Salas marca entre sus prioridades la implementación de dos líneas de trabajo en la formación de públicos: comunidad y educación. (Foto: Víctor Idrogo)
Salas marca entre sus prioridades la implementación de dos líneas de trabajo en la formación de públicos: comunidad y educación. (Foto: Víctor Idrogo)
Maribel De Paz

Hace más de medio año, Mauricio Salas dejó la dirección de los elencos nacionales para asumir un nuevo reto: la dirección del Gran Teatro Nacional. Nos recibe de terno y sonrisa impecable, resuelve diversos asuntos, atiende el llamado inesperado del ministro, brinda esta entrevista, posa para las fotos una y otra vez. Es, lo que se diría, un hombre ocupado. Y todo luego de sobrevivir a una laboriosa noche a cargo del más reciente miembro de su prole que decidió despertarlo cada media hora. Ojeras de por medio, aquí su testimonio de gran amante de las artes.

—Desde su experiencia personal, ¿qué te da la asistencia al teatro que no te da una pantalla?
Creo que la experiencia en vivo de un espectáculo, de una puesta en escena, te hace humano, te genera esa sensación imperdible, única, irrepetible, de poder estar frente a otro ser humano y compartir en común ese momento único en el tiempo. Dejar tu casa, ir a una función de teatro, sentarte, abstraerte, imaginar, tenemos que estar dispuestos a poder recibir ese tipo de influencias, de sensaciones, y es por eso que es tan importante que a temprana edad los niños descubran el teatro, que encuentren a través de las visitas guiadas que ofrecemos un espacio que cobra vida en algún momento y que tiene algo que decirles.

—¿Cómo fue su acercamiento personal a las artes? Usted tocaba piano de chico.
En casa tenía un piano antiguo porque mi mamá, que había recibido clases de piano cuando era joven, heredó un piano vertical Ronisch, y ahí tocaba tres canciones, ese era su repertorio: una era "Claro de luna"; otra, "Para Elisa"; y la otra, una infantil de la que nunca supe el nombre, y mientras ella tocaba yo la acompañaba de una manera totalmente intuitiva, tocábamos a cuatro manos. Luego postulé a la escuela de música en Arequipa, la Luis Duncker Lavalle, y esto es algo de lo que me acuerdo muchísimo: mi papá me tenía muy poca fe y cuando publicaron las listas de los que ingresaban, él comenzó a buscar desde el cien, pero yo había ingresado en el segundo puesto. Ingresé a formación artística temprana y obviamente escogí el piano, yo quería ser concertista, solista. Luego, un tío nos regaló su piano de cola, también Ronisch, y ese fue para mí un momento maravilloso porque de tener un piano viejo y destartalado tenía ahora un piano de cola que sonaba maravillosamente, y fue ahí cuando todo mi esfuerzo, vocación y cariño se potenciaron terriblemente, hasta los 15 años. Yo tenía una profesora muy buena, pero como todo adolescente me entró la locura a los 15 y un día le dije: “¿Sabes qué? Ya no quiero estudiar, estoy harto del piano”. Me preguntó si estaba seguro y le dije que absolutamente.

—Con la seguridad que dan los 15 años.
¡Por supuesto! Pasaron dos semanas y le dije a mi mamá que quería volver a estudiar piano, fui a hablar con la profesora y ella me dio una de las lecciones más grandes que he tenido en la vida, que no todo se arregla así de fácil, que cuando uno toma una decisión, tiene que asumir las consecuencias: me dijo que ya no podía, que ya no había cupo. Tal vez en ese momento yo entendí cuál era la diferencia entre ser niño y adulto, y ahí me alejé del piano, pero me queda la imagen de mi papá, que era maestro pero luego de jubilarse se dedicó al campo, donde cultivaba desde cebollas hasta hortalizas, que venía de la chacra en las tardes y se sentaba mientras yo estudiaba piano a escuchar toda la tarde. Era su hijo el último, el artista.

—De adulto, ¿qué recuerda como la representación que más lo ha tocado, que más lo ha hecho vibrar?
Creo que fue "Akas Käs", el espectáculo inaugural del teatro [nacional], tal vez uno de los riesgos más grandes que he asumido en mi vida: tener el encargo de crear un espectáculo para la inauguración de una infraestructura de este tipo a la que asistían todas las altas autoridades del país. Recuerdo que me senté a ver la función y estaba paralizado de miedo, o sea, ya había visto cómo iba, pero es algo inexplicable; me quedé paralizado y simplemente dije: "Ya no hay nada más que hacer, lo que tenga que pasar acá, pasará". Y me senté y vi la función. Mi sueño es que este teatro sea un espacio en el que las personas en general no tengan miedo de entrar, que no lo sientan como un espacio ajeno, que quienes pasen por el teatro no tengan ningún reparo en entrar y disfrutar una función.

