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Linkin Park en Lima: una noche de pogos, bengalas y la nueva era del nu metal | CRÓNICA
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Las peores grabaciones de conciertos del 2025 se realizaron la noche del martes en el Estadio San Marcos. Hay que estar ahí para entenderlo: con cámara en mano, miles de personas saltando, aplaudiendo al compás de Mike Shinoda y pogueando en rondas que se aceleran o detienen según el tema de Linkin Park que suena como banda sonora.
Antes del show principal aparece una voz melódica que consigue cautivar al público: Poppy. Su figura acompaña —alta, cabello largo y con un aire a Dua Lipa— pero con un outfit que remite a sus inicios en YouTube, cuando emulaba a una robot inquietante. Interpreta temas con inicios memorables, camina por la pasarela y pasa rápidamente de lo melódico a tonos graves. Sin más palabras que un escueto “gracias”, se retira.

La espera sirve para llenar los espacios faltantes. Empiezan a aparecer los outfits de camisa blanca y corbata negra. También quienes llevan las camisetas del concierto de 2017, aún con el rostro de Bennington, que si no fuera por el concierto, parecerían ir a un velorio. El público es variado: padres con hijos, grupos de amigos y solitarios que parecen saldar deudas de adolescencia con deudas bancarias para costear las entradas.
Inicia la cuenta regresiva. Al llegar a cero, un láser responde al sintetizador. Shinoda toma el micrófono y grita: “Let’s go”. El scratch abre paso a una serie de rimas que desembocan en la voz de Emily Armstrong. El segundo tema sigue la misma pauta: primero Shinoda, luego Armstrong, la nueva vocalista principal de Linkin Park.

Como es costumbre en esta nueva gira From Zero, los láseres atraviesan el estadio. Armstrong gana más presencia escénica: aplaude y todos la siguen, saluda y la gente grita. Llega el primer gran éxito de la noche, “New Divide", y también su primer reto: un tema recordado por la versatilidad vocal que mostró Chester Bennington. El público salta con ella, el humo se eleva, y al unísono corean su nombre. Armstrong sonríe; el resto del concierto se resuelve con esa energía.
Le sigue “The Emptiness Machine”, tema insignia de esta nueva era. Es el hit que confirma que el público sigue ahí. Y aunque el estadio no está lleno, están los que tienen que estar: los que acompañaron los cambios de álbum, de outfit, de vocalista, de etapa.

Más cerca al público
El scratch marca el inicio del segundo acto. Las guitarras se suman y la voz de Armstrong sostiene el furor. Entre luces, los fans agitan carteles, sostenes y boxers y más de uno pide un featuring improvisado. Shinoda se eleva sobre una tarima, mira a la multitud, la señala y se lleva el dedo a los labios. Silencio casi total. “Where’d You Go + Waiting for the End” ponen los puntos sobre las íes al recuerdo de Bennington: “¿A dónde fuiste? / Te extraño tanto / Parece que ha pasado una eternidad / Por favor, vuelve a casa”
Una pausa permite procesar el momento. Entre el público del campo A, unas manos abren el compartimiento de una mochila: de ella sale una bengala, lista para encenderse después del primer scratch. En la pasarela, Shinoda y Armstrong interpretan un tema nuevo. En el clímax, las luces y la bengala se funden en una sola imagen que acaban al unísono.

Shinoda vio la figura, sonríe: “Amigos, los quiero cerca”. Baja del escenario y entre cartas, gigantografías y regalos, encuentra a un niño con protectores auditivos: Noah. Le habla en inglés; los fans y padres traducen. Noah sigue sin entender. No importa, Shinoda se quita la gorra y se la coloca. Shinoda no se va con las manos vacías: también recibe una gorra con la marca Perú y una bandera que el músico coloca sobre sus hombros.
El DJ Joe Hahn —director creativo de la banda— inicia una base rítmica. Shinoda toma la mano del niño y rapea. Canta con el público para luego regresar al escenario. “Thank you, Noah”. El estadio corea el nombre del niño, mientras Noah aún no comprende lo que ocurre. “How can I say hands? Manos? Two manos? I love manos! Los amo, manos!”, bromea Shinoda, levantando las suyas sobre la cabeza para aplaudir. Todos lo imitan. Entonces arranca “Given Up”.

Un show encendido
Una nueva bengala se enciende en medio del estadio. Los bomberos corren, la seguridad los sigue. Se abren paso entre la multitud hasta que la flama es llevada a una zona despejada y apagada. Inicia el tercer acto, y con él “Over Each Other”. Pero apenas termina, una segunda bengala se prende; la seguridad actúa rápido, la retira, y a mitad del camino otra vuelve a encenderse. A estas alturas, Armstrong domina todos los temas. Es su momento
Entre el público, detrás de la ropa oversize, se esconden cuatro bengalas más. “Caleta, hay que saber meterlo no más. Hay que ser creativos”, comenta un fan que recuerda haber querido llevar una en el concierto del 2017, cuando todavía eran más caras. Se ocultan en mochilas, bajo la ropa, en el pantalón o en cualquier espacio que soporte un cilindro de doce a diecisiete centímetros. Verlas ya no sorprende: se han vuelto parte del paisaje. En otros conciertos —System of a Down, por ejemplo— también aparecen, y por eso los grupos de bomberos ahora son presencia habitual en las graderías.
Llega “What I’ve Done”, parte de la banda sonora de Transformers (2007). Algunos fans repiten los monólogos de Optimus Prime: “Soy Optimus Prime, y les envío este mensaje a cualquier Autobot sobreviviente que se refugie entre las estrellas: estamos aquí. Estamos esperando”. Cuando llega el coro, el público salta lo más alto que puede. Todas las miradas se dirigen a Armstrong, que mantiene la fuerza vocal intacta. Entre luces y humo, la banda presenta nuevos temas y cierra el tercer acto con la misma energía.

Una fiesta sin fin
La noche sigue con clásicos como “Numb”. El cuarto acto marca el desenlace emocional. Shinoda llama al camarógrafo, apunta hacia Joe Hahn y dice: “Mira esto”. Los dedos del DJ trazan las notas iniciales de “In The End”. El estadio entero canta al unísono las partes más recordadas, aquellas que Armstrong deja en silencio, permitiendo que sea el público quien sostenga la voz de Bennington. También están quienes colocan la pelea de aliancistas contra evangélicos, las ratas peleándose por un churro o al Tongo, mientras escuchan en vivo el tema.
Apelando al título del tema -y al silencio posterior-, el público se dirige a las salidas. Sin embargo, las luces vuelven a encenderse. Suenan los sintetizadores que anuncian “Faint”, uno de los momentos más explosivos del concierto. Una nueva bengala se enciende. El público se compacta; la seguridad llega, pero antes de apagarla surgen dos más. Cuando irrumpe el coro, el pogo estalla y las bengalas se consumen solas. Un solo de guitarra cierra el tema y deja un silencio prolongado mueve al público a la salida.
Los últimos minutos condensan toda la energía acumulada. La banda interpreta Heavy Is the Crown y Bleed It Out entre aplausos que acompañan cada compás. Se arman seis rondas de pogo que giran en la multitud. Una última bengala intenta encenderse, pero apenas emite humo; entonces, las linternas toman el relevo y alumbran la despedida. El confeti vuela, Armstrong da su último grito, camina por la pasarela junto a la banda y, al fondo, un cartel se alza entre otros, resumiendo el concierto: “Directed by Michael Bay.”

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