Mario Vargas Llosa, Premio Nobel de Literatura 2010. (Foto: Agencia)
Mario Vargas Llosa, Premio Nobel de Literatura 2010. (Foto: Agencia)
Redacción EC

habló de la vejez, la muerte y si el liberalismo tiene culpa en la crisis, en entrevista con la BBC.

Sobre su escritorio, en el que se sienta todos los días de 10 de la mañana a 2 de la tarde a trabajar, están la última edición del Times Literary Suplement, un busto de Balzac, una copia de su último artículo de prensa y un libro sobre el Congo, país en el que transcurre buena parte de su novela "El sueño del celta".

La casa de dos pisos en la que vive el escritor peruano Mario Vargas Llosa cuando está en Madrid es silenciosa y rodeada de verde.

Por debajo pasa un río subterráneo que hace que la temperatura en los agobiantes veranos madrileños sea varios grados menor a la normal. Las paredes, por supuesto, están repletas de bibliotecas con libros: literatura, pero también mecánica cuántica, electrodinámica, Picasso, historia del antiguo Egipto...




La excusa para estar aquí -si es que se necesita una para hablar con él- es conversar sobre la vejez, a propósito de un evento que sobre el tema realiza la Fundación Nobel en Madrid.

Es un buen tema de conversación. A sus 83 años, Mario Vargas Llosa es el último premio Nobel de literatura vivo de América Latina. Y el último que queda en pie de una generación prodigiosa que -de alguna manera- va de Borges, Carpentier y Onetti a él, pasando por Octavio Paz, Juan Rulfo, Guillermo Cabrera Infante, Gabriel García Márquez o Julio Cortázar.

Usted es uno de esos casos extraordinarios de un escritor que a los 83 años de edad sigue escribiendo y publicando. Se vienen a la mente Tolstoi, Saul Bellow o Wisława Szymborska... ¿Cómo es posible mantener esa longevidad? ¿Es cuestión de disciplina, de genes...?

Yo creo que es cuestión de disciplina. Yo trabajo de una manera bastante metódica, soy muy ordenado para mi trabajo, no para el resto.

Trabajo siete días por semana, 12 meses al año. Y no tengo la sensación de que es un trabajo. Realmente escribir es para mí un placer, aunque me cueste y tenga períodos muy difíciles.

Creo que en función de mi trabajo se organiza mi vida, que no está caracterizada por los excesos. Dejé de fumar hace muchos años, nunca he bebido, solo tomo vino con las comidas y de vez en cuando.

Mi gran placer es la lectura y mi propio trabajo. Quizá eso ha hecho que mi vida no se haya gastado como ocurre en el caso de muchas otras personas.

Aunque tampoco soy un obseso de cuidarme a la hora de comer o dormir. Hago una hora de ejercicio todos los días antes de comenzar a trabajar.




Quizá esa disciplina, esa organización que ha sido siempre en función de mi trabajo, pues ha hecho que viva hasta ahora.

Otra característica suya es que no es sólo un intelectual, sino una persona de acción, como lo muestra, por ejemplo, su investigación por los asesinatos de periodistas en Ayacucho en 1983, su campaña para la presidencia del Perú en 1990, o su viaje a Irak del que salió un libro de reportajes... ¿Cree que eso lo ha beneficiado?

En mi caso mi trabajo se alimenta de la vida misma. Nunca he sido una persona pasiva, siempre me he interesado por lo que ocurría a mi alrededor.

Desde muy joven he creído que ser escritor significa también una responsabilidad de tipo social y político.

Creo que la participación en lo que es la vida de la ciudad, del país, del tiempo en que uno vive, es también una obligación de tipo moral.

Si uno cree que los libros y las ideas importan, que la política debe estar gobernada no por pasiones sino fundamentalmente por ideas, entonces la participación es una obligación.

He participado en las cosas de mi tiempo, en la vida política, no dándole preferencia sobre la literatura, que para mí es mi primera actividad, pero una participación activa forma parte de las tareas no solo de un escritor sino de un ciudadano.

