"Me interesa la dimensión épica de la conducta humana"
José Silva

Veinte años después de haber escrito “Un lugar como este”, (Lima 1965) decidió finalmente publicar el libro y, por si fuera poco, enviarlo al Premio Hispanoamericano de Cuento Gabriel García Márquez, donde quedó finalista.

El reconocimiento fue, sin duda, una gran motivación para buscar y leer la obra. Muchos quedaron casi hechizados con Calderas, aquel “seco y arrugado” espacio donde se desarrolla la historia. Algunos incluso ensayaron comparaciones con lugares inolvidables de la literatura mundial.

¿Qué hizo a “Un lugar como este” un libro de notable factura? La respuesta es simple: el cuidado del lenguaje y la capacidad para ir más allá de los escenarios, temas y situaciones comunes que hasta hoy muchos habían plasmado en papel.

Conversamos con Carlos Arámbulo sobre la reedición de su texto (que incluye seis relatos que podrían fácilmente leerse como una novela), esta vez bajo el sello de Estruendomudo, y que ya está a la venta en las principales librerías de Lima.

-¿Empezó a leer por sí mismo o alguien lo instruyó en la lectura?

En casa de mis padres en Jesús María no había biblioteca, así que todos los libros estaban en anaqueles ubicados en la habitación donde yo dormía. Recuerdo que cogía los libros y, a veces, hasta me amanecía leyéndolos. A esa edad leía mucho Mark Twain, Verne. Pocos autores peruanos quizás, sin embargo, uno de los primeros relatos que leí fue “Los inocentes” de Oswaldo Reynoso. Otro de mis recuerdos a esa edad está relacionado al hermano de mi abuelo, un tipo espectacular y del que algún día pienso escribir. Él me dio a leer “Un mundo para Julius” cuando estaba en segundo de secundaria. Y una vez en el colegio nos pidieron hacer fichas de libros y yo usé la novela de Bryce, para sorpresa de mi profesor que dijo “¿En serio vas a trabajar las fichas con ese libro?”.

-¿Ese libro marcó su adolescencia?

Curiosamente, no. El libro que marcó mi adolescencia fue un resumen sobre el existencialismo publicado por una editorial española. ¡Si lees existencialismo a los 14 años te fregaste la vida! Así que empecé a leer a Sartre, Camus, Kierkegaard. Llegué a pensar en cosas que no debía a mi edad. Creo que eso tiñó mi adolescencia.

-Uno puede leer mucho en su adolescencia pero de ahí a sentarse a crear historias hay un tramo largo. ¿Cuándo se dio cuenta de que quería escribir?

Lo primero que comencé  a trabajar fue escritos muy intimistas. A los 12 años leía ya a Hesse y estaba muy impregnado de sus trabajos, de su metafísica. Comencé a escribir sobre mi interioridad en relación con el mundo, algo muy adolescente. Luego también hice algo de poesía y a los 14 ya tuve un relato que estaba basado en “Cuadrophenia”, esta maravillosa ópera rock de “The Who”. Escribí también “Cinema”, un relato que saldrá en mi próximo libro. Luego recuerdo que en la universidad escribí un cuento para conquistar a una chica, pero esta resultó ser culta y me dijo “Esto es una copia de ‘Las ruinas circulares’ de Borges”. Perdí a la chica y nunca volví a copiar a Borges.

-¿Qué libro de Borges le parece que todo peruano debería leer?

No sé si todo peruano o más bien todo ser humano, pero a mí me gusta mucho “Historia universal de la infamia”. La mayoría de gente te dirá que escoge las "Ficciones" de Borges, pero no es mi caso.

-Tuve la oportunidad de entrevistar autores que dejaron un libro dormir dos o tres años, pero quizás nunca hablé con uno que lo haya dejado dormir 20 años. En la revisión final antes de publicar este libro, ¿llegó a cuestionarse seriamente lo escrito?

