"The Revenant": nuestra crítica sobre el filme de G. Iñárritu
"The Revenant": nuestra crítica sobre el filme de G. Iñárritu
Sebastián Pimentel

En “Amores perros” (2000), el cineasta mexicano Alejandro González Iñárritu quería pasar por innovación lo que desde Rossellini o Welles ya era patrimonio del cine más de 50 años antes: varios relatos y perspectivas que terminan cruzándose, unidos por el mismo concepto. El problema radicaba en que ni Rossellini ni Welles habrían zurcido de forma tan burda una metáfora como la de los perros mentados en el tí- tulo, que, era de esperarse, resultaban ser más cándidos que los seres humanos.

Eso no quita que el recurso del entrecruzamiento de múltiples historias pueda renovarse, sobre todo si tenemos ejemplos no muy lejanos como el de “Pulp Fiction” (1992). Pero González Iñárritu no es Tarantino, sino un director embelesado con lo que algunos llaman miserabilismo latinoamericano. “21 gramos” (2003), “Babel” (2006) y “Biutiful” (2010), los siguientes trabajos del realizador, fueron igual de desafortunados artísticamente.

Aunque, eso sí, casi todos lo suficientemente exitosos en taquilla y con algunas nominaciones al premio Óscar.

Hasta que llegó “Birdman” (2014), la prueba de que ningún cineasta está impedido de superar sus límites. Filme que, sin ser perfecto, demostró un equilibrio y originalidad mucho mayor a los que pretendían ostentar los anteriores. El dramatismo disforzado y machacón, muy cercano al cliché, se dejaba de lado por una audaz comedia existencial sobre la neurosis del actor y sobre el mundo de Broadway, que también funcionaba como espejo y crítica al sistema de Hollywood.

“El renacido” es otro paso adelante. Está parcialmente basada en una novela de Michael Punke y cuenta la historia de un grupo de cazadores norteamericanos que surcan los gélidos territorios cercanos a lo que hoy sería la frontera con Canadá, a inicios del siglo XIX. Podría decirse que estamos ante una película de aventuras y sobrevivencia. Sin embargo, desde su inicio, es imposible no reconocer ecos del western, sobre todo en la magistral secuencia de ataque de una tribu de indios al campamento de los colonos, entre los que se encuentra Hugh Glass (Leonardo DiCaprio) y Hawk (Forrest Goodluck), su hijo adolescente y mestizo.

González Iñárritu vuelve a contar con la complicidad de Emmanuel Lubezki, uno de los fotógrafos cinematográ- ficos más dotados hoy en día. Lubezki, como en su época fueron Gordon Willis o Vittorio Storaro, es más que un fotógrafo en el sentido técnico. Es un creador con estilo propio, capaz de perfeccionar y ahondar el concepto estético que plantea el director, de potenciarlo a niveles insospechados. Y eso es lo que hace en “El renacido” con sus lentes de gran formato, capaces de –como ya lo hizo en “El árbol de la vida” de Terrence Malick– conferir al paisaje un pulso, un claroscuro o una vida destellante y a veces solo presentida que escarapela la piel y prepara el arrobo místico.

Algunos han criticado en este relato del explorador Glass una especie de exacerbación del sacrifcio. Pero yo creo que lejos de exagerar, la película cumple, con coherencia, su propia ló- gica, esa que enfrenta al hombre con la naturaleza salvaje. Dentro de esta lógica, el hombre no solo lucha cuerpo a cuerpo con un gigantesco oso. Los hombres también se conquistan entre sí, se traicionan y se alían, se respetan y se desprecian. Como en Malick –a quien González Iñárritu no debe poco–, estamos ante un nuevo avatar de la justicia cósmica. En ese espectáculo desnudo y primitivo, donde Glass es el protagonista, nosotros contemplamos sus azares, unos que no tienen nada de santos ni de perfectos

“El renacido” es una película con virtudes, pero también con defectos. Si se resta su carácter epigonal con respecto a Malick, queda mencionar esos ‘flashbacks’ o rememoraciones de la vida pasada de Glass. DiCaprio, en una interpretación intensa como de costumbre, es un personaje casi mudo en medio de su destino agreste, y estaría deshumanizado si no comprendié- ramos su pasado relacionado con una mujer indígena y el hijo que procreó con ella. Son estos recuerdos, cercanos a postales de cierto pintoresquismo, los que restan poder al filme. Por lo demás, las resonancias telúricas de “El renacido” llegan a calar hondo y hacen esperar más del director mexicano.

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