Piscine Molitor, en París. (Foto: Foto: Caroline et Louis Volant/ Flickr)
Piscine Molitor, en París. (Foto: Foto: Caroline et Louis Volant/ Flickr)
Jaime Bedoya

Somos agua. Sangre, saliva y savia que internamente rememoran los nueve meses de placidez flotante con los que se inaugura una vida. La nostalgia acuática. Por eso cuando volvemos nuevamente al agua, sea mar o piscina, por primera vez o última, el bienestar envuelve y protege al nadador con un código silente y solitario en donde la fluidez es plenitud.

En el agua algo comparten el campeón y el ahogado: la soledad. "Nada tiene un aspecto más vacío que una piscina sin agua", dice Philip Marlowe en "El largo adiós". Lo que hace de una piscina llena una totalidad provocadora.

Le sucede a Burt Lancaster, haciendo de Ned Merril, en la película "El Nadador" (1968), basada en cuento homónimo de John Cheever. Apenas con un traje de baño como vestuario, el macizo Lancaster interpreta a un nihilista estilo libre que un día decide nadar todas las albercas que encuentra camino a su casa. "Piscina a piscina, se forma un río que me conduce a casa", dice el alucinado protagonista en torno a esta ética empapada de absurdo que hace pleno sentido.

Debería existir una palabra para referirse a la nostalgia por el agua. Un sentimiento propio de los habitantes del litoral o con propensión por las piscinas.

La que sí existe, al menos inventada como portmanteau (1) , es una palabra para describir la atmósfera, entre inquietante y dulce, de un lugar vacío que normalmente está lleno de gente.

Es lo que suscita llegar de madrugada al Hotel Molitor en París y sentarse frente a la ventana de la habitación a contemplar su piscina. Todas las habitaciones dan a ella. A su histórica y legendaria piscina, en torno a la que amantes ya hechos polvo se amaron en secreto y en la que en sus aguas miles escribieron una historia con sus cuerpos. La palabra se llama kenopsia. Suena a una versión arquitectónica de una autopsia.

—Mi nombre es Piscine Molitor Patel—
"
Mi nombre viene de piscina". Con esa frase el protagonista de "La vida de Pi", novela de Yann Martel y película de Ang Lee, le explica su singular onomástico a un autor en busca de una historia como la suya. Ganó cuatro Oscar en el 2013.

Piscine Molitor Patel es el nombre completo del protagonista de esa historia. El nombre acuático le viene por influencia directa de Francis Adirubasamy, tío de cariño. Este, de niño, tenía tanta agua en los pulmones que vivía casi permanentemente colgado de los pies. Por eso sus piernas quedaron esbeltas mientras que su tórax creció. Ese cuerpo hizo de Francis un excelente nadador.

Piscine Molitor luego se hace llamar Pi, en astuto homenaje a la decimosexta letra del alfabeto griego que representa a un número irracional infinito. Eso fue porque piscine en francés suena como pissing en inglés, que quiere decir orinar. El acoso escolar perenne sobre el alivio de la vejiga perseguía inclementemente a Piscine Molitor Patel durante sus años escolares.

Así como algunos en sus viajes coleccionan postales o souvenirs, Francis coleccionaba piscinas. Nadaba en toda piscina que encontrara en su camino. Llega a París y conoce la Piscine Molitor, alberca ubicada en un triángulo isósceles en el barrio 16 de la capital francesa. "Es la piscina más hermosa del mundo" decía el tío. Añadía respecto a Pi: "Si quieres que tu hijo tenga el alma limpia, un día tienes que llevarlo a nadar a la Piscine Molitor". Nunca lo llevaron, pero le pusieron el nombre del lugar.

—Hotel Molitor, abril del 2018—
Hoy la piscina es un hotel cuatro estrellas. Con piscina. El tema principal del edificio sigue siendo el espacio vacío lleno de agua alrededor de la cual los que eran antes cambiadores ahora se han convertido en habitaciones. De noche, iluminada artificialmente, esta deja ver los fantasmas felices que la surcaron.

La Piscine Molitor le debe su génesis a una derrota militar. En setiembre de 1870 los franceses caen derrotados por el ejército prusiano en Sedan. Una de las causas de la debacle es atribuida a la debilidad de las tropas francesas. Lamiéndose sus heridas, la nación decide incorporar la práctica obligatoria del deporte en el currículo escolar. Francia no quería que su hijos solamente lean y razonen, sino que fueran capaces de actuar y pelear.

Este hambre por la virtud deportiva pasó de generación en generación. Hasta que otro acto bélico, la gran guerra de 1914-1918, ayudó nuevamente a hacer realidad la piscina. Valga la digresión: el 2 de agosto de 1914 Franz Kafka escribe en su diario: "Alemania declara la guerra a Rusia. Por la tarde me fui a nadar".

