Luis Millones: "La fe se asienta en supuestos que son falsos"
Luis Millones: "La fe se asienta en supuestos que son falsos"
Maribel De Paz

Ferviente investigador de la religiosidad en el Perú, Luis Millones se aproxima a las ocho décadas de vida y prefiere ahora presentarse como “profesor”, cansado de oír que, al decir que es antropólogo, le retruquen: “¿Y dónde excava usted?”. Acaba de llegar de Canadá, donde participó en el Congreso Internacional de Peruanistas. En julio realizará su vigésimo cuarto viaje a Japón y en octubre partirá a otro congreso en México. Infatigable, Millones no pierde la fe en el Perú y tampoco, parece ser, en Alianza Lima. En uno de sus escritos ha afirmado que el diablo que habita en el Perú es de bajo rango, de mentiras y estafas. Uno, entonces, no puede dejar de pensar en la corruptela ostentosa, en la coima al paso, en la cancha de fútbol del alcalde de Chilca. “Nuestro demonio no es el terrible Satanás de la 'Divina comedia', nuestro demonio es el de la picaresca, con el que uno negocia”, remata.

 

Me comentaba antes de iniciar la entrevista sobre el rol de las ciencias sociales como forma de acercarse al Perú.
A tener un juicio sobre el Perú, a responder a la pregunta de qué significa ser peruano. Las cualidades que nos hacen diferentes del resto solo las vamos a conocer si conocemos nuestro espacio. El gran problema es que nuestro espacio es complejo e inmenso, y eso hace que la respuesta sea complicada y múltiple. ¿Cuántas asociaciones provinciales hay en Lima? Seis mil. La fe en el Perú es un tema importante pero complejo, porque tenemos una herencia católica que ha sido retransformada no una vez en el siglo XVI, sino todos los días. Y ejemplo claro es que el calendario católico es cambiado de acuerdo a las circunstancias económicas, sociales o políticas de cada región. El 8 de diciembre, por ejemplo, es la fiesta de la Virgen, pero en Túcume se celebra en febrero, porque cuatro comunidades cercanas se quitaban los clientes. En Monsefú, cuyo patrón era San Pedro, ahora es el Señor Cautivo, que es un avance imperialista de Ayabaca, porque los artesanos de Monsefú venden imágenes a la gente que adora al Señor de Ayabaca. Por otro lado, el Señor de los Milagros ahora va en camión de un extremo a otro de la provincia de Lima, y eso es una decisión de la Iglesia para extender el culto, ¿pero qué pasa entonces con los santos locales? Son aplastados por el culto al Señor de los Milagros. En Semana Santa en Colán, además, hay una fiesta dedicada a Moctezuma, pero ¡¿qué hace Moctezuma en el Perú?!

En tiempos de desbordes, ¿a qué imagen se le puede rogar contra el huaico?

A un montón. En Colán, el patrón universal para estas cosas es Santiago, contra todo. Pero en realidad sabemos mucho más sobre la sierra que sobre la costa o la selva. ¿Qué ha sido estudiado en la costa? Magnífica arqueología. Pero etnografía, etnología, antropología, muy poco. El panorama es muy irregular, como el conocimiento del país. A mí, cuando digo que soy antropólogo, me dicen: “¿Y dónde excava?”. Ahora digo que soy profesor, que es mi primera carrera, porque en el hogar del que venía, un hogar desecho como el de la mayoría de peruanos, la opción de vida de alguien inútil en matemáticas era estudiar una carrera que permitiera conseguir trabajo rápido. Estudié Educación.

¿Cómo se vivía la fe en ese hogar suyo a la espalda del Palacio de Justicia?

