Cuando era niña, Songmi Park cruzó la frontera de Corea del Norte hacia China atada a la espalda de su madre, pero la pequeña tuvo que quedarse en el país hermético del mundo al lado de sus abuelos, mientras su progenitora escapó para buscar una mejor vida para ella y su familia, pero 10 años después la muchacha se embarcó en una desesperada aventura para buscar a Myung-hui, la mujer que la trajo al mundo, en una peligrosa travesía al intentar escapar de la dictadura comunista de Kim Jong Un, por lo que su testimonio no tardó en conmocionar al mundo.
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En aquella segunda fuga, cruzó el río Yalu que separa a ambos países, siendo esta la salida “más fácil” de uno de los países del que menos se sabe en el mundo. Era el 2019, y la todavía adolescente escapó antes de que el autócrata cerrara las fronteras con el pretexto de la pandemia del coronavirus que estalló en 2020.
Pero aquella primera vez, padre, madre e hija se refugiaron en la granja de cerdos de un familiar que vivía en China, pero pronto fueron descubiertos y devueltos a Corea del Norte, donde los progenitores de Songmi fueron enviados a los temibles campos de prisioneros del que disidentes y exiliados han detallado todo tipo de atrocidades.
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La muerte del padre, la fuga de la madre
Tras cuatro años, la pequeña vio el dolor de perder a su familia nuclear, por lo que fue enviada a vivir a la granja de los abuelos paternos en Musan, ciudad fronteriza, lugar donde no pudo ir a la escuela, entre otras cosas, porque no pudieron sobornar a los maestros para que tome clases.
“No comí mucho y por eso mi inmunidad estaba baja... pero, cuando me despertaba de mi enfermedad, mi abuela siempre me dejaba un bocadillo en el alféizar de la ventana”, recuerda Songmi a la BBC.
Cuando tenía 8 años, su padre cumplió su periodo de carcelería y fue devuelto con su hija; el encuentro fue muy emotivo, pero la felicidad no duraría mucho, pues el hombre murió tres después de su retorno, su salud estaba quebrada, tragedia que cargaría con mayor sufrimiento cuando una semana después de esto la madre se reencontraría con su familia, hecho que la convenció de que, sí o sí, debía escapar nuevamente de Corea del Norte, pero esta vez sola.
Cuando llegó el día en que su progenitora escapó, lo hizo usando ropas de la abuela: “no sabía qué estaba planeando, solo sabía que se iba, no la vería por mucho tiempo”, recuerda Songmi quien al verla partir se metió debajo de sus sábanas para llorar desconsoladamente; una vez más se quedaba sin padres a su lado.
Viviendo como si fuera huérfana
Dos años después, su abuelo perdió la vida y con 10 años se hacía cargo, completamente sola, de su abuela que estaba muy enferma postrada en cama, no tenían ingreso alguno, por lo que recurrió a las montañas para buscar algún tipo de sustento, sobre todo buscando plantas para comer y vender en el mercado, cuyo proceso de lavado, recorte y secado la dejaba trabajando hasta altas horas de la noche.
Por su parte, Myung-hui demoraría poco más de un año cuando cruzó la frontera con China para embarcarse en una travesía que la dejaría en la vecina Corea del Sur, atravesando China, Laos, Tailanda para luego volver a cruzar la tierra de los chinos, hasta que llegó a Seúl, para luego instalarse en Ulsan, una ciudad industrial donde ahorró dinero para pagar la fuga de su hija.
Los años venideros fueron difíciles, sobre todo en los cumpleaños de su hija en los cuales no pudo estar a su lado, buscando cómo mantenerse conectadas. Pero, cuando reunió el dinero pagó 20 mil 400 dólares a un corredor para que su pequeña pudiera escapar; habían pasado 10 años y Songmi había perdido las esperanzas.
El viaje de Songmi
Cuando la adolescente cruzó el río Yalu ingresó a China donde pasó noches enteras en sigilo y con temor; luego tomaría un autobús hasta Laos, donde se refugió en una iglesia, para luego ir a la embajada de Corea del Sur donde estuvo tres meses antes de tomar un vuelo hacia Seúl. Su odisea duró un año.