Visitas guiadas, ensayos abiertos y funciones didácticas forman parte de las actividades de formación de públicos del GTN. (Foto: Víctor Idrogo)
Visitas guiadas, ensayos abiertos y funciones didácticas forman parte de las actividades de formación de públicos del GTN. (Foto: Víctor Idrogo)

—Uno de los proyectos más interesantes del GTN es el programa de formación de públicos.
Muchas veces los modelos de gestión en el teatro están en función a la programación, a lo que tienes para mostrar, pero yo creo que el modelo de gestión del teatro debe estar más bien enfocado en el público, que debe estar al centro de todo: la programación, las estrategias de márketing, todo debe estar en función del público al que queremos llegar. Y esto parte por identificar y entender que hay diferentes públicos con diferentes necesidades, diferentes gustos y en diferentes procesos y etapas. Y en la medida en que identifiquemos cuáles son los públicos prioritarios a los que no hemos llegado, en esa medida vamos a poder tomar mejores decisiones, tanto de programación como de estrategias de apertura y de formación de públicos. Es muy importante trabajar con niños y jóvenes para romper las barreras de acceso hacia la oferta de artes escénicas y musicales.

—¿Y cuáles han identificado como las principales barreras?
Si las identificamos desde este espacio, hay un tema con la monumentalidad que tiene este teatro. A veces hemos escuchado comentarios tremendos, como el de un niño que participó en una visita guiada: “Me ha encantado venir a un lugar de ricos”. Es una situación tan abrumadora, tan crítica, y ahí identificas una barrera poderosa: cómo un espacio, que tiene por misión ser el soporte para una producción y una oferta importante de arte, cuando está en óptimas condiciones, cuando está en todo su potencial, puede ser entendido como que ya no es para mí, que ya no tengo derecho a acceder a esto, que ya no es mío. La parte económica, con el modelo de gestión que tenemos, buscamos que ya no sea una barrera: tenemos una política de precios que invita a la gente a poder asistir, estamos mucho más baratos que una película en el cine, por ejemplo, tenemos precios desde siete soles cincuenta. En estos cinco años, el teatro ha hecho lo que tenía que hacer, que era echar a andar, aspirar a la mayor calidad posible, y ahora lo que nos toca es no solamente mantener todo lo que se ha hecho, sino comenzar a hilar fino en algunos temas. Por ejemplo, hemos puesto una programación maravillosa, pero no estamos dedicándonos a ver quiénes vienen, por qué vienen, por qué no vienen y qué es lo que tenemos que hacer para que vengan. El reto es entender que el teatro no es solamente cuatro paredes, no es un edificio, sino un agente que es parte de una comunidad y que tiene algo que decir y algo que aportar, algo que construir en conjunto con esta comunidad, y para ello tiene que implementar nuevas formas de comunicarse, cómo llegar, cómo conectar. En eso estamos.

—¿Cuál señalaría como el proyecto más importante que tienen ahora entre manos?
El lanzamiento del área de públicos, porque nos pone en un espacio de reflexión distinto, y de la creación de esa área se desprenden una serie de proyectos concretos que nos emocionan mucho. Por ejemplo, para el público adulto mayor tenemos un proyecto que vamos a trabajar con el coro nacional, que queremos que sea la cabeza de una red de coros de adultos mayores que encuentren en el teatro un espacio de permanente visita, que compartamos con ellos un repertorio y al final del año tengamos un concierto en el que tengamos a todas las personas que hayan estado capacitándose como público, pero que cante, y entonces el espectáculo no va a estar en el escenario, sino en todo el teatro. Por otro lado, hay una comunidad alrededor del teatro que tiene que ver con los funcionarios del Ministerio de Cultura, de la Biblioteca Nacional, del Banco de la Nación, del Ministerio de Educación, y que deberían ser los primeros en tener una práctica de consumo cultural importante, y no es así. Por eso hemos creado también un programa de fidelización que se llama Club Estrella para el Ministerio de Cultura, y que queremos ir ampliándolo hacia otras entidades del Estado, un programa de fidelización como tienen los cines, con stickers por cada espectáculo que consumas. Esa es la comunidad inmediata, y también tenemos una comunidad más amplia en las urbanizaciones que están alrededor del teatro, barrios a los que de pronto les construyeron un teatro en el medio, un ministerio y un centro de convenciones, y todo su entorno cambió y nadie les dijo por favor ni gracias.

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