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Fabiola de la Cuba
Maribel De Paz

Ingresar a la casa de es adentrarse, en primer lugar, a una niebla aromática hecha de incienso. Es ingresar, también, a su cubil compartido con 23 gatos. Animalista y vegetariana, De la Cuba tiene entre sus sueños pendientes la construcción de un albergue para animales abandonados. Ella, que ha dicho que la música fue su propia salvación, alista, mientras tanto, su próximo tributo al Perú.

— ¿Qué es la peruanidad? ¿Dirías que para ti es una experiencia doliente o más bien gozosa?
Una de las cosas más interesantes que siento, y que han cambiado con estos acontecimientos deportivos, es el tema de la integración. El Perú está avanzando en ese sentido. Y entonces, sí, hoy gozo la peruanidad, porque también convivo con la música y la danza, y el arte te brinda una serie de elementos para la vida que te hacen más sensible, más feliz, más en contacto con lo bello de la vida. Creo, además, que a través de tantos años de conocer el Perú profundamente he hecho un trabajo serio de investigación, un trabajo profundo y también sincero. Creo que ahí radica el relativo éxito de las producciones que hacemos, en el sentido de ser fidedignos con lo que presentamos, con todo el fundamento del espectáculo. Yo lo veo como una conexión profunda, intensa y sincera con mi tierra.

— Hay quienes te llaman cantante criolla, pero tú afirmas ser cantante de música peruana.
Siempre quise hacer un espectáculo integral, de todo el Perú, no solo criollo. Pero yo vengo de un tío abuelo que es Lucho de la Cuba, un pianista criollo reconocido. Entonces nunca me molestó el ser criolla, pero siempre quise profundizar en toda esta investigación del Perú en general, y es así que vengo haciendo también hace muchos años música andina, porque además mi madre es serrana, y por razones obvias tengo un cariño especial por los Andes.

(Foto: Juan Ponce / El Comercio)
(Foto: Juan Ponce / El Comercio)

— Tu mamá es de Abancay y tú naciste en Lima. ¿Cómo fue el tránsito de tu madre de Abancay a la capital?
Mi mamá era apurimeña nacida en Abancay, nieta de italianos, y hablaba quechua muy bien. Se casó con mi papá, arequipeño, que se enamoró de ella cuando fue a Abancay por un proyecto de agronomía. Ella tenía 17 años y él 27. Para mi mamá fue su único amor, un amor hermosísimo. Se fueron a vivir a Arequipa y los primeros diez años no tuvieron hijos. Después ya nacieron mis hermanos y decidieron venirse a Lima, donde buscaron un lugar tranquilo como Chaclacayo.

— Estuvieron juntos toda su vida.
Casi 40 años juntos.

— Y tú has dicho que no duras más de dos años con una pareja.
Sí, sí, y ahora estoy sola y muy bien, contenta y feliz.

— Bueno, no tan sola, tienes 23 gatos.
Sí, una amiga una vez me corrigió y me dijo: "Tú no vives sola, tú duermes sola". Porque en realidad por mi casa entra un montón de gente y vivo acompañada de un montón de animalitos que, bueno, ellos son mi vida.

— Alguna vez dijiste que los grandes espectáculos te brindan adrenalina, miedo y, finalmente, un placer absoluto.
Me dan todas las posibilidades. Me dan la posibilidad de ir de lo más íntimo del espectáculo a la superproducción de escenificar, como vamos a hacerlo en Lunahuaná, la batalla de los incas con los huarcos. Me encanta trabajar en grandes escenarios, e iluminar todo el espacio de ser posible, porque hay mucha gente que hace espectáculos en Chan Chan, por ejemplo, pero no ves ni un muro, y en mi caso he tratado siempre de que el público disfrute del espacio material que tenemos. En Sacsahuamán, por ejemplo, los baluartes; en Kuélap, ver toda esa fortaleza; y ahora en Lunahuaná, todo este espacio inca maravilloso. Es una bendición tener ese tipo de lugares en el Perú, y creo que mis fibras internas están conectadas con la tierra en ese sentido.

