"Hombre mirando al sudeste": una crítica sobre la obra teatral
"Hombre mirando al sudeste": una crítica sobre la obra teatral

Para ser sincero, nunca entendí la fascinación que despertó “Hombre mirando al sudeste” (1986), la película de Eliseo Subiela. Una historia ingenua y sentimental que nos recuerda a cada instante lo horrorosa que es la humanidad. A través de la intensa relación entre un psiquiatra y un paciente hacemos una revisión de temas tan manoseados como la inutilidad de la sociedad de consumo, la irrelevancia de las relaciones de los hombres de hoy y las falsas esperanzas por un mundo mejor. Por supuesto, el gran catalizador de estos descubrimientos es el interno de un hospital mental: un ser misterioso, aparentemente loco, pero que bien podría ser un extraterrestre. Quince años después, el mismo argumento habría de ser el eje de fondo de “K-Pax”, una producción de Hollywood bastante más superficial protagonizada por Kevin Spacey. Pues bien, fue el mismo Subiela quien adaptó su película al teatro y ahora la podemos ver en el auditorio del MALI.

Dirigida por Nadine Vallejo, “Hombre mirando al sudeste” me vuelve a enfrentar con la misma interrogan te que me causó la película. ¿Es que alguien se puede sentir interesado en esta historia? Y si es así, ¿ese alguien se siente movido realmente por toda esa demagogia polí- ticamente correcta que destila Subiela en cada línea?

Por supuesto, mis reparos frente al texto original no tienen por qué entrometerse con la puesta en escena. Y a decir verdad, Vallejo acierta con la elección de los actores principales. Porque tanto Santiago Magill como Ricky Tosso logran sobrepasar el material dramático para ofrecernos interpretaciones sinceras.

Tener de regreso a Santiago Magill es algo que no puede pasar desapercibido. Gracias a un don natural supo darse a conocer como un actor solvente y ahora ha vuelto como Rantés, el extra- ño personaje que conduce el drama. Es un papel que de alguna manera le queda bien y que en manos de otro, probablemente, hubiera dado pie a una situación artificial. Hay verdad en sus parlamentos y, sobre todo, capacidad para sorprender a la audiencia y a su principal interlocutor: el doctor encarnado por Ricky Tosso, un actor con muchos recursos al que deberíamos ver más sobre las tablas y en obras exigentes. Sabe proyectar naturalidad, es capaz de hacer suyo un personaje tan ingrato como este y no nos quedan dudas de que lo vive en cada una de sus emociones.

Más allá de los protagonistas nos queda una puesta en escena realizada con entusiasmo pero a la que le falta una propuesta más decidida. Sin ser opaca es amateur, algo desordenada e incapaz de precisar una idea. Al final, cuando el grupo rodea a Rantés tras su sacrificio, percibimos la intención de recrear alguna imagen iconográfica pero sin ninguna claridad. Si es producto de la casualidad o de nuestra imaginación, no cuenta. Debería ser consecuencia de la voluntad de la dirección, del mismo modo que el resto de la obra.

Dirigir un montaje no es un trabajo que se limita a repetir un texto. Es necesario ir más allá y enfrentar las dificultades en perfecta complicidad con el elenco, la iluminación, los elementos de la producción y todos los detalles que convergen sobre el escenario. Vallejo ha debido enfatizar hacia dónde quería llevar esta historia, no estancarse en un discurso tan primario como el de Subiela.

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