Día de San Valentín, una fecha para suspirar y enamorarse. (Foto: Agencia)
Jaime Bedoya

En cualquier inopinado karaoke de la avenida Aviación, en una atmósfera que huele a olvido y a perro mojado, reposa en silencio un copioso fólder enmicado. Este atesora la relación de disponibles para el respetable, ese tirano del gusto y víctima de las emociones.

MELODÍAS POR SAN VALENTÍN

Existe el parnaso melódico. Lo habitan José José, Camilo Sesto, Roberto Carlos, el Puma, los inmaculados. Pero por debajo de ellos subsiste una legión en animación suspendida, los que estuvieron a punto de trascender su cuarto de hora, pero no. Se cansaron, se rindieron, o un único y condenatorio megaéxito se les colgó del cuello como el sargazo al marinero.

Posiblemente no se identifique ni la canción ni al autor por sus generales de ley. Pero ante el feliz asomo del alcohol, mejor dicho una vez instalada la borrachera con todos sus efectos prácticos, la letra ignota acude sola, fluida, como una información familiar de la cual es imposible desvincularse. Su prédica se hace carne a través de todas esas canciones perecibles que el amor nunca olvidó. Bendita maldición: jamás podrás olvidarlas.

ENTRE EL DIABLO Y JUNG

Es en virtud de esa memoria romántica colectiva que el finado granadino Miguel Gallardo (1949 – 2005) sigue cantando el himno fáustico de “Tu amante o tu enemigo”.

“Vendo mi alma por hacerte feliz”, arranca sin preámbulos la letra, antes de plantear una oferta que suena a amenaza:

Puedo ser, puedo ser/ tu amante o tu enemigo/ puedo ser, puedo ser/ el fuego o el olvido… ¿sí o no?

La maniática manera en que el difunto Gallardo pregunta ¿sí o no? a lo largo del videoclip de rigor, vistiendo impecable smoking blanco y haciendo gala de palpitante lunar de carne en la mejilla derecha, deja una huella inquietante en quien tenga ojos de ver.

Es una impresión análoga a la que los escritos del psiquiatra suizo Carl Jung tuvieran en la sensibilidad del inglés Richard David Court, mejor conocido desde los 80 en Brasil como Ritchie.

Fue a través del libro “El hombre y sus símbolos” de Jung que Court se sumergió en los arquetipos femeninos: la musa, la madre, la virgen guerrera y la doncella venenosa. Le bastaron veinte minutos y un lápiz para con esta información en el cerebelo mister Court –Ritchie–, compusiera “Mi niña veneno” (1984):

Mi niña veneno/el mundo es pequeño para los dos/en toda cama que duermo/te vuelvo a ver, te vuelvo a ver, te vuelvo a ver/ yeah/yeah/ yeah/yeah.

Día de San Valentín
Día de San Valentín

El narrador refiere ser víctima de una irresistible nínfula tóxica, que lleva al susodicho hasta la degradación del embrutecimiento erótico:

Mi niña veneno/tú tienes un modo sereno de ser/y cada noche y en mi cuarto/me entorpece, me entorpece, me entorpece/ yeah/yeah/yeah.

El sexagenario Richard Court nunca será recordado por otra cosa más en la vida que por la sublimación de sus claustrofóbicos escarceos con el furor uterino. No es poco en una hoja de vida.

LAS OJERAS Y EL ONANISMO
Romántico precoz y temprana víctima del descarte sentimental, Óscar Eduardo Athié Furlong (Acapulco, 1958), le atribuye a un despecho infantil su primera incursión en la balada amorosa. Tenía 11 años y una pequeña arpía que respondía al alias de Mayte le hizo saber que el interés de Athié no estaba a la altura de su alma. El niño Athié escribió su primera canción, elegantemente intitulada “Incrédula”.