A su llegada, le tocó permanecer en un centro de reasentamiento por varios meses, tiempo tras el cual fue llevada al encuentro con su madre quien la recibió con fideos caseros. La madre parece sentir culpa, la hija, todo lo contrario, irradia felicidad.
El reencuentro tras 10 años
“El día antes de que me liberaran del centro de reasentamiento, estaba muy nerviosa. No estaba segura de lo que le diría a mi madre. Quería lucir bonita frente a ella, pero gané mucho peso durante mi deserción y mi cabello era un desastre”, confesó Songmi a la BBC, mientras su progenitora agregó: “yo también estaba muy nerviosa”, al punto que no reconoció a su hija, pues la última vez que la vio tenía 8 años, ahora contaba con 18.
“‘Bien hecho, has pasado por mucho para llegar aquí'”, recuerda que le dijo a la joven cuando volvió a verla: “lloramos y nos abrazamos durante 15 minutos. Todo el proceso se sintió como un sueño”, dijo Songmi, sabiendo que lo siguiente era volver a construir su relación de madre e hija.
“¿Por qué me dejaste?”
“¿Por qué me dejaste?”, fue la pregunta que tras años aguantando, por fin pudo decirlas frente a su progenitora: “quería traerte, pero el corredor dijo que ‘nada de niños’. Y, si nos atrapaban de nuevo, ambas sufriremos, así que le pedí a tu abuela que te cuidara durante un año”, dijo compungida: “un año que se convirtió en 10″, replicó la muchacha casi instintivamente.
“Esa mañana me fui, mis pies no se movían, pero tu abuelo me apresuró. Me dijo que me fuera. Quiero que sepas que no te abandoné, quería brindarte una mejor vida”, recuerda Myung-hui entre sollozos.
La dura vida en Corea del Norte
Cuando Songmi escapó del régimen de Kim Jong Un, su testimonio viviendo en la aislada Corea del Norte es crucial porque se convirtió en una de las últimas en fugarse antes que el dictador cerrara las fronteras de forma definitiva.
Su relato nos cuenta que los veranos cada vez son más intensos, que en 2017 las sanciones internacionales por probar armas nucleares trajeron como consecuencia la debacle de muchos puestos de trabajo, como la mina de ciudad natal Musan, o que en 2019 encontrar comida se hacía cada vez más difícil, o las duras represalias a quienes fueran descubiertos viendo películas extranjeras, sobre todo provenientes de Corea del Sur.
“Para 2019, ver una película te habría enviado a un campo de prisioneros políticos”, recuerda, quien añadió que una vez fue descubierta con un film de la India, ella alegó que no sabía que el filme estaba allí, por lo que solo la multaron; su amiga no tuvo la misma suerte tras ser capturada con material de “El Juego del Calamar”, siendo ejecutada al ser acusada como “distribuidora”.
La reunificación: el objetivo de su vida
Songmi confiesa que ha sido difícil adaptarse a la vibrante vida en Corea del Sur, pero que lo ha hecho mejor de lo que esperaba, pero ello no quita que, por ejemplo, extrañe a sus amigos, a quienes nunca les dijo, porque no podía, que iba a fugarse: “después de viajar durante meses por China y Laos, me sentí como si fuera huérfana y me enviaran a vivir a un país extranjero”.
Pero cuando llegó a Seúl, recuerda, fue recibida con un “hola” que se escribe y pronuncia de la misma forma en ambos países: “me di cuenta de que somos las mismas personas en la misma tierra. No había venido a un país diferente, solo viajado al sur”, confesando que su propósito de vida se ha vuelto la reunificación de las dos Coreas, pero nota que muchos jóvenes surcoreanos no están interesados en el tema.
La vida entre madre e hija
Hoy, la relación entre madre e hija se ha afianzado, como sucede en toda familia, existen episodios de tensión. La muchacha, viendo en retrospectiva, reconoce que la decisión de su madre fue la mejor pues hoy viven tranquilas y en paz: “estoy como ¡wow! Realmente estoy viviendo con mi madre”, sentenció.