Escena del musical "El Plebeyo". (Foto: Difusión)
Escena del musical "El Plebeyo". (Foto: Difusión)
Percy Encinas

El teatro musical, a pesar de todo, sigue dando señales de cierto auge en nuestra ciudad. El año 2014 quizás fue uno de los más representativos por su cantidad, calidad y variedad. Fue el año, por ejemplo, de “Duelo en Malambo”.

La cito porque es justamente el teatro musical peruano –hecho desde nuestros propios materiales, inquietudes e historia– el que aún falta cultivar. En una cartelera en la que nuestros mejores artistas musicales están abocados a replicar franquicias, una apuesta por una obra original, surgida desde nuestros personajes y tradiciones es, a priori, una buena noticia. Sin embargo, tampoco bastan la buena intención ni la vocación localista. Eso lo sabe cualquier especialista con entrenamiento crítico. Aunque al público, en una ciudad como la nuestra, a veces parece bastarle. Suele ser predecible pues en los últimos años se distingue en él, igual que con el cine, una tendencia a consumir lo nuestro, lo que nos identifica, lo que podría estarnos representando, una amable receptividad con lo que intenta devolvernos (o crearnos) una imagen de lo que supuestamente es el peruano, el limeño para la mayoría de casos.

Imágenes que para engarzar con públicos masivos evitan complicaciones, son concesivas, acríticas, buscan coincidir con la postal ya impresa en el imaginario colectivo, lo que permite ahorrar el proceso de problematizar, de cuestionar, de pensar.

Está en cartelera la obra “El plebeyo. El musical”. Un espectáculo de Carlos Tolentino, quien lo ha dirigido para una coproducción de la Municipalidad de Lima y La Banda, entidad con experiencia en shows criollos de gran formato. Se presenta nada menos que en el Teatro Municipal. Expresa su intención de ser un tributo a Felipe Pinglo, nuestro icónico compositor criollo. Tolentino es uno de los directores teatrales más versátiles del país, capaz de transitar géneros aunque las entregas más logradas que le recuerdo están en el campo del drama: “Todos eran mis hijos” (2014), “Informe sobre la banalidad del amor” (2016) y la lejana “Ella”, con la que volvió al país iniciando el siglo.

Como pocos, es un teatrista que produce reflexión sobre teatro y la comunica en diversos medios. Se ha descrito a sí mismo como un artista presto a mantenerse en “estado febril del riesgo”, algo que debería ser el mandato profesional de todo creador. Por eso llama la atención que “El plebeyo” más bien lo contradiga. El guion es básico y predecible. Aunque se permite ficcionalizar una relación sentimental del compositor, el recurso, siendo legítimo, es de grueso estereotipo.

Es cierto que el teatro musical suele implementar personajes arquetipales para facilitar la fluidez de una historia en que los personajes la desarrollan cantando y bailando en vivo, pero en esta obra la armazón narrativa y la composición visual son demasiado deudoras de éxitos cinematográficos como “Titanic”, con la narradora anciana que evoca el romance frustrado; de “Los Miserables” con la escena de la barricada revolucionaria con el niño, la bandera y la irrupción trágica, pero tan lejos del logro épico de su referente; o “La la land” con sus tonos azules añil en el horizonte, con un atardecer que nadie podría asociar a nuestra Lima (criolla o no).

Los problemas se extienden también a otros planos del montaje. Uno espera en un musical no necesariamente bailarines y cantantes virtuosos pero sí actores que, además de encarnar sus personajes, ejecuten los temas eficazmente con su voz y sus cuerpos. Las coreografías en “El plebeyo” se limitan a pasitos con gracia (felizmente que la mayoría la tiene) cuando son grupales y cuando son de la pareja en sus cortejos sentimentales pecan de ingenuidad, de puerilidad, incluso. Las interpretaciones vocales nos descubren, eso sí, a una de las más felices revelaciones: Andrea Aguirre, la coprotagonista, dueña de un timbre y una pulcritud sobresalientes. Pero varios de los temas no son interpretados en vivo, al menos, no completamente. El vestuario cumple con remitir a la época. Aunque algunas veces desconcierta: la primera aparición de la cuidadora de la anciana, por ejemplo. O que el padre (cliché del patrón adinerado e indolente de cuyo trazo no puede liberarse el buen actor Fabrizio Aguilar) haya aguardado al retorno de madrugada a su hija en bata pero con zapatos y pantalón de traje. Por eso y más acudí a la diminuta letra del programa de mano para que el director me diera claves; pero ese texto parece aún no corresponder a la postal de Pinglo que ofrece. A pesar de todo, su música, los temas instalados en nuestra memoria, algunos arreglos estimulantes de Diego Rivera (como los de “Amor iluso” o “Ven acá limeña”) podrían valer la pena.

​Más información

Guion e idea original: Atilia Boschetti. Dirección: Carlos Tolentino. Dirección musical: Diego Rivera. Producción: Municipalidad de Lima y La Banda. Lugar: Teatro Municipal de Lima. Temporada: hasta el 31 de agosto. Calificación: ★★.

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