Freddie Mercury falleció el 24 de noviembre de 1991. (Gill Allen / AP)
Freddie Mercury falleció el 24 de noviembre de 1991. (Gill Allen / AP)
/ Gill Allen
Ricardo Hinojosa Lizárraga

“Tirerererereeee… Tirerererereeee… Eeererere… Eeeerereeeere… Ererererereré”, él, y decenas de miles de personas le contestaban, como si fuera eco entre las montañas que vuelve a uno tras invocar su poder. Él les daba algo desde el escenario y ellos lo alimentaban también. Ese hombre de 1 metro 75 centímetros era capaz de dominar a una muchedumbre con solo una nota de o un leve movimiento de sus manos.

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Por eso, él volvió a jugar con ese coro y las voces volvieron a contestarle. Un pantalón blanco con dos líneas laterales rojas, Adidas blancas, un polo también blanco y una chaqueta amarilla que llegaba solo exactamente hasta la cintura -con un estilo que recordaba a las de militar antiguo o de domador de leones de circo- fueron el atuendo de aquel día que marcó un hito en la historia de Queen. Con los años, ese look se hizo parte indesligable del icono rockero en el que se convirtió Freddie Mercury tras su muerte, más influyente aún del que era estando vivo. El bigote omnipresente, su dentadura como sello de carisma, los ojos vibrantes, la persistente sonrisa, el medio parante con el que sostenía el micrófono, la sola forma de pararse, se instalaron en la memoria colectiva como sinónimo de poder musical. Después de todo, ¿Qué era un rockstar si no cantaba y lucía así?

Aquella ceremonia de consagración musical se realizó la tarde del 12 de julio de 1986 ante más de 70 mil feligreses, teniendo al Estadio de Wembley como templo para una comunión que sería eterna. El legendario coloso deportivo que vio a Inglaterra campeona del mundo en 1966 albergó la cita cumbre del Magic Tour -que promocionaba el disco “A Kind of Magic”- y que se había iniciado el 7 de junio de ese mismo año en Estocolmo, capital sueca. Como parte de esa misma gira, poco después del apoteósico momento en Wembley, el 27 de julio, Queen se convirtió en una de las pocas bandas de un país capitalista que tocaba en uno comunista, cuando se presentó en Budapest, Hungría. La Cortina de Hierro no solía otorgar tales licencias. Entre junio y agosto de aquel año, Holanda, Alemania, Bélgica, Francia, Suiza, Austria, Irlanda o España también fueron parte de una ruta que sumó 26 conciertos.

En aquel momento, Mercury tenía 40 años y Queen era un fenómeno mundial que había protagonizado exitosas giras en Europa, Estados Unidos, Japón o Sudamérica y vendía millones de discos en todo el planeta. El logo del grupo, que el mismo Freddie había diseñado, ya era identificable alrededor del globo como una marca registrada.

La exuberancia de Mercury en el escenario y la solvencia de Brian May (guitarra), John Deacon (bajo) y Roger Taylor (batería) configuraban un poderoso combo que podía pasar de las melodías con aires clásicos como Bohemian Rhapsody o The Millionaire Waltz, el heavy rock de I´m in Love With My Car o Another One Bites the Dust hasta componer himnos dignos de un estadio, como We Will Rock You o We Are The Champions.

De hecho, en el set list de aquella gira podían hallarse temas entonces recientes, como “Radio Ga Ga”, “Hammer To Fall”, “Under Pressure”, “Another One Bites the Dust” o “I Want To Break Free”, así como otros de su primera etapa en los 70, como “Now I’m Here”, “Tie Your Mother Down”, la citada “Bohemian Rhapsody”, “In the Lap Of The Gods”, “Love of my Life” o “Seven Seas Of Rhye”. Infaltables fueron, por supuesto, canciones del disco que se promocionaba, como “One Vision”, que solía abrir los conciertos, “Who Wants To Live For Ever”, “Friends Will Be Friends” o “A Kind Of Magic”. Todo terminaba siempre con Freddie coronándose y luciendo una capa, mientras sonaba “God Save the Queen”, un tema que muchos jóvenes de aquellos años no asociaron nunca con la reina Isabel, sino con él.

¿Es esta la vida real?

Según la propia banda, en Wembley se instaló el más grande escenario armado hasta ese momento: casi 50 metros de ancho y 15 de alto, además de una plataforma de iluminación de 9,5 toneladas. Ante una escenografía tan imponente y un público tan numeroso, Freddie no se intimidaba. Todo lo contrario: se hacía dueño del mundo, como si su propio espíritu le cantara al oído “I wanna make a supersonic man out of you”, significativa línea de “Don´t Stop Me Now”, aunque aquel tema, extrañamente, no estuviera incluido en el set list.

Brian May recordó hace poco, al fallecer Jer Bulsara, la madre de Freddie, que un día antes de un concierto en Londres, el vocalista les anunció que ella iría a verlos: “Mamá estará en la audiencia esta noche. ¡Será mejor que puteemos mucho!”, pidió con sorna. A pesar de las lisuras proferidas, según May, nunca hubo signo de sorpresa en ella. Y la música de Queen siempre le gustó.

