Ni Lionel Messi ni Cristiano Ronaldo. En China los niños quieren ser como “The Shy” o “Doinb”, dos de los jugadores más populares de videojuegos del gigante asiático, un sector que ha vivido en los últimos años una verdadera explosión con un daño colateral: el aumento de las adicciones entre los jóvenes.
Así lo advierten los expertos y los pocos estudios al respecto, como uno realizado en 2018 por el Ministerio de Educación que alertaba de que el 18 % de los adolescentes chinos están en riesgo de volverse adictos.
Sin embargo, pese a la ausencia de cifras concretas, la alarmante situación está haciendo que el Gobierno esté tomando cartas en el asunto y saque normativas cada vez más estrictas para evitar una adicción que la Organización Mundial de la Salud (OMS) incluyó este año en la lista de enfermedades.
La última normativa emitida hace unos días incluye la prohibición para menores de jugar online entre las diez de la noche y las ocho de la mañana, así como un límite diario de 90 minutos o tres horas en festivos.
Unas medidas que, aunque dan visibilidad a este problema social, no ayudan a concienciar ni a fomentar el autocontrol.
“Generalmente, si se prohíbe una cosa se vuelve más popular”, cuenta a Efe Lu Chengyi, un joven estudiante de 20 años que suele jugar unas tres horas al día cuando tiene algo de tiempo libre o “todo el día, si no tengo nada que hacer”.
Y, además, que haya una edad mínima para los videojuegos hace que “los niños lo vean como algo maduro y de moda”. “No creo que sea una manera para solucionar el problema desde la raíz”, añade.
UNA ADICCIÓN FOMENTADA
Pese a que las tecnológicas creadoras de videojuegos también están haciendo su parte y poniendo cotos -o acatando normativas-, crear seguidores fieles que hagan popular un juego es el reto.
“Además de que los videojuegos tienen un poder adictivo de por sí porque son una diversión rápida, las compañías tienen divisiones de psicología y se aplican técnicas, patrones de juego, que hacen que tu cerebro quiera más”, cuenta a Efe Óscar López, quien hace dos meses llegó desde España para dirigir un equipo en una empresa puntera en este sector.
Aunque para este año se espera un menor crecimiento del sector, China ha sido en los últimos años el país donde estar. “Si quieres trabajar en videojuegos, especialmente en móvil, China es la meca porque tienes un mercado interno enorme”, cuenta a Efe el joven, de 27 años.
Un boom que también está teniendo un reflejo en la educación con el surgimiento de decenas de escuelas y universidades que dan cursos específicos para este sector.
EN BUSCA DE SER “THE SHY” O “DOINB”
Otra de las coyunturas que está fomentando las adicciones es el florecimiento de las plataformas de retransmisión online, con jugadores que se vuelven famosos solo por jugar bien y retransmitir sus partidas.
La retransmisión más famosa del mundo (100 millones de personas) en este sector es la final de torneo internacional League of legends y, en los dos últimos años, la competición ha sido ganada por equipos chinos: el Invictus Gaming en 2018 y FunPlus Phoenix en 2019.
Ni Messi, ni Ronaldo, los niños chinos quieren ser “Doinb” (4 millones de seguidores en Weibo a sus 22 años) y “The Shy” (1,4 millones, 20 años).
“Los famosos pueden ganar muchísimo dinero y muchos menores quieren ser como ellos”, cuenta a Efe Yang Fan, encargado del departamento de adicciones de Wangjing Education, una empresa encargada de formar a jugadores profesionales.
Esta compañía, cuenta, se dedica también a dar charlas antiadicción en los colegios ya que, explica Yang, las empresas no pueden ignorar lo que está pasando.
LA CLAVE, LA EDUCACIÓN
Y es que, aunque el Gobierno haga leyes, siempre se encuentran “huecos” y “los estudiantes tienen innumerables maneras para burlar los mecanismos”.
Algunos utilizan la identificación de sus padres para inscribirse o incluso, en los que tienen reconocimiento facial, “los niños escanean la cara de sus padres mientras duermen”, asegura Yang.
“Las leyes que solo regulan el tiempo de juego no están solucionando el problema desde su raíz”, añade Yang, quien ve en los padres a los grandes responsables de la situación, bien por desconocimiento, bien por desidia.
“Los propios padres dedican mucho tiempo al móvil. Exigen a los niños que hagan las tareas pero ellos mismos no levantan la mirada de la pantalla. No están dando un buen ejemplo”, dice.
Así, también ofrecen cursos a padres para explicarles que los videojuegos no son “el monstruo” que ellos piensan, sino que se necesitan ciertas herramientas y dedicación para enseñarles a qué juegan sus hijos y cómo ejercer un control responsable.
EFE