Obra teatral "Misterio" vuelve a las tablas (Foto: Hugo Pérez)
Obra teatral "Misterio" vuelve a las tablas (Foto: Hugo Pérez)
Eduardo Lores

15 años de su primera puesta en escena, “Un misterio, una pasión” cierra el ciclo de los primeros 15 años del teatro La Plaza, celebrado este año con obras exclusivamente peruanas que aportan a la dilucidación de graves problemas del país. Entre ellos, “la falta de visión de nuestros gobernantes, nuestro racismo y machismo endémicos, la impunidad frente al abuso, y la violencia juvenil”, como señala su fundadora y entusiasta promotora Chela de Ferrari.

Precedida del éxito de “Misterio”, su polémica versión televisiva, la obra de Aldo Miyashiro mitifica a un cuestionable fanático de la ‘U’, mediante la hábil apropiación de elementos shakespearianos como la lucha entre los Capuleto y los Montesco; esta vez el Mercucio asesinado es el novio de Claudia, la hermana del protagonista Percy, personaje metamorfoseado en Misterio. Así como el fantasmagórico y ausente padre que ronda el castillo de Hamlet es suplido por su odioso tío, también el de Percy es sustituido por un tío que en algo se parece al padre del que habla Mario Vargas Llosa, opresivo, autoritario, frustrado y mediocre. La ausencia de la fi gura paterna y el rencor contra el suplente serán determinantes en esa metamorfosis. Pero ¿qué busca Percy con su transformación?: ¿vengarse contra su destino; convertirse en el padre que no tuvo; destruir el orden amable que le fue negado; adquirir poder; perderse en la amorfa identidad de una masa lumpen; volverse indefinible y peligroso como el misterio? En ese proceso supera todos sus temores, estimulado por las drogas, al extremo de anular su instinto de supervivencia.

La jaula escenográfica dentro de la que se desarrolla gran parte de la larga pieza de tres horas, útil como soporte para los clímax violentos de la barra, sorpresivamente se abre hacia el final. Las escenas “hogareñas” se verían mejor con la reja abierta.

Óscar Carrillo, en sus papeles de papá y de oficial de la policía, sostiene con destacable actuación la columna autoritaria contra la que gira la acción de la obra. Sebastián Monteghirfo desarrolla con solvencia la involución del muchacho que de sustentar el hogar con su trabajo protegiendo, con ciertos rasgos incestuosos, a su indefensa hermana, se convierte en un fanático enajenado, en una fi era desalmada. Otro de los roles fuertes es el que interpreta Kelly Estrada, una pirañita denominada La Loca, pareja del Chacal (Renato Rueda), estudiante de literatura que resultará siendo el relator de la saga. La antípoda de La Loca es Claudia (Luciana Blomberg), la víctima principal, la Julieta de esta tragedia neo-victoriana.

El elenco en su conjunto funciona como una orquesta bien afinada, con solistas como Job Mansilla (Caradura), André Silva (Tyson), Andrés Salas (el Burro) y Pold Gastello (Yutay), bajo la acertada batuta de Juan Carlos Fisher, quien confiesa que “no le gusta el fútbol, las barras le dan miedo y no tiene barrio”, lo que confirma aquel adagio italiano “Il distacco fa la mimesi”.

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