En términos astrales nuestra vida no es nada. Tres o dos años de espera son más una ‘siesta’ que dormir (un libro). Lo que pasa es que tampoco fue algo consciente (no publicar el libro en 2 décadas). Simplemente lo terminé y como salí del mundo de la literatura y me dediqué a un trabajo más práctico, que me ayudaría a aportar a mi familia, el libro se fue quedando. Lo escribí a lo largo de seis meses y simplemente se quedó ahí, junto a varios proyectos. Mi esposa me decía que vaya a arreglar el estudio, que bote los papeles, y yo abría el borrador, lo revisaba y me gustaba siempre. Jamás dije “está mal”. Y es por eso que lo mantuve.

-¿Cómo hacía un visitador médico para darse sus escapadas y no dejar de lado la literatura?

No me escapaba, porque las escapadas en esa industria pueden costarte muy caro. Por ese entonces tenía dos trabajos, visitador médico en los hospitales Militar y de Policía, y además elaboraba junto a dos amigos las 12 páginas del suplemento cultural de “El Peruano”. Una vez tuve una comisión para entrevistar a Oswaldo Reynoso, nos hicimos amigos, me preguntó si yo escribía, le mostré mis cuentos. Los vio y yo vi los textos originales de lo que sería tiempo después “Los eunucos inmortales”. Esa fue la mayor relación que tuve con la literatura ‘oficial’, ‘abierta’ y ‘reconocida’ (durante mi época de visitador médico).

-Quise marcar las frases con un tono lírico que aparecen en su libro pero al final temí que este termine completamente rayado y no lo hice. ¿Cuánto ha aportado la poesía a “Un lugar como este”?

Mucho. El primer libro que edité fue un poema. Y caracterizarlo de esa forma es justo. Fue un poema de casi 500 versos que se llama “Acto primero”. Entonces me preocupaba un ritmo que el lector lo sienta como su respiración natural, y además entender el proceso de escritura. ¿Por qué me sentaba a escribir? Aún sigo buscando entenderlo. Es un oficio curioso sentarse a inventar historias para los demás. Pero sí soy muy consciente en mis textos de que busco trabajar el lenguaje. Narrar una historia es sencillo dependiendo qué reto de pongas. El monto de la apuesta determina qué vas a lograr. Al texto le exijo que me guste, y para eso debe tener ritmo, atrapar y estar escrito en un lenguaje bien trabajado.

-¿Sintió la necesidad de remarcar más de una vez en sus relatos que Calderas (espacio donde se desarrolla “Un lugar como este”) era una zona donde no había ni agua, y que si aparecía un vaso con dicho líquido debía cuidarse al máximo porque se podía acabar en cualquier momento?

Tenía que ser un lugar así. En realidad, hay un modelo ideal para este tipo de locaciones, que es lo que yo me imaginaba de algunos lugares apartados de (William) Faulkner. No tanto por la similitud geográfica, sino más bien por una suerte de hermandad espiritual. Un lugar árido, condenado a no prosperar. Y sin embargo, me interesaba contrastar esa aridez, o esa “voluntad divina” enfrentada con la voluntad humana de decir “yo voy a entrar acá”. Y vemos que pasa acá a cada rato. Como dice en el relato, esas personas que llegan, clavan su estaca y después ya ven cómo es que van a vivir.

-Eso encaja perfectamente una frase que usted dice en el libro: “hay lugares que están negados para las personas”.

Y eso está amarrado al epígrafe del inicio, del ser humano como una maravilla o una porquería. Somos capaces de llegar a los dos extremos. Y en todo ese continuo de conducta humana hay algo que se llama voluntad. A mí me interesan muchos los destinos y la dimensión épica de la conducta humana. Y en el ámbito de América Latina, esa dimensión épica se representa muy bien por tener o no tener agua y vivir a pesar de ello. Es un problema que los europeos y los americanos desconocen totalmente.

-Durante la presentación de la primera edición de “Un lugar como este”, en 2014, Oswaldo Reynoso destacó que el libro le generaba ganas de leerlo dos veces, primero para conocer y segundo para disfrutarlo. ¿Se podría decir que Oswaldo ayudó a que usted mantenga su ilusión de ser un escritor?

