La tragedia de Giacomo Puccini llega al Gran Teatro Nacional bajo la dirección escénica de Davide Garattini y la dirección musical del maestro Andrea Foti. (Foto: Mario Zapata)
La tragedia de Giacomo Puccini llega al Gran Teatro Nacional bajo la dirección escénica de Davide Garattini y la dirección musical del maestro Andrea Foti. (Foto: Mario Zapata)
/ Mario Zapata N.
Ángel Navarro Quevedo

Hay silencios que duelen más que cualquier grito. El de “Madama Butterfly”, en la escena final de esta producción, se posa sobre el escenario del Gran Teatro Nacional como una sombra que no conoce piedad. No por ser previsible, sino por ser absolutamente merecido. No por melodramática, sino por ser precisa. En esta nueva versión de la ópera más desgarradora de Puccini, la tragedia se presenta sin suavizantes: no hay consuelo ni redención, solo el colapso silencioso de una joven que amó sin reservas en un mundo incapaz de respetar su dignidad.

Con la dirección escénica del italiano Davide Garattini, esta Butterfly no busca deslumbrar con innovaciones. No lo necesita. Su mérito radica en la sobria elegancia de una puesta que entiende que la historia de Cio-Cio-San no precisa adornos para conmover. La escenografía minimalista de José Luis Sialer y el vestuario funcional de David Canchis Guzmán crean un espacio atemporal, donde lo japonés es sugerido, nunca forzado, y lo trágico se construye en la mirada y el gesto, no en la saturación de detalles.

La historia sigue a Cio-Cio-San, una joven geisha de Nagasaki que se enamora del teniente de la Armada estadounidense Benjamin Franklin Pinkerton. (Foto: Mario Zapata)
La historia sigue a Cio-Cio-San, una joven geisha de Nagasaki que se enamora del teniente de la Armada estadounidense Benjamin Franklin Pinkerton. (Foto: Mario Zapata)
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La ópera narra la trágica historia de Cio-Cio-San, una joven japonesa que se casa con Pinkerton, un oficial de la Marina de los Estados Unidos. Aunque para él el matrimonio es solo un contrato temporal, Cio-Cio-San, en su ingenuidad, cree que su amor es genuino y espera su regreso. A medida que la ópera avanza, la joven espera con fervor, mientras su vida se desploma cuando la realidad irrumpe en su ilusión. Cuando finalmente Pinkerton regresa, ya casado con una mujer estadounidense, Cio-Cio-San enfrenta la devastadora verdad: su sacrificio ha sido en vano. La obra explora el amor no correspondido, el choque cultural entre Occidente y Oriente, y la tragedia del desengaño, todo envuelto en la grandiosidad musical característica de Puccini.

En el centro de la puesta, la soprano uzbeka Barno Ismatullaeva, cuya interpretación de Cio-Cio-San roza lo hipnótico, no presenta a la mariposa frágil que uno podría esperar, sino a una joven que, a pesar de su inocencia inicial, despliega una voluntad feroz. Su “Un bel dì vedremo” no es un suspiro resignado, sino un acto desesperado de afirmación. Es en su interpretación —acompañada de subtítulos en español— que recae el golpe emocional más certero de la noche. Las palmas no tardan en estallar al finalizar los momentos más intensos.

El amor, el desamor, el enfrentamiento de culturas diferentes y el honor están representados en esta ópera. (Foto: Mario Zapata)
El amor, el desamor, el enfrentamiento de culturas diferentes y el honor están representados en esta ópera. (Foto: Mario Zapata)
/ Mario Zapata N.

A su lado, Eduardo Niave, como Pinkerton, acierta al no suavizar las aristas de su personaje. Su tenor luminoso contrasta con la oscuridad moral del rol, reforzando la incomodidad necesaria: Pinkerton no es un villano operático, es algo más cotidiano y detestable —un turista emocional, un imperialista sentimental. Damiano Salerno, como Sharpless, aporta solidez escénica y vocal, humanizando al cónsul sin caer en la caricatura del cómplice bonachón. Bettina Victorero, en su papel de Suzuki, es sencillamente conmovedora, construyendo una figura de contención que dice más en sus silencios que muchos con sus arias.

Bajo la dirección musical del maestro Andrea Foti, la Orquesta de Sinfonía por el Perú suena cuidada y precisa, aunque en algunos pasajes le faltó un poco de tensión dramática progresiva. No obstante, la musicalidad general estuvo a la altura del desafío, con una lectura respetuosa de los matices orientales que Puccini incorporó obsesivamente, tras haber escuchado melodías japonesas de la señora Oyama, esposa del embajador nipón en Italia, como dejó escrito el propio compositor.

Con tres presentaciones en el Gran Teatro Nacional, "Madame Butterfly" se despide de los escenario dejando momentos memorables. (Foto: Mario Zapata)
Con tres presentaciones en el Gran Teatro Nacional, "Madame Butterfly" se despide de los escenario dejando momentos memorables. (Foto: Mario Zapata)
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Esta “Madama Butterfly”, estrenada en el marco del Festival Granda, no intenta impresionar con fuegos artificiales. Su mayor acierto es ir directo al corazón de la obra: una tragedia íntima disfrazada de choque cultural. El público limeño, poco acostumbrado a ver ópera de esta intensidad emocional, respondió con un silencio contenido y aplausos sostenidos.

Con un intermedio que deja espacio para procesar esta historia trágica, esta versión de la ópera de Puccini nos recuerda en sus más de dos horas cuán cruel puede ser la vida, porque no siempre los finales felices son los que sentimos más reales.

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