El poeta recordado como un ícono de la generación Beat falleció a las 101 años. (Foto: Carlos Avila para Getty Images)
El poeta recordado como un ícono de la generación Beat falleció a las 101 años. (Foto: Carlos Avila para Getty Images)
Czar Gutiérrez

En un mes iba a cumplir 102 asombrosos años de edad, pero sus pulmones ya estaban demasiado cansados. Entró a su habitación, se echó en la cama, llamó a su hijo Lorenzo y, enlazando sus manos, exhaló. Alto. Barbado. Los ojos azules y penetrantes. Delicado al hablar. Y aunque era sumamente introvertido, resultó siendo el más mediático de los poetas de su generación: Lucien Carr, Allen Ginsberg, William Burroughs, Jack Kerouac, Neal Cassady, Herbert Huncke, John Clellon Holmes, Carl Solomon, Philip Lamantia, Gregory Corso, Peter Orlovsky y él, que sería el último en integrarse a esa banda que detonó la lírica norteamericana de los años cincuenta.

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Lo cual negó en todos los idiomas. ‘No me llames beat, nunca fui un poeta beat’, dice en el documental “Ferlinghetti: Rebirth of Wonder” (2013). ‘Nunca viajé con ellos, yo tenía una vida matrimonial respetable’, bromeaba. ‘Llegué con una boina a San Francisco en 1951 y lo que realmente hice fue ocuparme de la tienda. Así que en lugar de ser el primero de los beats fui el último de los bohemios’. Pero es innegable que asuntos como iconoclastía, libertad sexual, jazz, filosofía oriental y el primer hipismo lo enlazan irremediablemente. Es más, su obra está hecha para ser declamada y cantada a viva voz, de preferencia con una big band de fondo.

Porque así fue escrito y así se leyó su libro más famoso, “A Coney Island of the Mind” (1958), que vendió un millón de copias solo en los Estados Unidos. Cosa que este abierto defensor de la poesía insurgente consideró excesiva tratándose de un forastero de paso por la comunidad poética donde habría cometido el pecado de hablar con ‘demasiada sinceridad’. ‘La gente se vuelve más conservadora a medida que envejece, pero en mi caso me he vuelto más radical’, declaraba. Por eso en “Little Boy” (2019), su novela experimental sobre un yo imaginario, se pregunta: “¿Soy la conciencia de una generación o simplemente un viejo tonto que refunfuña tratando de escapar de la avaricia materialista dominante en los Estados Unidos?”.

El autor de “A Coney Island of the Mind”(1958) en su librería de San Francisco, California en Estados Unidos. (Foto: Janet Fries/Getty Images)
El autor de “A Coney Island of the Mind”(1958) en su librería de San Francisco, California en Estados Unidos. (Foto: Janet Fries/Getty Images)

Cataclísmico y premeditado

Hijo de una dama que terminó sus días en el manicomio porque no pudo soportar la muerte de su marido antes de que Lawrence naciera, criado en orfanatos pero sólidamente educado en las universidades de Carolina del Norte y Columbia y doctorado en La Sorbona, cuando llegó la Segunda Guerra Mundial se alistó como oficial naval. Fue cazador de submarinos en el Atlántico Norte, participó en el desembarco a Normandía y estuvo en Nagasaki poco después de la bomba atómica. “De esa carnicería salí convertido en pacifista instantáneo”, dijo. Pero sus verdaderas batallas las libraría en San Francisco, donde terminaría provocando más terremotos que la famosa falla tectónica.

Léase City Lights, el cataclísmico sello editorial que publicó “Howl and Other Poems” de Allen Ginsberg. Ferlinghetti le había escuchado leer una versión en 1955 y le escribió: “Te saludo al comienzo de una gran carrera. ¿Cuándo recibiré el manuscrito?”. Parodiaba, ciertamente, el mensaje que R.W. Emerson le envió a Whitman cuando le escuchó leer “Hojas de hierba”. “Aullido” se publicó en 1956 y los funcionarios de aduanas confiscaron las copias que se enviaban desde Londres. Ferlinghetti fue arrestado por publicar ‘obscenidades’ y, después de una batalla judicial, el juez dictaminó que solo criticaba a la sociedad moderna (véase la película protagonizada por James Franco como Ginsberg y Andrew Rogers como su editor).

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City Lights también lanzaría “Book of Dreams” de Kerouac —su autobiografía paralela— y “Lunch Poems” de Frank O’Hara. Pero después de arriesgar el pellejo por “Howl” no quiso correr la misma suerte cuando Burroughs lo desafió trayéndole el manuscrito de su “Almuerzo desnudo”. “Esta es una locura premeditada con implicancias legales”, le dijo. Y se dedicó a traducir, escribir novelas, teatro —en 1970 montó tres obras en Nueva York— y, sobre todo, a pintar. Ferlinghetti pintó abstractos durante 60 años, tanto que en Roma se organizó una retrospectiva de su obra en 2010. Pero la poesía siguió siendo la forma de arte más cercana a su corazón.

City Lights Bookstore fue fundada por Lawrence y  Peter D. Martin en 1953.  (Foto: AP Photo)
City Lights Bookstore fue fundada por Lawrence y Peter D. Martin en 1953. (Foto: AP Photo)

Lírico e incombustible

Como poeta fue tan prolífico como inclasificable. Confeso epígono de T.S. Eliot, heredero de William Carlos Williams y E.E. Cummings, construyó versos retóricamente funcionales con una desconcertante sencillez que bordeaba lo infantil. Pero con el humor siempre agudo y la conciencia social indoblegable. Poemas como “Descripción tentativa de una cena para promover la acusación del presidente Eisenhower” consolidaron lo que siempre sostuvo: la poesía es un arte insurgente. Con el añadido de una sobredimensionada carga visual, como corresponde a un lírida que simultáneamente es pintor.

