Con 65 años cumplidos, Ísola parece hacer mil cosas a la vez. Camino a la entrevista ha almorzado un sánguche a bordo del taxi; llega de dictar clases en la universidad, y luego de la sesión de fotos con el elenco de “La historia del soldado”, obra que él dirige y que se estrenará este domingo 3 de setiembre en el Gran Teatro Nacional (GTN), enrumba hacia el Teatro Británico para ensayar “La tempestad”, montaje que llegará en octubre. “La historia del soldado” es una fábula sobre las consecuencias de una ambición desmedida.
—¿Es un montaje oportuno en tiempos de Odebrecht?
En parte sí, el tema de la corrupción está, pero pienso que tiene más que ver con la juventud, sobre un soldado joven que se deja deslumbrar por una serie de posibilidades y pierde su esencia. Tiene que ver con qué cosa es lo más importante, si dejarte llevar por la riqueza o conservar la pureza y la integridad. Y en ese sentido podríamos decir que sí, es una fábula para los tiempos de Odebrecht.
—Algunos dirían que vendiste tu alma a la televisión.
¡Ah, claro, por supuesto! Sí me lo dijeron en el momento. Bueno, no la vendí porque no me quedé…
—¿La alquilaste nomás?
La alquilé, pero no reniego de esa época, aprendí mucho, y creo que lo más importante es no perder la capacidad de cambiar, en el sentido de que puedas pasar por una serie de experiencias buenas o malas, y siempre poder renovarte. Si hubiera vendido mi alma al diablo me hubiera quedado en algún lugar, y siento que no me he quedado en ningún lugar y que sigo evolucionando. Esa es la felicidad, creo, la posibilidad de seguir evolucionando, de seguir probando y de hacer una cosa como esta obra, que yo vi a los 19 años en la Piccola Scala en Milán. Yo estudiaba en el Piccolo Teatro de Milán y nos mandaban a ver todos los montajes de La Scala y la Piccola Scala. Yo era un rockerito, mi conocimiento de la música clásica era muy endeble y este espectáculo me impactó profundamente, porque yo también era muy joven, y porque también me preguntaba qué cosa iba a hacer con mi vida.
—¿Cómo un chico introvertido como tú termina convirtiéndose en uno de los principales actores nacionales?
Para empezar, el niño terriblemente introvertido que siempre fui nunca quiso ser actor. Yo era timidón y gordito, y decía: “De repente no soy un actor”, pero en la escuela me empezaron a decir que actuaba bien. Creo que tengo capacidad y he tenido buenas oportunidades; pero creo que también tiene que ver con que no he perdido el deseo de arriesgarme y probar.
—Hace un año, para la toma de mando de Kuczynski, te referiste al Perú como un país homofóbico, machista y corrupto.
Es corrupto, sí, pero también es un país donde vale la pena vivir, donde todavía tienes que pelear contra muchas cosas… Cuando me fui a estudiar fuera pensé que no iba a regresar, pero cuando estaba en Italia de repente paso por un sitio donde había un festival de cine latinoamericano, te hablo del año 72 cuando no veíamos cine latinoamericano, y me vi como ocho películas. Yo tenía 19 años, con pelo, me brillaban mucho los ojos, y entonces fue como decir: “A ver, si me he venido hasta acá y de repente esto es lo primero que me pasa, debe ser por alguna razón”. Yo creo mucho en esta idea de que hay señales, y dije: “De repente no es acá donde me tengo que quedar”. Después me fui a Londres y luego de cinco años me regresé. Y, claro, a veces pienso si hice bien o no, porque la imagen que se tiene es que si te quedas allá vas a ser un actor exitoso a nivel mundial, pero quién sabe si eso hubiera pasado. No me arrepiento, y es cierto que vale la pena estar aquí y seguir peleando.
—Has criticado anteriormente lo que muchos quisieron llamar un 'boom' teatral en Lima. ¿Crees que llegarás a ver un verdadero 'boom'?
No lo sé, no me queda mucho tiempo. ¿Qué me quedan? ¿Veinte años con suerte? ¿Me podré parar en un escenario sin olvidarme de la letra? No lo sé.
—Esa debe ser tu peor pesadilla.
La peor de todas, porque además me ha pasado. Este año tuve una pequeña isquemia, que es como un infartito cerebral, que me dejó en una situación de mucha inseguridad. Entonces, igual estoy haciendo “La tempestad” de Shakespeare, me puedo aprender la letra, pero me asustó. Probablemente no [llegue a ver tal 'boom'], pero sí he visto el teatro evolucionar. Cuando empecé a estudiar teatro jamás me hubiera imaginado que podía haber una facultad de artes escénicas. Y ahora hay tres. Era inimaginable, y yo me tuve que ir en parte porque no había dónde estudiar.
—¿Cuándo sería el momento de decir…?
¿De parar? Como actor es muy sencillo: es el momento en que ya no puedes aprenderte la letra. Como director, no sé. Creo que los directores tienen mucho más tiempo. Uno de mis ídolos era el director de cine portugués Manoel de Oliveira, que murió a los 102 años, pero hizo su última película a los 100. ¡Yo quiero ser como él cuando sea grande!
—¿No tener celular es una de las formas de la felicidad?
Sí, como me dijo una alumna: “Profesor, profesor, usted es un excéntrico”, y me encantó la palabra. Voy a sonar viejísimo, no me importa, pero a mí me ateeerra cuando vas a un sitio y todo el mundo está mirando el aparatito, ¡y nadie se mira! Eso me afecta, y me afecta mucho en el teatro, por supuesto. Me afectan los celulares que suenan, pero para mí no es tanto el problema de buena o mala educación, es un problema de ¡desconéctate, escúchame, mírame, estoy acá!
—Circula en Internet una foto tuya con el torso desnudo entre unos fluorescentes.
¡Solo el torso! Son fotos de Giuseppe Falla, un chico que empezó pidiendo permiso para tomar fotos en los teatros antes de las funciones. Sus fotografías son estupendas. Y entonces me dijo un día que estaba haciendo una serie de retratos de actores con unos fluorescentes, y me preguntó si quería estar en uno, pero que la gente lo hacía sin polo, y le dije que ningún problema. Eso es el proyecto “Fluorescentes”, y soy la foto número 50, cosa que es un honor. Que te tomen una foto sin polo a los 64 años y que seas la foto número 50 es como esperanzador…
—…es como ser la chica diciembre.
¡Yo soy la chica diciembre, me encanta! Es una de las mejores fotos que me han tomado, y está todo el teatro peruano.
—Alguna vez dijiste: “Me encanta la vida y me encanta vivir”. ¿Qué es lo que más te encanta de la vida?
Lo que a veces más me enfurece: que es imprevisible, que a pesar de que prefieres que no lo sea, siempre te sorprende. A veces me ha sorprendido muy desagradablemente, y a veces me ha sorprendido muy agradablemente; pero la mayor parte del tiempo es generosa. Y me gusta eso, que esté llena de posibilidades.
—Quizá, al final de cuentas, lo terrible sea haber tenido la vida que uno siempre quiso.
Exacto, y a la que por supuesto te quieres acostumbrar, una vida comodita. Yo todavía siento que soy un poco comodón, y me gustaría serlo menos. Trato de encontrar otras maneras de hacer cosas, pero es curioso, porque le tengo miedo a esa imprevisibilidad, pero al mismo tiempo me parece que eso es lo que te hace estar vivo de alguna manera.