Después de todo, la imagen salvaje, exagerada, histriónica o desaforadamente juerguera del cantante no era la misma que ella tenía de su hijo en casa. La familia Bulsara –su apellido verdadero- era parsi, seguidores de quien es considerado en su fe el primer profeta de la historia, Zoroastro. Aunque fue dócil en su infancia, el hiperactivo Farrokh –su nombre original- no encajó nunca en el conservadurismo de ese credo. En una familia donde todos tenían profesiones de saco y corbata, él supo desde chico que lo que quería era cantar y bailar, con Liza Minelli como uno de sus ejemplos a seguir. Mientras alcanzaba sus sueños, Mercury trabajó vendiendo ropa de segunda en el mercadillo de Kensington, en el catering del aeropuerto de Heathrow o como ayudante en algún almacén. Nunca habló de su sexualidad con su familia. A pesar de que a su padre le fue complicado acostumbrarse a sus maneras y gustos, a la larga supo respetarlos. En 1973, grabaría su primer álbum con Queen. Su madre ha seguido cerca de Roger y Brian, incluso, años después de su partida.

Aquella noche de julio 12 del 86 se realizó el segundo de dos conciertos seguidos en el mismo lugar. Solo esa segunda noche quedó perennizada en video, pero entre ambas sumaron unas 140 mil personas repartidas en la cancha y las tribunas de uno de los estadios más importantes de Europa. Tras la seguidilla de conciertos y el esfuerzo realizado los días anteriores, Freddie estaba un poco resfriado aquel día 12, por lo que su voz no tuvo la potencia y solidez de otras ocasiones. Sin embargo, ese pequeño detalle fue corregido al editar los discos y el video, por lo que ya no es perceptible para nadie. En los recuerdos de quienes lo oyeron entonces, el líder de Queen canta a la perfección en la plenitud de su eternidad.

Casi un mes más tarde, el 9 de agosto, en el Knebworth Park de Stevenage –a unos 50 km de Londres- ante 120 mil espectadores, Queen se paró por última vez en un escenario con Freddie Mercury como vocalista. Ellos, por supuesto, no sabían aún que aquella gira de 1986 sería la última que realizaría Queen con su alineación original. En 1987, Freddie conoció su diagnóstico de VIH y disminuyó radicalmente su exigencia física. A pesar de todo, grabó dos álbumes más, “The Miracle” (1989) e “Innuendo” (1991), con sus últimas fuerzas. Aquellas que le alcanzaron también para aparecer en el video de “These are the Days of Our Lives”, a pesar de su evidente deterioro físico. Freddie quería despedirse como aparece en las camisetas de millones de seguidores de Queen aún hoy: de pie y con el micrófono en la mano.

Sus últimas semanas las pasó en su casa en One Garden Lodge en West Kensington, rodeado de sus seres más cercanos y queridos. Mary Austin, su mejor amiga; su asistente Peter Freestone, su cocinero, Joe Fanelli, y su pareja, Jim Hutton, estuvieron con él cuando ocurrió lo inevitable, el 24 de noviembre de 1991.

Treinta años después, sin embargo, sigue rotundamente vigente. El biopic “Bohemian Rhapsody” (2018) ganó cuatro Oscar y casi 38 millones de personas oyen mensualmente a Queen en Spotify.

Dios salve a la reina

“¿Saben algo? Últimamente ha habido ciertos rumores sobre cierta banda llamada Queen. Los rumores son que vamos a separarnos. ¿Qué piensan ustedes?”, le dijo Freddie Mercury al público aquel 12 de julio de 1986 en una pausa entre canción y canción. “Ellos están hablando desde aquí”, acotó, señalándose el trasero, ante las risas y el aplauso del público, mientras hacía una reverencia y Brian May sonreía en el escenario. “Mil disculpas, pero digo lo que quiero. ¿Saben lo que quiero decir? Así que olviden esos rumores. Vamos a permanecer juntos hasta que nos muramos, estoy seguro de eso”, agregó.

Un año después, el cantante supo que tenía Sida, aunque el mundo no conoció eso con certeza hasta el 23 de noviembre de 1991, un día antes de su muerte, cuando él mismo lo confirmó en un comunicado. Sin embargo, cumplió a su manera la palabra ofrecida en aquella jornada mágica de Wembley: la primera canción del primer álbum de Queen se llama “Keep Yourself Alive” (Mantente vivo), la última del último disco que grabó en vida, “Innuendo”, fue “The Show Must Go On” (La función debe continuar). Fue la palabra del mismo hombre que dijo: “He vivido una vida plena y, si me muero mañana, no me importa. He hecho todo lo que realmente quise”. Después de todo es, también, el mismo que cantó “Who Wants to Live Forever”.

“Tirerererereeee… Tirerererereeee… Eeererere… Eeeerereeeere… Ererererereré”, canta aún él, parado en un escenario eterno y colosal y millones de personas en todo el mundo aún le contestan, como si fueran eco entre las montañas que vuelve a ellos, tras invocar su poder. Is this the real life?/ Is this just fantasy?

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