Hablar de sexo siempre es saludable. Sobre todo dentro de una sociedad convulsionada, con serios problemas de educación y sin programas culturales eficientes. Ese diálogo podría resultar incluso más efectivo si se deja de lado la parsimonia y se opta por un tono desenfadado que permita el entendimiento entre los participantes. Por eso, nos pareció tan estimulante la introducción a “”, la obra de teatro que dirige Gilbert Rouviere en el Teatro del Centro Cultural de la Universidad del Pacífico.

Porque de entrada, cuando los actores reciben al público como si se tratara de anfitriones dentro de una convención, conversando con los asistentes e invitándolos a responder por escrito una encuesta, ya se estaba rompiendo con los parámetros y estableciendo una comunicación directa con la audiencia. Pero me temo que hasta allí llegaron los logros de la obra.

Siempre es un placer ver un elenco tan sólido como el de “Kamasutra”. Se trata de un grupo de actores pertenecientes a una misma generación y que a estas alturas han aprendido a convivir sobre el escenario con gran armonía histriónica. Se nutren unos de otros y los logros aislados se convierten en grupales. Allí tenemos a una Norma Martínez curtida en las tablas, capaz de aportar nervio no solo a su personaje sino a todo el escenario, del mismo modo que un Miguel Iza sabe incidir en las notas irónicas de cualquier texto. Como ellos, el resto del reparto se comporta como una orquesta de cámara bien ensamblada donde nadie desafina. Una orquesta que nos gusta escuchar. Pero el problema de la obra no va por ahí, sino en una alarmante falta de dramaturgia.

Porque después del planteamiento inicial en la recepción del teatro no hay mucho más en “Kamasutra” que resulte ligeramente interesante en términos teatrales o didácticos. Es cierto que hablar con desparpajo de la vida sexual es ya un avance dentro de una sociedad bastante conservadora, pero ese discurso debería ser productivo o, por lo menos, legible. En esta obra de teatro suenan muchas voces, hay mucho ruido, pero no encontramos algo realmente valioso que aporte a nuestro entendimiento. Y lo decepcionante es que uno abandona el teatro sin haber escuchado nada. Son casi dos horas de ingenio vacío, en las que palabras como orgasmo, pene o vagina arrancan risas a algún sector de la audiencia. ¿Y el “Kamasutra” como tal? Si la intención de la obra era contar la historia de una convención de sexólogos que fracasan en su intento de ilustrar a los convocados, en el estilo de las comedias corales de Robert Altman, entonces diría que la obra cumple con su propósito. ¿Pero es así?

Es muy difícil tratar un tema humano como la sexualidad. Mucho más si se trata de una creación colectiva. Allí es necesario un hilo conductor que bien podría darlo un dramaturgo. En su ausencia lo que tenemos es un cúmulo de ocurrencias que si bien pueden resultar divertidas durante el proceso creativo y los ensayos, no necesariamente forman una obra de teatro coherente. La misma creación de los personajes es poco original. Todos se parecen, no hay una variante dogmática que se imponga sobre el resto o un tremendo manipulador que brille por su mente sagaz. Tenemos a un conjunto de “expertos” en sexo que terminan siendo todos reprimidos sexuales a la espera de una oportunidad para liberar sus emociones.

Por otro lado, algunos aspectos de la producción de “Kamasutra” funcionan. Tal vez por la infraestructura que ofrece el teatro. Aunque se extraña un trabajo más profesional en un video que resulta primario a todo nivel y que bien pudo ser una buena oportunidad para conocer algún talento.

Kamasutra” ofrece por unos instantes una experiencia diferente. Y aunque las actuaciones logran mantener nuestra atención sobre el escenario, el discurso naufraga sin remedio.

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