Hasta los 12 años me crié en un callejón de la calle Sandia. La fe formal la aprendí en la universidad, porque mi infancia está llena de lo que contaba mi abuelita: fantasmas, aparecidos, duendes; pero esto no constituía un ambiente de miedo. En esas áreas tugurizadas, con cinco o seis personas por cuarto, todos piensan lo mismo. Y esto es interesante porque, como todos piensan lo mismo, comparten el miedo y de alguna manera están protegidos. Luego el azar te lleva a la universidad y descubres que eso no tenía nada que ver con la formalidad de la religión. Cerca de mi casa, por ejemplo, estaba la gruta de la Virgen de Lourdes, y ahí mi mamá me llevaba a tomar el agua de una fuente llena de microbios. Igual, a mí me arrastraron a la procesión del Señor de los Milagros. Pero uno crece descreído porque eso no forma parte de las cosas que interesan: lo único que interesaba era jugar fútbol, el colegio carecía de total importancia. Yo estudié primaria en cinco colegios distintos, a mi padre lo veíamos poco, y después de los 12 años, nada. Antes de los 12, como la canción de Julio Iglesias: “A veces sí, a veces no”… El sostén de la religión es la fe, y la fe no se asienta en ninguna racionalidad, sino en supuestos que son falsos.

¿Es un pensamiento mágico?

Claro, usted está convencida de que la hostia es el cuerpo de Cristo simplemente porque es católica, no hay ninguna otra manera de que pueda sostener eso; y sin ninguna intención de falta de respeto, porque todas las religiones son respetables y a todas les otorgo el mismo nivel de realidad, porque si no fueran una realidad concreta no vería a un par de locos tirando su avión contra las Torres Gemelas, lo cual es una barbaridad. Yo he visto la mutación más interesante de la Iglesia Católica: su protestantización. Yo llegué a escuchar la misa en latín, cuando el sacerdote daba la espalda al público. En la década del veinte, además, existía el limbo, a donde iban los muertos sin bautizar.

De eso le contaría su abuela también.

Por supuesto, porque además los chiquitos del limbo se convertían en duendes, y eso lo sé directo de mi abuela, que también tenía sus fórmulas. Una vez, caminando en Huacho había un perro que nos seguía, y ella, de repente, dio un brinco hacia atrás, puso los dedos en cruz y dijo: “¡Detente, animal feroz, que primero es Dios que vos!”. El perro se asustó y se fue. “Ya ves”, me dijo, “era el demonio”. Yo tenía 8 años.

Usted viajó jovencito a Argentina.

Porque quería jugar fútbol. Todos vivíamos fascinados con Pelé, que a los 16 años jugaba en la selección de Brasil y a quien el Gobierno Brasileño le regaló un carro ¡y brevete! Ese era el sueño de todos. Y Pelé, además, venía de un barrio pobrísimo. A mí eso me parecía extraordinario y pensé que se podía lograr. Pedí plata por aquí y por allá, mi padre me dio un poco y me dijo que en Argentina tenía que estudiar alguna de las dos únicas cosas que valían la pena: Medicina o Derecho. Llegué a Córdoba y di el examen de ingreso, pero a mí eso ya no me interesaba. Me fui a probar a un club de Segunda División. Me fue muy mal. Acá yo era un defensor enérgico, pero, claro, en Argentina no tenía chance, como crudamente me dijo el entrenador después de probarme un tiempo: “Mira, jamás el té y el pan pudieron contra la leche y la carne”.

Todo guarda relación: el fútbol es quizá la principal fe de los peruanos.

Estoy seguro de que sí. La gente no se da cuenta de lo importante que es el fútbol. Cuando estuve escribiendo el libro por el centenario de Alianza Lima, tuve que ir a entrevistar jugadores a Matute, y un jugador muy conocido, Cornelio, que era una gloria, me hizo acompañarlo a cobrar su pensión. En la calle la gente se acercaba a tocarlo.

Como a estampita.

Claro. Y la gente sigue creyendo en la selección peruana, que va de derrota en derrota. Es como con los políticos, ya hay tres presidentes enjuiciados, pero la gente sigue probando.

¿Qué nos queda?

Ese es el drama. Eso es lo que tenemos.

Hay una frase suya que me parece demoledora: que en el futuro nos verán como la humanidad que nunca pudo pensar, precisamente, en su futuro.

Porque somos el país de las desgracias anunciadas. ¡Como el huaico! ¿Hace cuánto tiempo no sabemos que hay [fenómeno de El] Niño? Y la gente sigue construyendo donde va a haber huaico, las autoridades no les dicen que no y hasta hacen negocio con esos terrenos. Es la crónica de una muerte anunciada.

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