Diana Mery Quiroz Galvan

“Lo conocí, escuché sus charlas e inclusive fui a su casa”. La anécdota final que dejó una imborrable huella en Eduardo González Viaña ocurrió una semana antes de la muerte de José María Arguedas, cuando un amigo le hizo llegar la invitación para almorzar que el autor de “Los ríos profundos” le extendía. Por entonces, Arguedas vivía en Chaclacayo, en uno de los pueblitos cercanos que todavía conservan las costumbres y tradiciones andinas. Tocaron la puerta y solo estaba su mujer, Sybila Arredondo. El amauta había desaparecido y ella no sabía nada del almuerzo pactado, pero igual los atendió. “Nos dijo -rememora- que él estaba pasando por un periodo de nervios, que le ponía algodones en los oídos para que no escuche al tren de las noches. Que por eso se podía haber olvidado. Lo curioso es que a la semana siguiente en una de esas caminatas en las que se perdía, sus pasos lo llevaron hasta la universidad Agraria donde se quitó la vida”.

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