prevalece la memoria individual. Hay un vuelco sobre ella, en detrimento de la memoria colectiva. Esto tal vez se explique por una serie de desengaños que la sociedad ha experimentado frente a esa memoria colectiva, que antes simplemente se daba por instalada.

— Eres colombiana y radicas en Argentina. Aprovecho esta partición para preguntarte si reconoces algo así como una literatura latinoamericana. Algo unificado, definido.

Me parece que aún nos falta un poco de distancia histórica para pensarnos como generación o como movimiento dentro de una generación. Hablar de eso siempre es apresurado. Se requieren años para leer con mayor exactitud qué está pasando a nivel de generación y de espacio geográfico en la literatura. Muchas veces también me lo preguntan respecto a las escritoras mujeres, y tampoco tengo la certeza de que haya un movimiento, pues priman estéticas muy distintas. Sí creo que hay ciertas coincidencias, como el interés de todas por relatar algunos traumas sociales. Aspectos no felices ni sanos, sino particularmente traumáticos. Algunos etiquetan a este de enrarecido, oscuro, desesperanzado, pero que creo que tiene que ver con lo que nos está pasando ahora.

— La reivindicación de la mujer está chocando en algunos casos con lo políticamente incorrecto. La española Laura Freixas ha llegado a criticar a "Lolita" por ser una suerte de apología de la pedofilia.

Quien diga eso es porque no leyó lo suficientemente bien "Lolita" y mucho menos a Nabokov. No creo que en el arte haya nada que se pueda criticar desde ese aspecto. Yo estoy bastante en contra de pensar el arte en términos de cuotas o de marginalidad, porque creo que el arte es en sí mismo un ejercicio marginal y no resiste ni medianamente un juicio moral. En el caso de las mujeres, hay varios temas. Es innegable que hemos sido constantemente marginadas, y todas las reivindicaciones son bienvenidas. Pero creo que las obras se imponen por su potencia y se ganan ellas solas su lugar en la posteridad. Esto puede sonar crudo, pero es así. Por otro lado, algo que no me gusta, y que está pasando, es que las mujeres son tomadas como una especie de rareza en la literatura. Se dice mujer escritora como se dice niño lobo, como algo exótico. Y se arman mesas y coloquios en torno a mujeres que escriben, como si eso fuera una contradicción en sí misma. Me parece pernicioso, pues no creo que las mujeres necesitemos un reflector puesto sobre nosotras, como si fuéramos una atracción de circo. Solo necesitamos el lugar que debemos tener por la calidad de nuestras obras.

​Más información

Feria La Independiente
Cuándo: Del 20 al 29 de abril de 2018, de 3:00 p. m. a 10:00 p. m.
Lugar: sala Kuélap de la sede central del Ministerio de Cultura.

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