Nunca me ha seducido la idea del escritor retirado, que vive encerrado en un cuarto de corcho como Proust. Para mí eso sería absolutamente inconcebible.

Pero usted es quizá el último representante en América Latina del escritor como gran figura intelectual pública, lo que antes fueron Octavio Paz, Gabriel García Márquez, Carlos Fuentes, Ernesto Sábato... En su ahora larga vida ha visto cómo esa figura ha ido desapareciendo.

Y creo que es una pena porque significa que en nuestra época las ideas son menos importantes que las imágenes.

Por eso las figuras con que un político profesional le gustaría retratarse no son los escritores, son los futbolistas, los artistas, los actores. Y eso me parece que es un empobrecimiento.

Las imágenes son más perecederas que las ideas, menos importantes a largo y mediano plazo.

Y es una de las razones por las que la cultura en general se ha banalizado y frivolizado.

Volviendo al tema de la vejez, una cosa es la disciplina férrea para escribir, pero otra distinta es la creatividad. Mantenerla tan viva a su edad no debe ser solo cuestión de disciplina.

Pues mire, desde las primeras cosas que escribí cuando era todavía muy joven, casi niño, mi imaginación siempre se ha alimentado de la memoria, es decir, ciertas experiencias vividas, ciertos recuerdos (no sé por qué algunos y no todos) tienen esa capacidad estimulante que me hacen crear pequeñas fantasías que son las que están siempre en el punto de partida de todos los cuentos, novelas, obras de teatro.

Pero nunca creo haber concebido una historia a partir de nada, por un simple movimiento de la imaginación.

El punto de partida es alguna experiencia vivida que me deja imágenes que luego se convierten en algo obsesivo y de pronto me doy cuenta de que he comenzado a trabajar una pequeña historia a partir de ciertos recuerdos que muchas veces, ya en el proceso de redacción, desaparecen o pasan a ser algo secundario.

Usted siempre que habla de su trabajo como escritor destaca la disciplina, pero, en todos estos años ¿han cambiado en algo sus hábitos de escritura?

No, en eso sigo siendo el mismo que era cuando comencé a escribir. Hay escritores que son muy espontáneos. Yo recuerdo por ejemplo en los años 60, que es una época en que nos vimos mucho con Julio Cortázar, él estaba escribiendo Rayuela, que es una novela un poco símbolo de la época.

Y me impresionó enormemente que él me decía "mira, muchas veces yo me siento a la máquina de escribir y no sé sobre qué voy a escribir". Y yo le preguntaba: ¿pero no tienes un plan?

Y él me decía "no, no para nada. Si tengo alguno debe ser subconsciente". Eso nadie lo diría leyendo Rayuela, que es una novela que parece tan armada, tan compleja además de construcción...

Ese no es mi caso para nada. Antes de comenzar a escribir una historia hago muchos esquemas, aunque luego no los respete, pero los necesito mucho como punto de partida. Tener algunas fichas sobre los personajes... Sobre todo la organización del tiempo, saber dónde va a comenzar y dónde va a terminar la historia.



Por eso la disciplina es tan importante. Por eso procuro, además, trabajar todos los días. Si no, sentiría que la historia se me deshace, se me dispersa.

Necesito trabajar incluso durante los viajes -yo viajo bastante- y procuro mantener ese ritmo diario.

Cuando Carlos Fuentes tenía 76 años le pregunté si se sentía con fuerzas para escribir algo de largo aliento como Terra Nostra y me dijo que no. ¿Usted se siente con las fuerzas y la creatividad para acometer otra una novela así?

Pues mire, yo creo que uno debe mantenerse vivo, que lo ideal es que la muerte sea un accidente, que venga a interrumpir como algo accidental una vida que está en plena efervescencia. Ese sería mi ideal.

Yo escribo todavía a mano, con tinta, en cuadernos, como empecé. Y me gustaría que la muerte me hallara escribiendo, como un accidente...

Haber vivido la vida hasta el final y sobre todo no haberme muerto en vida, que es el espectáculo que me parece más triste para un ser humano.

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