

En el circuito teatral británico, Sam Steiner se ha convertido en una voz particular: joven, punzante y con un oído bien afinado para las ansiedades de su tiempo. Originario de Manchester, Steiner estudió Derecho en la Universidad de Warwick, pero fue allí, al margen del currículo formal, donde dio sus primeros pasos como dramaturgo.
Su carrera despegó rápido. Junto al director Ed Madden y otros colegas, fundó la compañía teatral Walrus, con la que estrenó su primera obra en el Warwick Arts Centre. Desde entonces, Steiner ha explorado nuevas formas de escritura escénica, en las que lo político se desliza con naturalidad por lo cotidiano, sin necesidad de panfletos ni frases sentenciosas. A Steiner le interesa más lo que se omite que lo que se grita, y eso se nota en cada una de sus piezas, como A Table Tennis Play, Kanye the First o You Stupid Darkness!, donde el silencio y la palabra cargan con el mismo peso dramático.

“No me interesa hacer teatro para complacer. Me interesa hacer teatro para incomodar; solo así podemos mostrar cosas que muchas veces no se dicen o no llegamos a reflexionar. Al ver las obras, nos damos la libertad de aprender sobre otros”, señala Sam Steiner en entrevista con El Comercio.
“Lemons Lemons Lemons Lemons Lemons” fue escrita cuando Steiner a penas había terminado la universidad. La idea, cuenta, surgió tras una conversación casual sobre cuántas palabras usamos al día. “¿Y si nos limitaran?”, pensó. Esa hipótesis simple, casi un juego, fue tomando forma hasta convertirse en una obra que explora qué pasa cuando el Estado impone un límite diario de palabras a sus ciudadanos. No hay gritos ni persecuciones, pero la opresión es palpable.

Contando las palabras
La obra, que ha sido traducida y montada en decenas de países, llegó recientemente a Lima con una puesta en escena en el Teatro del Centro Cultural de la Universidad de Lima. Bajo la dirección de Mikhail Page y con las actuaciones de Carolina Cano y César Ritter, el montaje mostró el tono íntimo y el ritmo pausado del texto original, enfocándose en las tensiones emocionales que surgen entre una pareja que debe adaptarse a la nueva ley de las 140 palabras diarias.
“Limones…" no es una distopía al uso. No hay escenarios apocalípticos ni rebeldes armados. Lo que hay es una pareja común —Bernadette y Oliver— intentando hablarse, decirse cosas importantes, sin malgastar sílabas. Es una historia de amor, pero también una reflexión sobre los mecanismos del control, la autocensura y las formas sutiles del poder. El lenguaje, que en teoría nos libera, en este mundo se convierte en un campo de batalla.

“La censura puede llamar a la creatividad, pero eso no significa que debamos aceptarla, hacerlo implicaría ir contra aquello que hace funcional obras como esta. La libertad tiene un costo, pero nuestra propia independencia creativa no debe ser esa moneda de cambio”, menciona Steiner.
En tiempos donde el exceso de palabras —en redes, en discursos, en debates vacíos— amenaza con vaciar de sentido todo lo que decimos, "Limones…" recuerda que, a veces, lo que no se dice pesa más. Steiner escribió su obra desde la intuición juvenil, pero lo que dejó fue un manifiesto sobre el valor de las palabras.
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