Yo creo que sí, aunque nunca hablamos propiamente de eso en los 20 años que lo traté, pero el simple hecho de verlo y que me muestre 15 o 20 páginas que había escrito el día anterior dejaba claro que el tipo estaba entregado, tenía un gran ejemplo de laboriosidad tal como puede tenerlo Vargas Llosa. Y ese es un aspecto que la gente no destaca mucho, quizás porque les gusta más resaltar su lado polémico. En el fondo, yo veo conexiones muy interesantes entre Vargas Llosa y Reynoso. Una disciplina monástica en un caso (MVLl) y no monástica en el otro (Reynoso). Uno se pone horarios, el otro no, pero cuando se sentaba a escribir lo hacía con mucha asiduidad. Y lo otro es que los dos son personajes apasionados y absolutamente cerrados en la defensa de lo que creen.

-En una parte de su libro ocurre un fuerte temblor durante un velorio y luego hay una especie de miedo a la ‘resurrección’ del occiso. Visto esto como una ‘señal’, ¿qué piensa un escritor que hay después de la muerte?

Hasta ahora creo que hay una nada absoluta. Me gustaría que hubiera algo, obviamente, porque la principal preocupación de un escritor es la trascendencia. Y, bueno, quizás no sea uno muy consciente de eso pero lo que haces lo está demostrando. ¿Si no para qué publicas lo que escribes?

-¿Qué le gustaría que trascienda de su literatura?

La preocupación por el lenguaje. Porque literatura es arte y lo que diferencia a esta de cualquier ocupación es el trabajo cuidadoso en el detalle y el pulido de la obra. He visto mucho texto en el cual se ha perdido esa dimensión, porque se piensa que es aburrido o anticuado. Claro, porque hoy los modelos son de hace 10, 15 o quizás 20 años.

-¿Lo que se viene después --en los libros que usted tiene ya confirmados para los próximos dos años--  también tiene este cuidado del lenguaje, estas comparaciones acertadas y estas estructuras definidas?

Me he dado cuenta que tengo varios registros. Por ejemplo, en el libro que ya está comprometido para aparecer en 2017 hay relatos que  escribí incluso antes que “Calderas”. Uno es “Fifteen”, que quedó segundo en el premio Copé pasado. En este se ve un lenguaje más bien reducido al mínimo en cuanto al diálogo, pero que en las partes en las que comienza a darse un monólogo interior sí se suelta mucho. Eso jamás lo abandonaré. En todos mis relatos habrá un gusto por la frase bien escrita, por el ritmo, etc. Y sobre todo por rematar cada párrafo como si fuera el final de una novela en sí.

-La mayoría de los escritores dice que los premios o los buenos puestos en concursos “son algo más” y le restan importancia. ¿Realmente un premio motiva a seguir escribiendo?

El que te dice que no le importa, es hipócrita. Si enviaste algo (a un concurso) es porque te importó. A mí sí me interesaba porque como nunca trabajé relaciones sociales en el mundo literario, sino que me senté a escribir, tenía que aparecer con un libro que sea validado desde afuera. Felizmente me pasó con “Un lugar como este”. Es más, te cuento algo muy personal, en los últimos cinco años me la pasé pensando en que moriría siendo un aficionado a la escritura y nada más. De pronto me llamaron del Copé y lo tomé como una confirmación. Entonces, sí hay (en los reconocimientos) un rol de afirmarte desde afuera y motivar a que tú te auto afirmes. Quizás si no me iba bien en el Copé no me hubiera animado a enviar “Un lugar como este” al Premio García Márquez.

-¿Por qué los lectores de “El Comercio” tendrían que leer “Un lugar como este”?

Siempre he creído que el mayor reto para un escritor es construir un mundo y eso me propuse. Considero que con este libro el lector ingresará en un universo cerrado en el cual cada relato va enriqueciendo al otro. Esto le permitirá recuperar un tipo de lectura que hace un buen tiempo no se ve. Eso en cuanto a diversión. Y finalmente, porque creo que “Un lugar como este” aporta un trabajo de lenguaje que me gustaría no se pierda. Y para poder reconocerlo, pues hay que leerlo.

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