
Gabriel Yates, un adolescente de 15 años que reside en Florida, le agradaba la idea de ser el chico “más alto” de su salón, pues nadie tenía la posibilidad de alcanzarlo. Sin embargo, cuando llegó a octavo grado, notaba que su estatura seguía aumentando y, lo que parecía un detalle físico que le generaba felicidad, poco a poco esto cambió por preocupación. Actualmente, mide 2.18 metros.
En su reciente entrevista con People, cuenta que la mayoría de personas creía en un primer momento que le encantaba el baloncesto, pues la mayoría de jugadores posee una altura que sobrepasa el 1.90 metros. Sin embargo, él lo negaba rotundamente.
No tenía una vida normal, pues la gente le solicitaba fotos debido a su increíble altura. Lo que muchos consideraban impresionante, a Gabriel solo le provocaba incomodidad. Fue así que acudió a un centro médico para saber si padecía de gigantismo y, desafortunadamente, lo que suponía era cierto.

Sucede que este adolescente posee altos niveles de hormonas de crecimiento desde que era un pequeño. Lo sorprendente es que, cuando tenía 12 o 13 años, él ya medía más de 1.80 metros y no paraba de crecer.
El médico le informó a su madre, Tara Sargent, que “esto se está saliendo de control” y fue así que lo derivo a un endocrinólogo para que se le realice más chequeos con el propósito de descartar alguna otra anomalía.
Realizadas las pruebas, descubrieron algo inquietante: Gabriel Yates tenía un nivel de hormona del crecimiento tres veces superior al normal y un tumor hipofisario del tamaño aproximado de una uva que realizaba una cierta presión en su nervio óptico y afectaba su visión periférica, que fue extirpado a mediados del presente año.
“Me sentí aliviado porque pensaba que simplemente era una persona muy poca atlética sin ninguna excusa. Nunca podía seguir el ritmo de demás niños. Me cansaba rápido y ahora sé por qué”, fueron las palabras de Gabriel.

Más que un problema médico
Cuando te cuento que Gabriel no tiene la vida de un adolescente común y corriente, me refiero en general. Por suponer, cuando desea comprar vestimenta o calzado, suele ser un reto agotador, ya que no le resulta fácil.
Además, Gabriel sentía miedo antes de descubrir su diagnóstico, pues imaginaba que le informarían sobre enfermedad que no tiene cura, pero, afortunadamente, recibió la ayuda de las personas que más aprecia.
“Todos me apoyaron mucho. Hablé mucho con ellos mientras estuve en el hospital, pero la cirugía no fue el mayor problema del mundo”, añadió.
A pesar de la realidad que le toca afrontar, ahora retomó la tranquilidad, ya que regresó a sus clases y puede realizar sus principales hobbies: la paleontología y la actuación.

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