
Lindsay llevaba una vida saludable y activa. Todo parecía normal, hasta que una serie de síntomas extraños comenzaron a afectar su rutina sin que nadie pudiera darle una explicación clara.
Todo comenzó durante una salida aparentemente inocente. Lindsay, de 27 años, se desmayó mientras viajaba en el metro. Fue un momento inquietante, pero en ese momento no imaginaba que marcaría el inicio de una batalla médica que duraría meses. Al principio pensó que tal vez había sido un episodio aislado. Pero en los días siguientes, la sensación de estar aturdida, como si tuviera una conmoción cerebral, la llevó a visitar a su médico de cabecera.
El primer chequeo no arrojó resultados preocupantes. Sus análisis de sangre eran normales, aunque su presión estaba baja. El diagnóstico fue vago, y se le derivó a un especialista en presión arterial. Sin respuestas claras y con síntomas cada vez más intensos, Lindsay comenzó a sospechar que algo más grave estaba ocurriendo.

“Sentía como si mi cuerpo se estuviera apagando”, dijo en una entrevista para el canal de YouTube The Patient Story. “Tenía problemas para subir escaleras, y ruidos como una sirena me paralizaban. Era diez veces peor para mí que para cualquier otra persona”, agregó.
Los especialistas no lograban encontrar nada. Uno incluso sugirió que tenía un trastorno alimenticio y le recetó antidepresivos como solución. Otro creyó que se trataba de la enfermedad de Addison, un problema en las glándulas suprarrenales, pero el test salió negativo. Con el tiempo, algunos llegaron a insinuar que todo estaba en su cabeza. “Me dijeron que fuera a terapia”, recuerda, frustrada.
En total, consultó neurólogos, cardiólogos, reumatólogos, médicos holísticos y hasta acupuntores. “Tenía todos los síntomas posibles”, explicó.

Fue un médico holístico quien decidió revisar sus niveles hormonales y detectó un marcador inflamatorio elevado. Esa fue la primera señal clara de que algo no estaba bien. Poco después, a Lindsay le diagnosticaron el síndrome POTS (síndrome de taquicardia ortostática postural), una condición que afecta el ritmo cardíaco y la energía al pasar de estar acostado a estar de pie.
Pero el diagnóstico no explicaba todo. Semanas después, una ecografía en su cuello y corazón reveló nódulos en la tiroides. Tras analizarlos, confirmaron que eran malignos: Lindsay tenía cáncer de tiroides. La enfermedad ya se había extendido a sus ganglios linfáticos, por lo que fue operada rápidamente para removerle la tiroides.
Hoy, su historia da la vuelta al mundo como una advertencia y una inspiración. “Sentía que no me estaban escuchando, y ese es el problema con las enfermedades invisibles: la gente no las puede ver”, concluye.
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Periodista. Estudió Comunicación en la Universidad de Lima. Diez años de experiencia en medios digitales. Actualmente se desempeña como redactor del Núcleo de Audiencias de El Comercio.