Los avances técnicos de la artillería desplegados en esos años dejaron en evidencia la obsolescencia de las fortificaciones que aún existían en torno a la ciudad. Después de la guerra el estado le vendió al ayuntamiento parisino 33 kilómetros de fortificación que suponían 78 km2. En uno de los tramos de esta muralla estaba entonces una de las puertas de acceso a París, la puerta Molitor, en memoria del mariscal Gabriel Jean Joseph Molitor (1770–1849), general napoleónico que entre sus virtudes ostenta el haber sido poseedor de un Stradivarius.

Ya en los años 20 el barón Pierre de Coubertin, aquel que inventara el cristianismo muscular, la perfección espiritual por medio de la higiene y el deporte, logra que las olimpiadas de 1924 se realicen en París, y le gana la sede a Ámsterdam y Los Ángeles. Se construyen estadios como el Parc des Princes, ahí donde en un abril de 1982 el Perú bailó marinera con Francia. Se levanta el templo del tenis que sería Roland Garros y en agosto de 1929, cerca de donde quedaba la heroica puerta Molitor, se inaugura la Piscine Molitor. El padrino fue Johnny Weissmüller, siete veces medallista olímpico, quien aún estaba a tres años de convertirse en Tarzán, Rey de los Monos desde un televisor.

—Parecía un barco—
La prensa de la época describía el lugar como el interior de un crucero transatlántico. Tenía dos piscinas, una de verano de 50 metros de ancho y una de invierno, de 33, techada con doble vidrio para soportar el frío. Alrededor de la piscina, al aire libre había arena, simulando una playa imaginaria que recibía los cuerpos de tres mil bañistas. El edificio tenía, además, una peluquería, un restaurante y un bar, y se hablaba de una piscina secreta en el techo donde las mujeres más atrevidas tomaban sol en topless.

Lo que no era un rumor era lo que sucedía tras las coloridas puertas de los cambiadores alrededor de la piscina. Los bañistas entraban en parejas a desvestirse, pero tardaban horas en ese simple trámite, distraídos hacia otros quehaceres por la humedad de los cuerpos. Se hizo una tradición que los encargados del lugar hicieran rondas por los cambiadores haciendo sonar sus llaves en señal de una pausa amatoria en nombre del decoro. No solo se iba a Molitor a nadar.

Quizás por ese saborcito pecaminoso fue que en 1946 el costurero Louis Reard, quien tenía una boutique de lencería cerca del Folies Bergère, escogió la piscina Molitor para presentar su última creación: un traje de baño de dos piezas conformado por un metro cuadrado de tela para la parte de arriba y dos triángulos para la de abajo. Ninguna modelo profesional se atrevió a lucirlo, honor que quedó en el cuerpo de la desnudista Micheline Bernardini, para quien estar calata era un trabajo en el Casino de París. Reard le puso como nombre a su creación el del lugar donde en ese año se habían realizado las primeras pruebas atómicas, el atolón Bikini en las islas Marshall.

Eran veranos felices y gozosos los del Molitor. Y en invierno se congelaba la piscina y se convertía en pista de patinaje. Los cambiadores seguían usándose para lo mismo durante todas las estaciones del año.

—Una piscina hecha lienzo—
En los años 70 se canceló la idea de la pista de patinaje. Resultaba muy caro y los números no cuadraban. Declinó la asistencia de bañistas y solo resistía en Molitor la familia Maynier, dueña de la concesión del bar, que empezaba a pelear contra órdenes sucesivas de demolición.

La piscina cerró a fines de la década de los ochenta. Entonces se convirtió en lienzo para grafiteros de toda Francia e inclusive Europa. Dejar un grafiti o una firma hecha en aerosol sobre las losetas del Molitor se convirtió en un rito de la subcultura francesa, se organizaban raves clandestinos en los que las sustancias ilícitas sustituían al agua que antes llenaba esas albercas. Si bien en 1990 el lugar fue declarado edificio histórico, es decir a salvo de demolición, la familia Maynier cerró por última vez la puerta metálica del bar en el año nuevo del 2000. Hoy en día, año 2018, Frederic Maynier atiende gentilmente por correo a quien quiera saber la historia del lugar. "Yo sé todo del Molitor, pregunte", escribe.

—La resurrección—
Luego de ser moderna y lasciva en los 30, cuna del bikini en los 40, pista de patinaje hasta 1970 y zona contracultural en los 90, la Piscine Molitor renació en el 2008 por un emprendimiento público-privado. Un candidato a alcalde de París, el que ganó, ofreció en su campaña la reapertura del Molitor. Los dueños del equipo de fútbol Paris Saint Germain, ahí donde Neymar cobra hasta por sacar un lateral, ganaron la buena pro. Pero durante tres años al directorio le parecía una idea alucinada invertir en el pasado.

Las paredes del Hotel Molitor han recuperado el color original de la Piscine Molitor, el que conocieron Johnny Weissmüller y Francis Adirubasamy: amarillo siena. Como es de noche y es invierno, vapor caliente emerge del agua temperada con espectral elegancia. No teniendo traje de baño resultaría indecorosa la zambullida en calzoncillos. Así que solo se sumergen unos dedos como si de una pila de agua bendita se tratara.

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