Educado en el anarquismo filosófico de Kenneth Rexroth y activista por la democratización del arte —”la verdadera corriente principal no está hecha de petróleo sino de literatos, editores, librerías, editores, bibliotecas, escritores, lectores, universidades y todas las instituciones que los apoyan”, sostuvo—, Ferlinghetti predicaba con el ejemplo: su editorial lanzó la serie Pocket Poets a un precio irrisorio. Y, como su dueño, la librería City Lights Booksellers & Publishers fue un modelo cultural donde uno podía sentarse a leer sin que le preguntaran a qué hora compra el libro. Los empleados que querían marchar contra Vietnam, la guerra de Irak o Trump podían tomarse el día libre.

Así, esas viejas estanterías ubicadas Columbus Avenue son como el Golden Gate Bridge: consustanciales al paisaje de San Francisco. Declarado hito histórico en 2001, su dueño fue incansablemente homenajeado por la comunidad literaria norteamericana, incluyendo a los críticos más temibles. Cuando el 24 de marzo del 2019 cumplió 100 años, el alcalde proclamó el Día de Lawrence Ferlinghetti y un coro le cantó el feliz cumpleaños mientras Robert Hass e Ishmael Reed leían en voz alta sus versos. No fue a la fiesta porque estaba casi ciego. Cuando llegó el coronavirus y la tienda necesitaba 300 mil dólares o cerraba, una campaña espontánea en GoFundMe recaudó 400 mil. Así amó San Francisco a su poeta incombustible. Y así se fue: abrasado en su calor.

Su fallecimiento se debió una enfermedad pulmonar, según su contó su hijo para The Washington Post. (Foto: AP Photo/Frankie Ziths, File)
Su fallecimiento se debió una enfermedad pulmonar, según su contó su hijo para The Washington Post. (Foto: AP Photo/Frankie Ziths, File)
/ Frankie Ziths

Es terrible

Es terrible

un caballo en la noche

parado y solo

en la calle tranquila

relinchando

como si un triste desnudo a horcajadas en él

le apretara con piernas calientes

y cantara

una dulce y alta y hambrienta

sílaba única

En el abrasador desierto seco

En el abrasador desierto seco

donde el sol es dios y dios traga vida

el gran dios sol desciende

engrudando varios carteles rojos

en paredes de adobe

y después caen

sobre el horizonte

“con la llamarada de un alto horno”

y los carteles se destiñen amarillos

caen en la oscuridad

dejando solamente sombras a fin de probar

que una revolución más ha pasado

Ferlinghetti también fue pintor de obras abstractas durante 60 años. (Foto: The New York Times)
Ferlinghetti también fue pintor de obras abstractas durante 60 años. (Foto: The New York Times)

Allen Ginsberg se está muriendo

Allen Ginsberg se está muriendo

dicen los periódicos

los noticieros

Un gran poeta está muriendo

Pero su voz

no morirá Su voz está en la tierra

En Lower Manhattan

en su propia cama

está muriendo

No podemos

hacer nada

Está muriendo la muerte que todos mueren

Está muriendo la muerte que mueren los poetas

tiene un teléfono en la mano

y desde su cama en Lower Manhattan

llama a todos

Tarde en la noche

en todos los lugares del mundo

el teléfono suena

“Habla Allen”

dice la voz

“Habla Allen Ginsberg” Cuántas veces han escuchado esa voz

en todos estos grandes años

No tendría que decir “Ginsberg” En todo el mundo

en el mundo de los poetas

solamente hay un Allen

“Quería decirte” dice

Les dice lo que sucede

lo que se le viene

encima

La muerte la amante oscura

se le viene encima

Su voz viaja vía satélite

sobre la tierra

sobre el mar de Japón

donde un día él se alzó desnudo

tridente en mano

un hombre joven de barba negra

como un joven Neptuno

de pie en una playa de piedras

Hay marea alta y las aves marinas lloran

Las olas rompen contra él

y las aves marinas lloran

en la costa de San Francisco

Sopla un viento fuerte

hay olas enormes

azotando el Embarcadero

Allen está en el teléfono

su voz está en las olas

Yo leo un libro de poesía griega

en donde está el mar

y los caballos lloran

donde los caballos de Aquiles

lloran

aquí junto al mar

en San Francisco

donde las olas lloran

Hacen un sonido sibilante

profético

Allen

susurran

Allen

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El ojo del poeta obscenamente ve

El ojo del poeta obscenamente ve

la redonda superficie del mundo

con sus ebrios tejados

y pájaros de madera en los tendederos

y machos y hembras de barro

con piernas de fuego y pechos de botón de rosa

en sus camas plegables

y árboles llenos de misterios

y parques dominicales con sus mudas estatuas

y sus Estados Unidos

con ciudades fantasma y desiertas islas de Elis

y su paisaje surrealista de

praderas sin sentido

supermercados en los suburbios

cementerios con calefacción

días festivos de cinerama

y catedrales protestando

un mundo impermeable a los besos con tapas de retrete de plástico y tampax y taxis

y vaqueros de almacén y vírgenes de Las Vegas

indios sin tierra y matronas cinéfilas

senadores no romanos y concienzudos no objetores

y todos los demás fragmentos esparcidos

del bello sueño de los inmigrantes hecho realidad

y disperso

entre los bañistas que se broncean al sol

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