Instrumentos andinos en clave dodecafónica sometidos a ejecución simultánea y fragmentada con un tempo diferente. Bucles repetitivos a velocidad variable y con varias capas superpuestas. Melodías, ritmos y consonancias fusionadas en una mixtura aleatoria. Ecos y abstracciones para un primer momento de la música concreta sonando 'a la peruana'. Una partitura auditiva en siete pistas grabadas en cinta magnética y editadas en apenas cien caset.
Todo un universo inédito desprendiéndose de las manos del joven estudiante peruano Arturo Ruiz del Pozo (Lima, 1949) en el Royal College of Music de Londres. Era 1976 y había salido de Lima con un equipaje compuesto por aerófonos y percusiones nativas. Puestos a consideración del maestro Lawrence Casserly, perito inglés de la composición electroacústica, el aprendiz de músico quedaría fascinado con la interacción de todos esos instrumentos autóctonos funcionando en el tamiz estético de Pierre Schaeffer, el primero en descontextualizar el sonido fijándolo en un soporte analógico (1929).
Es verdad que desde antes de pisar Europa ya era proclive a la experimentación audiovisual, pero fue en aquella escuela londinense donde Ruiz del Pozo refinó el arte de manipular el ruido. Y hacer que ese collage de polirritmos y microtonalidades suene como un canto ritual andino: “Native Compositions” se grabó entre 1976 y 1978 para una edición artesanal en caset (1984). Nada hacía suponer que 40 años después semejante rareza reciba un baño de acetato.
ECO Y DIÁSPORA¿Y cómo era la música 'culta' en las primeras décadas del siglo XX? Sometidos a una pintoresca ortodoxia indigenista, los académicos peruanos tenían problemas hasta para asimilar las acrobacias vocales de Yma Sumac. Compositores como Theodoro Valcárcel, Roberto Carpio y Ernesto López Mindreau ensayaban un impresionismo tardío de talante folclórico cuyo feliz despegue ocurriría a partir de la Sinfónica Nacional y el Conservatorio Nacional de Música orquestada en manos foráneas: el belga Andrés Sas, el alemán Rodolfo Holzmann y el austríaco Theo Buchwald.
Así, creadores de nuevo cuño como Celso Garrido-Lecca, José Malsio, Enrique Iturriaga, Leopoldo La Rosa, Enrique Pinilla, Olga Pozzi Escot, Francisco Pulgar Vidal, César Bolaños y Édgar Valcárcel no tendrían otra opción que cruzar el océano para explorar eso que el vanguardista puneño Gamaliel Churata llamaba lo “ultraórbico”. Estados Unidos y Europa como destino para reinventarse y, a partir del posromanticismo de Mahler, disolver la tonalidad e inscribir su arte en el esplendor vanguardista de posguerra.
En esa diáspora y en ese horizonte con sed de infinito se inscribe la obra de Ruiz del Pozo. Liberando a la melodía de su armazón armónico, privilegiando el timbre sobre la textura, dirige su orquesta hacia un universo aleatorio generado por la electroacústica, el azar y la disolución absoluta de la melodía. Todo un laboratorio electrónico que influiría también en artistas como Szyszlo, Eielson, Bresciani, Sologuren y Salazar Bondy.
HOMBRE ORQUESTA“Apenas me enteré de que había ganado la beca del Consejo Británico, comencé a empacar diferentes variedades de zampoñas, quenas, tarkas, tinyas, sonajas, pinkillos y cajones típicos peruanos, Todo ese instrumental me sirvió para componer durante dos años las nueve pistas de música concreta, grabarlas en cinta monaural y procesarlas en el estudio junto al maestro Casserly. Hasta ahora no puedo creer que cuatro décadas después sea reeditada”, dice el maestro de 70 años.
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Con la idea de que en cada pista brille un instrumento en particular, “Composiciones nativas” abre con “Parantara”, juego de zampoñas y gong de nueve minutos precediendo “Lago de totoras”, donde frota los vientos contra él mismo para que suenen como el agua agitando un cañaveral altoandino. “Clarinete cajamarquino vibra con viento-madera, “Tarka en brujas” percute en los agudos del cuero crudo de la wankara, “Selvynas” privilegia el tejido melódico de las flautas de pan para un “Despegue” final donde rebobina todos los sonidos a gran velocidad generando un múltiple 'sound white'. Todo termina abismándose en el silencio absoluto.
Mezcla de sonido espacial, instrumentalización ritual y técnica académica avant-garde para la primera inmersión sensorial de un maestro que, años después, atraería a las masas con sus memorables conciertos por la paz en Marcahuasi (1988) y Nasca (1991). Luz, sonido, experimentación y vértigo vanguardista en esta cámara de reverberación precursora de la música electrónica atravesando el tiempo sin fisuras.