
La oscuridad del océano Pacífico se volvió aún más densa la noche en que una embarcación se volcó frente a las costas de San Diego, California. A bordo iban 14 adultos y dos menores, todos inmigrantes sin documentos que buscaban una nueva vida en Estados Unidos. El resultado: tres muertos, siete desaparecidos y una escena de horror que ha encendido nuevamente el debate sobre el tráfico de personas.
Tras el llamado de auxilio, la Oficina de Aduanas y Protección Fronteriza y las autoridades locales acudieron al lugar del siniestro. Los rescatistas hallaron cuerpos sin vida flotando entre las olas y a sobrevivientes aferrados a restos de la lancha. Sus testimonios fueron claves: no era un accidente fortuito, sino parte de una operación ilegal de contrabando humano.

KRISTI NOEM EXIGE PENA DE MUERTE PARA LOS RESPONSABLES
La investigación apuntó rápidamente a dos ciudadanos mexicanos como responsables: Julio César Zúñiga Luna, de 30 años, y Jesús Juan Rodríguez Leya, de 36. Ambos fueron arrestados bajo sospecha de tráfico de personas. Junto a ellos, otras tres personas fueron detenidas por presunta complicidad. Sin embargo, Zúñiga y Rodríguez son señalados como los principales operadores de la embarcación.
Kristi Noem, secretaria del Departamento de Seguridad Nacional, fue contundente en su reacción. Calificó a los acusados como individuos “indiferentes al valor de la vida” y exigió la pena máxima: la muerte. “Sus muertes no solo eran evitables, sino que también fueron resultado directo de la codicia y la indiferencia de los contrabandistas que los explotaron”, declaró.
La funcionaria no dejó espacio para medias tintas. Para ella, este acto no es simplemente ilegal, sino profundamente inmoral y violento. “Instaré al fiscal general a que solicite la pena de muerte en este caso”, advirtió con firmeza. Su postura ha encendido el debate público, dividiendo opiniones entre quienes ven justicia en la severidad y quienes temen un uso político de la tragedia.

EL MAR SIGUE OCULTANDO LOS CUERPOS DE LOS DESAPARECIDOS
La costa californiana, testigo silente del drama migratorio, ha vuelto a confirmar que las rutas hacia el “sueño americano” están plagadas de peligros y muerte. Con la frontera terrestre más militarizada que nunca, los traficantes han trasladado sus operaciones al océano, operando de noche para evitar los controles.
Las familias de los desaparecidos aún no han recibido noticias. En las comunidades migrantes, crece la indignación y la tristeza, pero también el miedo. El mensaje es claro: cruzar ya no solo implica riesgo, sino un salto ciego hacia lo desconocido, bajo la tutela de redes criminales que lucran con la esperanza humana.
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Periodista con experiencia en redacción y creación de contenido digital. Soy licenciado de la Universidad Jaime Bausate y Meza. Trabajé en medios de comunicación y agencias de marketing. Experiencia también como fotógrafo en campos deportivos.