

A 130 pulsaciones por minuto —mínimo—, el corazón se sincroniza con los beats del DJ. La serotonina se dispara y se marcan los primeros movimientos: el meneo de cabezo, los hombros, los pies. No hay coreografía, solo reflejo. El bajo no se escucha, se siente en el pecho. Cada drop es una descarga. La mente se disuelve, las coreografías se olvidan, y el cuerpo se entrega sin resistencia a la experiencia del ULTRA Perú 2025 la noche del último sábado.
Desde lo alto de los acantilados, la Costa Verde alojó tres espacios que lentamente se encendían, mientras paramotores orbitaban a su alrededor. El lugar, convertido por dos noches en santuario de la música electrónica, comenzó su segunda jornada con el ingreso de hombres y mujeres con cabezas de paloma, caballo, dinosaurios y unicornios fluorescentes. Todos eran bienvenidos, incluso quienes se escapaban de los pogos olvidando quitarse la camisa de Megadeth para ingresar.

El primer escenario que recibía a los recién llegados era UMF Radio, una suerte de rave callejera contenida en una curva de andamios y consolas. Piso de grava, visuales sobrios, tarima baja. Aquí la fiesta era horizontal, de cuerpo a cuerpo. Se bailaba en fila, en trencito, en rueda, o en cualquier forma que la creatividad permitiera. La música llegaba como una caricia mecánica: remixes de canciones populares en clave house, techno liviano, una especie de entrada en calor antes del salto mayor.
Más adelante, casi escondido bajo un techo, el escenario Resistance ofrecía un ambiente más oscuro y cerrado. No tanto por sus límites físicos como por la atmósfera. Las luces estroboscópicas apenas dejaban ver los disfraces: Mario Bros bailando con un monje tecno-devoto, árabes en trance, el Chavo del Ocho abrazado a un beat. Este era el templo del techno más denso, el que no pide permiso.

Pero el verdadero corazón del ULTRA latía a unos metros más allá, en el Main Stage. Desde lejos ya se veía su estructura imponente: ocho pantallas laterales y una central, acompasadas a los visuales y al sonido. En el centro de ese monstruo digital, los DJs dirigían una orquesta de cuerpos en movimiento. Allí el beat marcaba el tiempo, aceleraba o descendía, y el público respondía como una gran maquinaria eufórica.
Además de la cerveza y las brillantinas, abundaban los remixes. Cuando sonó la guitarra inicial de “Smells Like Teen Spirit”, algunos alzaron las manos, otros simplemente cerraron los ojos. Luego vino “I Don’t Care”, transformada en un himno bailable. En algún momento, “Dream On”, “Seven Nation Army”, “Still D.R.E.” y hasta “I Gotta Feeling” pasaron por la licuadora electrónica sin perder su esencia. Los riffs de los Red Hot Chili Peppers también se colaron, como recordatorio de que para ser DJ también hay que tener biblioteca.

La tarde se había ido sin avisar. Cuando cayó la noche, los drones tomaron el relevo de los parapentes. Desde el cielo filmaban a una multitud compacta y ondulante. En tierra, los carritos de cerveza se deslizaban entre los asistentes como si fueran parte de la escenografía.
Delfines, tiburones, llamas y palmeras de plástico se alzaron como tótems. Bailarinas se posicionaron a los lados del escenario y la fiesta continuó con más ritmo. Hubo tiempo para clásicos de la música urbana como “El taxi”, con la aparición de Osmani García, o la primera parte de “La Gasolina” de Daddy Yankee, que rápidamente volvió a su estado de remix.

Tras varias horas de música, algunos se sentaban, otros se quitaban los polos, mientras algunos eran llevados a ser atendidos por paramédicos. Con globos flotando —y algunos asistentes también—, la figura que todos esperaban apareció proyectada en la pantalla central: Martin Garrix. El cierre. El grito fue unánime, al igual que las cámaras de celular alzadas como antorchas digitales.
Durante poco más de una hora, el DJ holandés se apoderó del Main Stage con una sesión precisa, sin excesos, pero sin pausa. La multitud respondió como un solo organismo, entregada hasta el último beat. Y cuando el silencio llegó, no fue triste. Fue necesario. Como quien regresa de un lugar que no puede explicar del todo, pero al que espera volver. Así terminó la segunda jornada del ULTRA Perú 2025: sin moraleja, sin epílogo. Solo baile.

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