Ya graduado de médico con mención especial en el muy noble oficio de partero, Athié Furlong retomó su vena melódica participando en un festival de canto. Emerge victorioso del mismo, siendo amadrinado por esa inmensidad de la cultura popular mexicana que es Verónica Castro, matriz inmóvil de donde brotara el indescriptible Cristian.

Parte del premio, además de tener la puerta de la fama entreabierta, fue grabar un larga duración con la disquera Gamma. Athié ya tenía un cúmulo de composiciones románticas que reunió bajo el galante imperativo de “Conóceme”. Entre ellas estaba su opus magna: “Fotografía” (1981):

Hoy mi pared / está triste y vacía/es que quité/ tu fotografía.

La canción era un enfrentamiento con una foto, ‘souvenir’ impreso de un amor malogrado. Athié circunnavega doliente ante la imagen que ya no quiere ver, lamentándose de las razones no dichas de la penosa separación. Opta por una salida geoespacial al dilema:

Fui y la escondí/en un sitio lejano/donde guardo las cosas/que me hacen daño.

El momento climático del tema recae naturalmente en el coro, que elevando el tono a manera de himno se regodea en las funestas consecuencias del mal de amores. Es en este momento en que brota de la pluma de Athié lo más elevado de su lenguaje, hoy versos inmortales del cancionero popular:

Flaco, ojeroso, cansado/y sin ilusiones/ muere mi cuerpo, mi casa/no tengo pasiones.

Una primera y superficial lectura de lo anterior podría quedarse en la común inapetencia y desgano que suele acompañar el enamoramiento frustrado. Pero una aproximación más enfocada en lo fisiológico podría especular que cuando Athié se refiere a lo de flaco, ojeroso y cansado no alude a la depresión sino a la paja, salvavidas manual ante el naufragio emocional de la ruptura.

Tras llegar a la cumbre solo queda descender de ella. Athié abandonó el mundo de la música hacia los años noventa para dedicarse al empresariado turístico y la función pública de su querida tierra acapulqueña. “No era mi perspectiva de vida perpetuarme en ese estilo de vida”, fue lo que declaró en su momento al dejar la carrera artística.

La grandeza es un pesado manto que hay que saber llevar con dignidad. En el 2014 un videoaficionado captó a un maduro Óscar Athié, calvo, ojeroso pero con ilusiones, cantando a capela “Fotografía” en un paréntesis de camaradería del Festival de Pescados y Mariscos del hotel Elcano, Acapulco.

ORLANDO NETTI PUDO HABER SIDO GARECA

El argentino Orlando Netti llegó a este mundo pesando poco menos que un chihuahua. Fueron mil novecientos gramos que habrían de ser arrullados en brazos de dos tótems del romanticismo melódico latinoamericano, Luisito Aguilé y Leonardo Favio.

El niño Netti demostró talento futbolístico que lo llevaría a jugar por las divisiones inferiores del Boca Juniors. De haber persistido en el deporte en vez de la música, quién sabe si hubiera sido Netti el director técnico argentino que nos habría llevado nuevamente al Mundial. En esa distopía Gareca hubiera sido baladista romántico: el Tigre del Amor.

Orlando Netti sacó a la luz su elepé homónimo “Orlando Netti”, valga la redundancia, en 1984. El 90% de las canciones eran traducciones de temas extranjeros de moda. Entre el 10% restante estaba su destino: cuatro minutos y medio de una tonada llamada “Clásico”. Pero el Orlando Netti que hoy por hoy las radioemisoras AM han hecho ícono y leyenda no hubiera existido de no haber sido por la incursión peruana de Orlando Netti con esa canción bajo el brazo.

Día de San Valentín
Día de San Valentín

Esta se inició con ocasión de la muy encomiable Teletón. Con su imagen de pelucón amigable, lograda entre el coqueto cerquillo de volante derecho y la desenfadada combinación porteña de jean con blazer, Orlando Netti generó tal conmoción popular que la Benemérita Guardia Civil del Perú, siguiendo una tradición, dijo no poder hacerse responsable de su trabajo: 20 mil almas pugnaban por escuchar el playback de “Clásico” en vivo.