—Y, como mujer, ¿qué dirías que ha sido lo más difícil al momento de llevar a cabo estos espectáculos gigantes?
Quizá al comienzo, cuando era más joven, el hecho de dirigir. Sentía que había un tema de pensar que una mujer no podía dirigir a 400 hombres en Sacsahuamán, pero siempre he tenido carácter fuerte y creo que me ha sido fácil sacar los huevos para hacer que me respeten en mis ideas y en mi posición de directora de un espectáculo. Hoy dirijo con menos tensión, con mejor carácter y ánimo, con más felicidad y tranquilidad. Creo que la vida y los años te deben servir para ser más feliz y vivir en paz.

— Sin embargo, decir que una mujer puede "sacar los huevos", como sinónimo de fortaleza, podría ser considerada también una frase machista.
Es lo que la sociedad te ha enseñado, pero es verdad. En realidad tenemos que despercudirnos de muchísimas frases y cosas que han quedado en nuestro interior. Pero me refiero a sacar el carácter que sí, pues, una mujer puede tener muchas veces más que un hombre.

(Foto: Juan Ponce / El Comercio)
(Foto: Juan Ponce / El Comercio)

— Has dicho anteriormente que hasta los 30 años no le hallabas gracia a la vida.
Pero hoy sí. Hoy sí. Sufría de depresiones brutales. Yo tengo un problema de salud, de depresiones importantes, con el que he tenido que lidiar con tratamientos psiquiátricos, pastillas y mucho más.

— ¿Y cómo lo manejas ahora?
Ya no caigo de forma tan profunda, felizmente. Creo que es también un tema de madurez emocional, pero he sufrido de depresiones espantosas desde niña.

—Es una enfermedad no muy bien entendida socialmente.
Ah, sí, te pueden decir “pero si tienes todo para ser feliz”. En mi caso funcionó el tratamiento con medicación, pero también el hecho de entender mejor ciertas situaciones de la vida, y el propio arte. Porque a veces me dolían demasiado ciertas circunstancias, que me tumbaban. Y a partir de los 30 comencé a vivir situaciones distintas. Creo que el tema de la depresión se solucionó también al comprenderlo, y una de las cosas más estimulantes que yo encontré en mi vida… primero para mí son ellos… los animales. Es decir, mi hija al lado de todos ellos, obviamente. Mi hija es mi gran tesoro, es mi vida… La depresión es el no querer vivir, es un cansancio del alma. Y el cuerpo no responde a querer comer, bañarte, caminar, y tienes hasta pánico de salir a la calle.

— ¿Cómo lo recuerdas en tu infancia?
Desde que fui consciente. Me acuerdo de que cuando llegaban familiares a Chaclacayo, donde mis papás tenían una casa muy bonita, todo el mundo jugaba vóley y yo los miraba y no entendía por qué les divertía eso. El contacto con los demás no me hacía feliz a mí, pero cuando una tía decía “¡hora de cantar!”, entonces yo estaba trepada en la chimenea esperando primerita que vengan los primos para hacer canon de voces. No me hacía feliz nada que no fuera la música. Y también me acuerdo clarísimo de cuando unos tíos llevaron a la casa un cabrito para hacerlo a la parrilla. Yo no era vegetariana, pero casi me muero. Lloré espantosamente de dolor por ver a un animal puesto en una parrilla.

— Finalmente, has afirmado que el mejor lugar para hacer el amor es Tarapoto. ¿Por qué?
Ay, hubo una época en que todos nos enamoramos en Tarapoto, el elenco completo. Entre músicos y bailarines, bailarines con bailarinas, todo el mundo se enamoró. Pero te voy a decir algo. Mi grupo es supersano, y sano en varios sentidos: en temas de disciplina y de respeto. Pero sí hubo allí mucho amor en el aire, aunque no considero que haya un lugar específico para el amor. El amor llega y te sorprende de pronto.

MÁS INFORMACIÓN
Lugar: Salón Limatambo del Westin Lima Hotel (Las Begonias 450, San Isidro).
Fecha: viernes 27 de julio, 7:30 p.m.
Entradas: al teléfono 947-466-200.

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