Fue recompensado al año siguiente con el Circe, el equivalente al Óscar peruano, acoso sexual incluido. Netti, revelación juvenil del año, se presentó en el bicentenario coso de Acho rebobinando la sensibilidad romántica nacional con versos disruptivos. Caló hondo la lírica referencia a la psicomotricidad fallida, el insomnio y el ahogamiento como síntomas del trance amoroso:

Camino al revés / y duermo sin paz/te quiero una vez/ y mil veces más/Me muero de sed/ pudiéndome ahogar.

Netti atesora las amarillentas noventa y cinco notas periodísticas que los medios impresos peruanos le publicaran cerrando esos prodigiosos años 80. El problema es que seguía siendo el cantor de una sola canción.

La desesperación es mala consejera. En 1987 sacó al mercado un elepé que desde el nombre era ya una admisión de falsa derrota: “Ahora… con todo”.

¿Qué quería decir con eso? ¿Que las imperecederas letras de “Clásico” habían sido la nada? Craso error. Ese acetato incluía el pegajoso tema “Te voy a contar un secreto”, inocua declaración de un amor no dicho. El video-clip agregaba insulto a la ofensa.

Netti escogió como pareja para el video a la experimentada actriz/ vedette Sandra Villarruel. Ella se había hecho conocida como curvilínea felina de Las Gatitas de Porcel, incursionando luego en el cine eroticón en títulos como “¿Y dónde está el hotel?” o “Expertos en tetología”. Era como invitar a un paseo en bicicleta a quien ha recorrido ocho Dakars. Por la diferencia de edades y de experiencia de vida, en el video Sandra pareciera ser su tía. ¿Sería ese –el incesto– el secreto al que alude la canción?

La buena noticia es que la internacionalización de Orlando Netti empezó al año siguiente. Fue cuando le tocó componer las canciones para el mercado hispano de las exitosas Tortugas Ninjas.

AÑOS FEY

Musa víctima de su propio arquetipo es lo que le tocó ser a doña María Fernanda Blázquez Gil, a quien el mundo musical conoce por la sílaba Fey. 

Rechazada por las disqueras en sus inicios, Blázquez Gil fue el centro inmóvil de la feymanía, fiebre gatillada por esa autoadhesiva balada pop del desamor que es el oxímoron “Azúcar amargo” (1996). Fey cantaba con triste, dulce e hipnótico hálito púber:

Mientes, te conozco bien/está claro que/algo está cambiando.

Su biografía oficial fija su natalicio en 1973, por lo que Fey frisaba los 23 años cuando salió la canción. El guarismo fue cuestionado por la opinión pública, pues en el videoclip la cantante lucía más bien ingresando a velocidad crucero en la base tres. El debate generó la teoría de que un año Fey, como el de los perros, equivalía a seis años humanos.

La canción le hizo llenar once veces seguidas el Auditorio Nacional de México en 1997. La cantante decía que jamás en su vida le había tocado pasar por un desengaño amoroso como el relatado en “Azúcar amargo”:

Eres, azúcar amargo/un ángel y un diablo/el hombre que quiero/pero siento que ya no te tengo.

Reza el dicho que hay que tener cuidado con lo que se desea. El peso del hit fue severo. Fey abandonó su disquera. Luego se retiró de la música. Pasó por tres matrimonios, todos acabados en divorcio por la causal aludida en “Azúcar amargo”, la infidelidad. Lo que se mantuvo constante fue el misterio de los años Fey.

El año pasado doña Fernanda publicó en su Instagram unas fotos suyas veraneando en la playa a sus supuestos 44 años. La lozanía y el estupendo estado físico de la cantante, neotenia de carne y hueso, replican la misma juventud eterna que tienen las canciones de amor. Las vuelves a oír y les vuelves a creer.

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